Ante algunas decepciones ¿Contento con el Sínodo pasado? "No me encuentro descontento, a pesar de la decepción de algunos"

Sínodo
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Los imperativos históricos no se imponen porque vayan a llevarnos enseguida al paraíso sino porque son más conformes con nuestra dignidad humana y cristiana.

No vale aquí aquello de "¿qué hay de lo mío?" tan hispánico y tan típico de esta época pragmatista

La sinodalidad es lenta. La sinodalidad es universal

y algo más sobre el ministerio eclesial femenino

Si me lo permiten quisiera explicar por qué no me encuentro descontento con el pasado Sínodo, a pesar de la decepción de algunos.

Es muy propio de nuestra pasta humana, y más en esta época de pragmatismos, el pensar que cuando la historia impone algo, eso significa que el futuro será Jauja. Ya otra vez puse el ejemplo de nuestra democracia recordando aquellos últimos años de la dictadura cuando todos creíamos que la democracia sería la tierra prometida. Y ha resultado que no: estamos igual o peor, con esos que Zygmunt Bauman llama “numerosos payasos políticos que han aparecido”. Y es que la democracia no se impone porque sea un paraíso sino porque es más conforme con la dignidad humana.

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Lo mismo pasa con la sinodalidad: desde esa mentalidad pragmatista actual, muchos están reaccionando ante ella con la clásica pregunta hispánica: “¿Qué hay de lo mío?”. Y no se resignan si se les dice que tendrán que esperar, porque el valor de la sinodalidad no está, de entrada, en resolver problemas concretos sino en responder a la esencia de la Iglesia como pueblo de Dios en comunión casi perfecta que aspira a reflejar la comunión del Dios uno y trino. Y esto significa dos cosas.

En primer lugar la sinodalidad es lenta. Ya dije otra vez que Moisés y Aarón habrían llegado mucho antes a la tierra prometida si se hubiesen ido ellos solos con su grupo (que, en definitiva, podrían ser lo mejor de aquel Israel, pero no eran todo Israel). Pero lo importante era que llegase todo el pueblo. Lo cual retrasó las cosas “cuarenta años”, por muy simbólica que sea esta cifra.

En segundo lugar,la sinodalidad es universal, es de todos. No consiste en una victoria de mi grupo sobre otros sino en un acuerdo universal. La historia de la Iglesia muestra cuántas decisiones se tomaron mal, porque no las tomó toda la Iglesia sino una parte de ella (la que gozaba de más poder en aquella hora histórica). Pero la historia de la Iglesia muestra también cómo se tenía la total seguridad de que había actuado el Espíritu, cuando se daba una situación de unanimidad práctica.

Eso significa que en la sinodalidad hay que hablar mucho, que es lo que se ha hecho en esta sesión del sínodo; y al hablar mucho pasa lo que hemos visto: se descubren posturas diferentes en aquellos que parecían tan unánimes y tan unidos. Y esto pide esfuerzos de pedagogía: escuchar mucho, seguir hablando, perfilar los propios argumentos (que con frecuencia tienen dosis de fundamentalismo que nosotros no percibimos), ver qué puede haber de válido en la postura del otro y cómo integrarlo en la propia. Y así se alargan las cosas para desesperación nuestra.

Sínodo
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Y me temo que aún se alargarán más porque el hablar realmente todos y escuchar a todos implicaría abrir las puertas de la sinodalidad a todas las iglesias no católicas, y recuperar por ahí un ecumenismo hoy dormido. Y esto no son ganas de complicar las cosas: en mis años mozos, cuando el ecumenismo iba abriéndose camino con gran dificultad, el maestro Y. Congar dio este argumento decisivo: la historia de estos siglos pasados muestra con creces que, en las confesiones no católicas ha actuado el Espíritu. Y si ha actuado el Espíritu no podemos reducir el problema a que “regresen ellos” sino a que nos entendamos entre todos (donde el entenderse no significa pensar y hacer todos uniformemente lo mismo, sino aceptar quizás posturas diferentes pero que no rompen la unidad).

Todo lo cual puede tener su interés para el tema del ministerio o presbiterado de la mujer. Y digo expresamente ministerio o presbiterado, no “sacerdocio”: pues mujeres-sacerdote no las habrá nunca, como no ha habido nunca hombres sacerdotes aunque se llamaran falsamente así: porque “mediador entre Dios y los hombres no hay más que uno: el hombre-Ungido” (hombre Cristo) como formula la carta a Timoteo y desarrollará después la carta a los hebreos. Ese presunto “sacerdocio” ha sido la fuente de todos los clericalismos que hoy denuncia Francisco como una de las mayores plagas de nuestra Iglesia.

Cerrada esta aclaración volvamos al tema del ministerio de la mujer: en muchas iglesias protestantes ha funcionado perfectamente y podemos ver ahí una obra del Espíritu: pero nunca han sido llamadas sacerdotisas. “Pastoras” puede ser un término no muy moderno, pero habla no de una sacralización sino de una tarea: “los que trabajan por vosotros” (1 Tes 5,12); o "el cuidado de la comunidad", responsables últimos: “builders of community” (como tradujeron al inglés mi título “hombres de la comunidad” con gran gozo por mi parte)…  No se trata pues de que algunas señoras se pongan unas ropas que nunca se han puesto (como aquella que se manifestaba en Roma con alba y estola, dañando la causa que quería defender), sino de que eso tan femenino (y a veces tan duro) que es el cuidado, modele y configure eso de la autoridad que pasa por masculino.

Mujeres sacerdote
Mujeres sacerdote

Por tanto: si en muchos de esos casos ha actuado el Espíritu parece que eso nos enseña algo: como mínimo, que pueden ser aceptadas prácticas que no romperán la unidad, aunque no sean (o todavía no sean) práctica nuestra (pensando ahora en las Iglesias ortodoxas que son las más reacias a este ministerio femenino).

Cerrando este largo paréntesis volvamos a nuestro tema: la sinodalidad es lenta, la sinodalidad es universal. Esto quizá no resolverá mis problemas particulares pero es lo único que convertirá a la Iglesia en verdadera señal eficaz (sacramento) de comunión universal con Dios y entre todos nosotros, como la definió el Vaticano II.

Qué pasará en la próxima sesión no lo sabemos; problemas prácticos quedan muchos. Pero ya sería algo si salimos TODOS un poco más sinodales: sin imponerse a nadie pero sin excluir a nadie. y eso, a lo mejor, hasta sería un buen ejemplo para nuestro mundo tan hostil de hoy.

Foto final del Sínodo
Foto final del Sínodo

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