"El deseo de buscar esa libertad que nos libra de tantas esclavitudes consumistas" La libertad como esclavitud
Por un lado, no puede haber un Dios ni una naturaleza que estén por encima de mí porque eso merma mi libertad. Todo es puramente cultural
Por el otro, Dios es una especie de "propiedad privada" que me permite afirmarme e imponerme sobe los demás
Pero la libertad no consiste en no tener nada por encima de mí, sino en la plena coincidencia con lo mejor de uno mismo
Pero la libertad no consiste en no tener nada por encima de mí, sino en la plena coincidencia con lo mejor de uno mismo
Por un lado
Aquí pongo solo un ejemplo: algunas izquierdas argumentan que, si existe un Dios por encima de mí, tengo que someterme a él y ya no soy libre sino esclavo. Y argumentando de este modo, han caído en la cuenta de que si tengo una naturaleza a la que someterme, tampoco soy libre.
Desde ahí sacan la conclusión de que si tengo unos órganos sexuales masculinos o femeninos, no por eso estoy obligado a ser varón o mujer. Puedo ser lo que quiera y comportarme como quiera: incluso, como han dicho algunos, una temporada de un género y otra del otro…[Y aclaro para que no se me malentienda: eso no tiene nada que ver con el afán de tratar fraterna y solidariamente a todos aquellos que por una disfunción (real o socialmente supuesta, de eso no tratamos ahora) se ven cruelmente maltratados y marginados].
Hoy estamos contemplando ya algunas de esas “trans-figuraciones”. Y su fundamento es lo que acabo de decir: no hay una naturaleza a la que deba someterme, sino que todo es cultura: no algo ni una buena parte, sino sencillamente todo. De lo contrario yo no podría ser libre. Pero, como ya insinué otra vez, quizá esas izquierdas se quedan cortas en su pretendido radicalismo. Porque además de unos órganos sexuales, parece que todos tenemos unos sentidos y un estómago y unos pulmones y unos intestinos que también nos imponen unas conductas y coartan nuestra libertad. Y eso no es tolerable.
Por ejemplo: si algún goloso quiere comer por las orejas (que para algo tenemos dos) y oír por la boca (que solo tenemos una, y “total, para lo hay que oír”)…, pues eso es cosa que debería resolver también la cirugía del futuro. Y como soy libre para comer todo lo que me gusta, que no me vengan con que determinados alimentos debo cocinarlos o no debo comerlos porque pueden hacerme daño; o que tengo que ventilar mi habitación cuando hace mucho frío… Esas imposiciones tampoco son naturales sino culturales: deben ser un mecanismo del sistema capitalista para obligarnos a comer solo unos cuantos productos y a usar unos determinados instrumentos que así pueden venderse mucho más caros.
De hecho, en la interesante, aunque desigual, novela de M. Houellebecq (La posibilidad de una isla) aquellos neohumanos de dentro de mil años ya no comen: son autótrofos que se alimentan con una dosis diaria de pastillas con vitaminas, sales minerales y demás. Eso permitiría un ahorro enorme en lavabos y cañerías, que podría dedicarse a intensificar el negocio de las armas y las industrias sexuales. Aquellas sí que son gentes que no quieren verse sometidas a nada “natural” porque todo es cultura.
Venga pues: ni hay una naturaleza por encima de mi libertad, ni hay un Dios que me la coarte. Si todo es cultural, todo es modificable: no solo el patriarcalismo, no solo mi identidad sexual sino toda mi identidad corporal. Esa es la verdadera libertad. Y todo ese mundo llamado queer (extraño) se queda en estos casos poco queer, por no ser coherente hasta el final: si quiero ser libre, no debe haber nada por encima de mí a lo que tenga que someterme.
No obstante, arguyen algunos que, en estos otros casos citados, es mejor claudicar y someterse a lo establecido: porque la experiencia nos dice que, hoy por hoy, hay dolores de tripa que son muy molestos, y enfermedades cardiovasculares para los diabéticos que consumen azúcar y que algunas setas pueden ser efectivamente mortales. Con lo que esa libertad acabaría generando mil molestias, a veces muy serias. Pero esa objeción vale poco porque también se puede aplicar al campo sexual (ahí tenemos las molestias del quirófano, más la sífilis, gonorreas y SIDAs; y yo he sabido ya de tres casos de herpes vaginal, que dicen que es dolorosísimo). Y además, aquí no estamos comparando lo sexual y lo nutritivo entre sí, sino en cuanto que ambos dependen de una misma supuesta naturaleza, que me impone conductas y me quita libertad.
Vistas esas consecuencias negativas, a lo mejor resulta que no todo es cultura sino que también hay en nosotros algo (o mucho) de naturaleza
Pero claro: vistas esas consecuencias negativas, a lo mejor resulta que no todo es cultura sino que también hay en nosotros algo (o mucho) de naturaleza. Y que, como suelo repetir: la libertad no consiste en no tener nada por encima de mí, sino en la plena coincidencia con lo mejor de uno mismo. Porque la libertad está muy vinculada con el amor auténtico, no con el egoísmo. A esa identificación nunca llegaremos del todo, pero podemos ir aproximándonos cada vez más.
En ese caso parece que el que exista un Dios por encima de nosotros tampoco es necesariamente un obstáculo a nuestra libertad. Y si a ese Dios lo definimos cristianamente como Amor, hasta podría ser que sea la fuente de nuestra verdadera libertad. Podemos ser libres pero siempre seremos limitados.
2.Por el otro lado
Aquí, más que analizar un ejemplo concreto, quiero hablar en general. Hoy son muchas las gentes que eso del amor lo miran tambiéncomo una esclavitud porque te impone unas conductas determinadas contrarias a esa afirmación individual en que consiste la libertad. Vea usted si no esta frase bíblica: “si alguien tiene su vida bien cubierta y ve a los demás pasar necesidad, pero cierra sus entrañas y se aparta de ellos, no mora en ese el amor de Dios” (1 Jn 3,17). “Ya están aquí los putos comunistas esos que niegan la libertad”, dirán los de este grupo,
Pero resulta que muchas de esas gentes no niegan a Dios, no necesitan negarlo porque les basta con manipularlo, convirtiéndolo en una especie de “propiedad personal” que me permite tener siempre razón, imponerme a los demás y defenderme de sus acusaciones.
Buena parte de la derecha católica española pertenece a este grupo: su Dios no se ha "anonadado" y empobrecido en Jesús. Ellos nunca hablan de Jesús, sino de “Cristo”; y ese Cristo sin Jesús es solo una como aureola de divinidad que les permite divinizar sus posturas. Su grito será “viva Cristo rey”
Pues bien, me temo que buena parte de la derecha católica española pertenece a este grupo: su Dios no se ha "anonadado" y empobrecido en Jesús. Ellos nunca hablan de Jesús, sino de “Cristo”; y ese Cristo sin Jesús es solo una como aureola de divinidad que les permite divinizar sus posturas. Su grito será “viva Cristo rey”, no que viva ese Dios escondido y humanizado en Jesús. Su libertad les lleva entonces a otro cambio de género que no se da ya en lo corporal sino en lo espiritual: no consiste en que todos podamos ser lo que nos da la gana sino en que nosotros los “creyentes” somos superiores a los demás. Y así, tanto estos como los anteriores, terminan esclavos de su pretensión de absolutez.
Citaría nombres donde creo percibir eso, pero prefiero no acusar a nadie sino que cada cual se examine. Sí que quisiera recordar que ya Isaías y san Pablo y el Vaticano II han repetido que la falsa imagen que estos dan de Dios, es una de las fuentes del ateísmo moderno. Porque si el grupo anterior (al menos en el ejemplo que he contado) parece moderno, esta otra tentación es muy antigua.
La liturgia católica nos propone estos días, en las eucaristías, la lectura de la primera carta de Juan. Es bueno saber que, en la comunidad en que nació esta carta se había dado una pasión tan grande por Jesús “Hijo de Dios”, que poco a poco fue llevando a una parte de ellos a negar todos los rasgos humanos de Jesús porque eran algo indigno de Dios: eran solo una apariencia, no una realidad (lo que técnicamente se llama “docetismo”: del verbo griego dokeo que significa aparentar).
Eso llevó a una ruptura en aquella comunidad y a la redacción de esta Carta, donde se llega a decir que el Anticristo no es el que niega que Cristo sea Dios, sino precisamente el que niega que el Cristo ha venido en la carne humana de Jesús. Porque esa negación tiene unas consecuencias muy concretas: ya en el siglo II, el mártir Ignacio de Antioquía los define así: son “contrarios al sentir del mismo Dios (porque) no se preocupan de la caridad, ni del atribulado ni de si uno está encadenado o libre, hambriento o sediento”. Y resulta que “Dios es Amor” (1 Jn 4,20).
Así hemos llegado otra vez al Amor que es Dios, fuente de la verdadera libertad: porque es la única fuerza que nos capacita para que (aceptando confiados nuestra limitación natural), nos vayamos liberando poco a poco de nuestro ego, que es la fuente de todas esas esclavitudes a las que llamamos libertad.
Todas estas reflexiones dejan una pregunta inquietante: ¿no será que tanto derechas como izquierdas están falsificando la verdadera libertad, confundiéndola con esa tan cacareada (y falsa) libertad del capitalismo (o busca del máximo beneficio)? En un caso víctimas de un capitalismo económico y en el otro víctimas de un capitalismo sexual.
En fin: ahora que volvemos a la cuesta y la prosa de enero después de tantas falsificaciones de estos días pasados, ojalá lo hagamos con el deseo de buscar esa libertad que nos libra de tantas esclavitudes consumistas o egóticas, a través de esa pseudoesclavitud del amor y de la fe en El Amor, que resultan ser la fuente de la verdadera libertad. Y para eso, ambos grupos podrían rezar aquella famosa oración del místico Eckhart: pedir a Dios que nos libre de dios…