Debate monarquía-república: ¿Donde está el monarca matarile rile rile...? José I. González Faus: "Si hoy hubiera un referéndum sobre monarquía o república, votaría por la segunda."
"Monárquicos o republicanos convictos, todos debemos reconocer que Juan Carlos I ha tenido unos méritos muy de agradecer"
"Cuesta comprender que, ya al final de sus días y con sus problemas de salud y movilidad, se enrede en aquello que la Eneida califica como 'hambre idólatra del oro' (auri sacra fames) que 'nos lleva a cosas increíbles'”
"Tampoco la república es esa solución mágica que nuestros desnortados políticos parecen buscar por todas partes sin encontrarla nunca: porque no existe"
"Los países no son ni pequeños ni grandes: pasan épocas de más grandeza y otras de más pecado. Y no creo que esta España doliente atraviese hoy una época muy boyante de su historia"
"Tampoco la república es esa solución mágica que nuestros desnortados políticos parecen buscar por todas partes sin encontrarla nunca: porque no existe"
"Los países no son ni pequeños ni grandes: pasan épocas de más grandeza y otras de más pecado. Y no creo que esta España doliente atraviese hoy una época muy boyante de su historia"
| José I. González Faus teólogo
Dice el refrán que unos nacen con estrella y otros estrellados. Verdad es. Pero lo que ya no consideró la sabiduría popular es que algunos, pudiendo pasar a la historia con estrellas, prefirieron estrellarse ellos mismos.
Monárquicos o republicanos convictos, todos debemos reconocer que Juan Carlos I ha tenido unos méritos muy de agradecer, en la difícil eliminación del franquismo y en la implantación de nuestra democracia. Por eso cuesta comprender que, ya al final de sus días y con sus problemas de salud y movilidad, se enrede en aquello que la Eneida califica como “hambre idólatra del oro” (auri sacra fames) que “nos lleva a cosas increíbles”. Porque increíble parece que, después de aquel “me he equivocado, no volverá a suceder” que todos oímos por televisión, ahora, al marcharse de España, le pusiera a su hijo como “línea roja” el no renunciar al título de monarca, dejando tanto al rey actual como a la institución, en una situación casi de UCI.
Estos son los datos que tengo. Y parece ser que estos datos han movilizado a algunas de esas izquierdas que Piketty califica como “izquierdas brahmánicas”, para exigir como urgente el debate monarquía-república, sobre el que intentaré reflexionar ahora un poco.
Personalmente, soy de preferencias más bien republicanas. Como muestra (y no por presumir), déjeseme explicar que una vez me llamaron de la casa real para tener un debate ante la reina Sofía, a propósito del libro publicado con el amigo Ignacio Sotelo (“Con Dios o sin Dios”); y preferí declinar la invitación, alegando mis ideas republicanas y aun reconociendo mi gratitud a Juan Carlos, por su papel en la dificilísima transición española. Reconozco también que si hoy hubiera un referéndum sobre monarquía o república, votaría por la segunda.
Reconocido esto, sigo haciéndome la pregunta de si ese debate es, en estos momentos, tan urgente y tan primario, o si la confesión del maestro Rubalcaba (que el PSOE prefería aparcar de momento sus preferencias republicanas en aras del respeto a la legalidad y la convivencia), no resulta hoy más ética y de más amplitud de miras por lo que ahora mismo diré.
Una de las cosas que no me gustan de las monarquías (aun reconociendo la evidente diferencia entre monarquías absolutas y constitucionales), es que sus miembros dejan de ser personas normales para convertirse en roles impersonales. Estos años pasados he pensado con frecuencia que nuestras pobres infantas no habrán tenido infancia ni podrán tener adolescencia como criaturas normales, por estar siempre encajonadas en un papel y unas fotos de rigor, que les impiden ser simples seres humanos como todo el mundo. Creo que esta esclavitud es la que lleva a muchas figuras “regias” a compensarse con diversas formas de corrupción que no se han dado solo en España. Y pienso que esto puede haber influido en la degradación de las conductas de Juan Carlos I quien, según algunas gentes que le conocían, es persona más bien campechana, a quien el traje real le quedaba estrecho.
Por otro lado, la historia da también algunas lecciones que te obligan a reconocer que tampoco la república es esa solución mágica que nuestros desnortados políticos parecen buscar por todas partes sin encontrarla nunca: porque no existe. Podemos tener una república y tener presidentes como Trump, como Bolsonaro o como Puigdemont… La verdad es que, apelando otra vez al refrán, “para ese viaje no se necesitaban alforjas”…
Yo exigiría inmediatamente una república si supiera que entonces no habría en esta España de hoy gente que pasa hambre, ni que un pobre recolector de frutas muere sin cuidados de un simple golpe de calor, por culpa de uno de tantos patronos desalmados. Si supiera que desaparecía esa “ley de reforma criminal” (que eufemísticamente llamaron “laboral”), y ese salario mínimo profundamente injusto; y que un futbolista ya no ganará más dinero que un médico…
Exigiría inmediatamente una república si supiera que nuestros políticos renunciaban entonces a asignarse el sueldo a sí mismos y se sometían a ese “mercado de trabajo” que aceptan para todos los demás salarios menos para el suyo. O si supiera que los Bancos iban a devolver todo el dinero del pueblo con el que se los sacó de la crisis y que apenas han retornado. O si supiera que un pretendido comunista no se cree con derecho a vivir en La Moraleja. Y que habrá una ley de ingresos máximos, y un nuevo sistema fiscal que, a la mitad mejor situada de la sociedad, la grava progresivamente de manera muy seria, obligándola a devolver aquello que ya no es suyo, porque ya tiene todas sus necesidades suficientemente cubiertas.
Y, sobre todo, si supiera que en la república desaparecen todas esas “monarquías absolutas” que nos siguen gobernando y que hoy se llaman empresas transnacionales: las cuales no están sujetas a la Constitución (porque entonces ya no vienen) y tienen una inviolabilidad mayor que la de Juan Carlos; que vienen cuando quieren y se van cuando les place, como Nissan, sin importarles los dramas que dejan.
En definitiva: pediría mañana mismo la república si supiera que este país va a abandonar esa obsesión suicida por el enriquecimiento enorme e inmediato que nos ha llevado a cargarnos la naturaleza, a vivir de burbujas inmobiliarias y a depender de factores ajenos a nosotros (como ese turismo exagerado y sin control que un buen día puede dejarnos con una mano detrás y otra delante, como está pasando ahora)…
Pero si estos problemas van a seguir sin solución, no entiendo para qué tanta obsesión y tantas prisas por vestirse de un color o del otro, si vamos a seguir viviendo en este desastre de país que, encima, algunos políticos tienen la hipocresía de calificar como “un gran país”, adulando así al pueblo como suelen hacer algunas derechas. Ya dije otra vez que los países no son ni pequeños ni grandes: pasan épocas de más grandeza y otras de más pecado. Y no creo que esta España doliente atraviese hoy una época muy boyante de su historia.
A mí todo eso me afecta mucho menos porque no tengo futuro y sé que dentro de poco ya no estaré. Pero pienso con frecuencia en toda esa juventud de hoy que por nuestros pecados, hemos puesto ante un horizonte tan difícil. Y pido a todo ciudadano o ciudadana que se considere de izquierdas, una reflexión muy seria sobre las duras críticas a la izquierda que hace Th. Piketty (en "Capital e ideología), o las que insinuaba ya hace años Ignacio Sotelo (en su libro “El estado social”). Para que no caigamos en aquella hipocresía ya clásica, del que vivía enriqueciéndose, aprovechando un sistema injusto, y luego daba un pellizquito de limosna para tranquilizar su conciencia. Preguntémonos si esa exigencia de cambiar inmediatamente el régimen es un acto solidario o, más bien, inconscientemente egoísta.