Reflexiones sobre el drama palestino-israelí Israel y Palestina: "Todos han pecado" (Romanos 3,23)
"Según Pablo, los buenos son igualmente pecadores que los malos: hacen el bien por puro egoísmo y por afán de superioridad"
"A. Guterres, secretario de la ONU tiene plena razón cuando dice que Hamas no ha nacido porque sí, ni de la nada. Se le podría añadir que el sionismo y la Nakba tampoco nacieron de la nada"
"Solo una profunda liberación interior nos capacita para construir comunidad"
"Por eso (dejando a Pablo), pido por favor a todos los judíos: lean a E. Lévinas. Sentirán vergüenza de lo que están haciendo hoy, o tendrán que llamar “antisemita” a uno de los judíos más grandes de nuestros días. A los musulmanes les pido igualmente: lean a Rumi o a Ibn Arabí y sentirán lo mismo"
"Solo una profunda liberación interior nos capacita para construir comunidad"
"Por eso (dejando a Pablo), pido por favor a todos los judíos: lean a E. Lévinas. Sentirán vergüenza de lo que están haciendo hoy, o tendrán que llamar “antisemita” a uno de los judíos más grandes de nuestros días. A los musulmanes les pido igualmente: lean a Rumi o a Ibn Arabí y sentirán lo mismo"
| José I. González Faus teólogo
Pablo de Tarso escribió su carta a los romanos porque eran una comunidad (ya cristiana) profundamente dividida entre convertidos judíos y paganos. Todo el mensaje de la carta se resume en que ninguno de los dos grupos tenía razón porque ambos estaban cayendo en el mismo pecado: la condena del otro.
Pablo da por supuesto y describe en su primer capítulo que existen “los malos”. Pero su enseñanza a partir del capítulo segundo es que “los buenos” son igualmente pecadores. Los malos (paganos) lo son porque se endiosan poniendo sus propios deseos en el lugar de Dios. Los buenos (judíos) porque se permiten condenar y hacer desaparecer a los malos: su fe en Dios y su presunta bondad les sirve para poner a Dios totalmente de su parte y disponer de Dios a su gusto, lo cual es otra forma de endiosarse: nosotros somos la luz, ellos las tinieblas. En ambos casos el egoísmo lastra todas sus acciones y las pervierte. Todos son pecadores.
Pablo concluye entonces que ambos necesitan una liberación interior. Y el mensaje paulino para obtener esa liberación es la fe en un Dios que, en Jesucristo, ha revelado que nos ama a todos incondicionalmente, tal como somos; y que si desea nuestro cambio es para que saquemos lo mejor de nosotros y no para imponerse como superior. Solo la confianza y la seguridad que dan el saberse amado de ese modo, y nada menos que por Dios, nos pueden liberar de nuestro ego: de nuestra necesidad “de ser alguien” y de aprobación y reconocimiento. “Todos son pecadores y necesitan la gloria de Dios”, concluye Pablo: esa gloria que, en el léxico paulino, define precisamente al amor incondicional de Dios.
Pero además, esa liberación interior es lo único que nos capacita para construir comunidad (los capítulos últimos que constituyen la segunda parte de esa carta [12-15] están dedicados precisamente a la construcción de la comunidad).
La Biblia revela también que, desde los orígenes de la historia, el hombre ha convertido la necesidad de defenderse en una justificación del deseo de destruir al otro: “por un cardenal maté a un hombre, por una cicatriz a un joven, la venganza de Caín vale por siete”. Hasta el punto que el mismo Dios que ha dicho a Caín “la sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra que te maldice”, añade después que “el que mate a Caín lo pagará siete veces” (cf. Gen 4). El Dios bíblico se convierte así en el “primer antisemita” a pesar de que es el Dios que elige a Israel como “su pueblo”.
Y así es como se pervierte la historia humana en una sucesión de venganzas encadenadas. A. Guterres, secretario de la ONU tiene plena razón cuando dice que Hamas no ha nacido porque sí, ni de la nada. Se le podría añadir que el sionismo y la Nakba tampoco nacieron de la nada[1]. Y así acabaríamos remontándonos poco a poco hasta la destrucción de Jerusalén y del Templo por el imperio romano, hacia el año 70.
Pero Pablo puede que no sirva aquí para nada: porque los árabes dirán que no es musulmán, y los judíos lo considerarán “antisemita”, a pesar de ser la persona que ha escrito cosas más favorables a los judíos (“como cristiano digo que de ellos son la presencia de Dios, la alianza y las promesas… y los dones de Dios son irrevocables; yo aceptaría ser un proscrito en favor de ellos” (Rom 9, 1ss y 11,29).
Por eso (dejando a Pablo), pido por favor a todos los judíos: lean a E. Lévinas. Sentirán vergüenza de lo que están haciendo hoy, o tendrán que llamar “antisemita” a uno de los judíos más grandes de nuestros días. A los musulmanes les pido igualmente: lean a Rumi o a Ibn Arabí y sentirán lo mismo.
Solo entonces estarán ambos capacitados para intentar resolver este escándalo literalmente satánico.
P.D. Por casualidad o por providencia, concluido este escrito me encuentro con las siguientes palabras de que el gran Zygmunt Bauman hace suyas y prolonga después: “asumir la actitud correcta haría imposible pasar por alto los crímenes de guerra cometidos por el ejército israelí y la persecución de los palestinos; pero esto era así, debido al cruel destino de los judíos europeos: sufrimiento, discriminación, pogromos, encierro en guetos y, por último el intento de su destrucción completa”.
Y Bauman continúa: “creo que la misión de los supervivientes del Holocausto es ayudar a la salvación de nuestro mundo, de otra catástrofe de carácter y magnitud similares… El acto de infligir dolor a otros degrada y corrompe indudablemente a quien lo perpetra. Y quienes sufren el dolor no emergen moralmente ilesos de su ordalía” (Ceguera moral: la pérdida de la sensibilidad en la modernidad líquida, pgs. 50-51). ¡De qué poco han servido estas sabias palabras!
[1] La Nakba es, según Wikipedia, “la destrucción de la sociedad y la patria palestina en 1948, y el desplazamiento permanente de la mayoría de los árabes palestinos”.
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