Noemí. Una vida en proceso
| por Dolores Aleixandre
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Viví en la casa de mis padres hasta que salí de ella para casarme con Elimélek, que fue un buen marido y me dio dos hijos: Majlon y Kilion. Todo iba bien hasta que llegó aquella larga sequía que secó los campos, arruinó las cosechas y borró el nombre de nuestra amada Belén porque ya no era para nosotros “Casa de pan”…Nos vimos forzados a emigrar dejando atrás la tierra que tanto amábamos. Fue muy duro para nosotros separarnos de Belén, una ciudad cargada de nuestras mejores tradiciones: en ella está la tumba de Raquel, la esposa tan amada de Jacob y ahí levantó él una estela sobre su sepulcro; allí nació y fue ungido David, el mejor de nuestros reyes y de ella dijo el profeta Miqueas: “Y tú Belén Efrata, la más pequeña entre los clanes de Judá, de ti sacaré al que ha de ser soberano de Israel…” (Mi 5,1). El país de Moab era para nosotros el peor de los destierros: desde niña había oído contar oscuras historias sobre este pueblo, descendiente del incesto de una hija de Lot (Gen 19); se habían también negado a darnos comida y bebida cuando salimos de Egipto (Dt 23, 4) y se decía que a quien se casara con sus mujeres, le sobrevendrían toda clase de desgracias. Sin embargo mis hijos se casaron con Orfá y Rut, dos mujeres moabitas, y esta segunda fue para mí origen de toda clase de bendiciones.
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