U Ohn Win atribuyó la responsabilidad del accidente en Hpakant a la 'avidez' de las víctimas Carenal Bo denuncia: "Los mineros fueron sacrificados sobre el altar de la avidez"
"En estos tiempos de Covid-19, las punzadas del hambre no pueden ser puestas en cuarentena. Esto lleva a estos pobres hombres a buscar migas de jade, que caen de las excavadoras"
"Debemos compartir los tesoros de la naturaleza ofrecidos por Dios. Las riquezas de Birmania pertenecen al pueblo birmano"
"No es la primera vez que se verifica una tragedia semejante y si los responsables no responden con compasión y justicia, no será la última de las tragedias inhumanas"
"No es la primera vez que se verifica una tragedia semejante y si los responsables no responden con compasión y justicia, no será la última de las tragedias inhumanas"
((AsiaNews).- Los 172 muertos en una mina de jade en el norte de Myanmar, “fueron sacrificados sobre el altar de la avidez, a través del abandono y la arrogancia de las empresas que continúan deshumanizando a los pobres en esta tierra”. El Card. Charles Maung Bo, arzobispo de Rangún, describió así lo sucedido en Hpakant, en el nordeste del país, donde los deslizamientos de tierra sepultaron a centenares de mineros entre los escombros dejados por las estructuras industriales.
El jade es una piedra preciosa, sobre todo en la cultura china. En China, hasta hoy, alianzas y matrimonios no son sellados con anillos de oro o plata, sino de jade. Según refiere Eglises d’Asie, Birmania, la región septentrional en el Estado de Kachin produce el 70% del mercado mundial de jade. La categoría más pura de jade, el jade imperial, está valorada en 20 mil dólares americanos (cerca de 17.500 euros) por Kg según la ONG Global Witness. Según un informe publicado en 2015, la industria del jade, que traería 31 millardos de dólares al año al país, produce el equivalente al 40% del PIB birmano, y el Estado birmano es incapaz de controlarlo.
Según el think tank local CESD y el l'International Growth Center, esta industria es doble, ya que combina una excavadora y un ejército de mineros en sandalias. “Por un lado está la extracción industrial, muy rápida y fuera de cualquier escala humana, que transforma las montañas en cráteres lunares. Se trata de juntar millardos de dólares a cambio de que los reglamentos sean cómodos. Esta velocidad y la falta de normativas explican los numerosos incidentes”, declaró el analista Richard Horsey en Twitter .
Los escombros son descargados en pilas inestables. Decenas de mineros clandestinos esperan las descargas de los camiones para infiltrarse entre estos escombros y recuperar unas gotas de riqueza. En total, más de 400 mil trabajadores ilegales buscan fortuna de este modo. El rédito medio de los trabajadores ilegales se estima el doble del salario medio mínimo en Myanmar.
Casi todo el jade producido es contrabandeadoa China. Grupos armados, incluido el Ejército para la independencia de Kachin y también el mismo ejército birmano, organizan el tráfico y el control de los trabajadores ilegales. El sector de la producción y de la venta de jade es ampliamente controlado por la Myanmar Gems Enterprise (MGE), un conglomerado controlado por el ejército birmano y por sus ex oficiales.
En este panorama, simultáneo al anuncio del pago de una indemnización a las familias de las víctimas (unos 320 euros por víctima), el ministro de los recursos naturales y de la tutela ambiental, U Ohn Win, definió a los mineros ilegales como “ávidos”, atribuyéndoles la responsabilidad individual del accidente. Ante tanta frialdad, el Card. Bo puso en entredicho el origen de esta “avidez”. En un comunicado del 5 de julio afirmó: “Los muertos no solo fueron arrastrados por la montaña y por sus piedras, sino por una montaña de injusticia. El Papa Francisco señaló la ola infinita de injusticias económicas y ambientales que afectan a los pobres de todo el mundo. Aquellos que murieron fueron sacrificados sobre el altar de la avidez, a través de un total abandono y la arrogancia de las empresas que continúan deshumanizando a los pobres en esta tierra”.
Pero, mientras la mirada apunta a la responsabilidad del gobierno civil, este permanece impotente en relación con las otras partes involucradas, de los grupos étnicos armados y del ejército mismo.
Y la miseria no puede ser erradicada por las prohibiciones sino, como lo recordó el Card. Bo, por “compasión y justicia”. “En estos tiempos trágicos tiempos de Covid-19, las punzadas del hambre no pueden ser puestas en cuarentena. Esta situación lleva a estos pobres hombres a buscar las migas de jade que caen de las excavadoras”. “Debemos compartir los tesoros de la naturaleza ofrecidos por Dios. Las riquezas de Birmania pertenecen al pueblo birmano. No es la primera vez que se verifica una tragedia como esta y si los responsables no responden con compasión y justicia, no será la última de las tragedias inhumanas”.