El Nuncio del Vaticano en Ucrania, ante la Navidad de guerra en el país Kulbokas: "Debemos rezar por la paz, esperar en la paz"
En la capital ucraniana, la gente está restableciendo la vida cotidiana y volviendo a misa. La emergencia del frío y la falta de electricidad y calefacción, tras la destrucción de varias infraestructuras energéticas, abren escenarios dramáticos para el invierno
"Veo en las redes sociales", añade el diplomático, "numerosos vídeos según los cuales la paz en la que piensa Rusia sólo sería un 'alto el fuego' para reorganizarse y aniquilar a Ucrania tarde o temprano"
| Salvatore Cernuzio – Enviado a Kyiv (Ucraina)
(Vatican News).- El apagón en Kiev se desencadena a partir de las 15.30 horas, cuando el sol gris se pone tras el río Dnipro. En una mitad de la ciudad brillan las ventanas de los rascacielos y los surtidores de gasolina; la otra mitad estaría envuelta en una oscuridad total, si no fuera por unos pocos adornos navideños que cuelgan de los balcones.
Al cabo de unas horas se produce un cambio: donde había luz, se impone la oscuridad y viceversa. Los habitantes de la capital ucraniana llevan semanas viviendo en estas condiciones tras la destrucción de importantes infraestructuras energéticas. "Pero ya no se oyen disparos como antes", afirma el nuncio apostólico en Ucrania, monseñor Visvaldas Kulbokas.
Una frase repetida por muchos ciudadanos de Kiev, como para alejar el terror de nuevos ataques y confirmar la idea de que, una vez superada la fase más crítica del conflicto, podrán resistir incluso la "nueva situación". Es decir, la falta de luz y electricidad, durante horas y a veces días, y la imposibilidad de calentarse de un frío glacial que baja a tres grados bajo cero incluso a las 11 de la mañana. Culpa también de la nieve que lleva días cayendo copiosamente en todos los barrios, cubriendo las cúpulas doradas de las iglesias ortodoxas e incluso las escalinatas de plaza Maidan, escenario de la revolución de 2014.
La corriente que va y viene
Parroquias, oficinas y familias buscan generadores eléctricos que, según explican, cuestan hasta mil hryvnia. Desde la ciudad italiana de Jesolo, gracias a una campaña de recaudación de fondos, llegarán 40 en los próximos días. Se distribuirán principalmente en las zonas más periféricas y en la "nueva Kiev", la zona construida en los años ochenta y noventa.
Sin embargo, en los distritos residenciales, donde se encuentran las embajadas y el palacio presidencial, las condiciones son mucho mejor. "Sin embargo, también nosotros tenemos nuestros problemas", dice el nuncio al grupo de periodistas que viajan a Polonia y Ucrania con sus respectivas embajadas ante la Santa Sede y a los que recibe en la Nunciatura. La misma Nunciatura en la que, hasta el pasado mes de mayo, se utilizaban mesas como barricadas y se extendían colchones a lo largo del pasillo en el piso de abajo, para evitar exponerse a ataques desde el aire o estar demasiado cerca de las ventanas. Aquí", explica Kublokas, "hay un generador, pero en caso de apagón puedes tener entre seis y siete horas de independencia continua, no más. Las subidas de tensión lo rompen todo. Pasamos el tiempo arreglando la lavadora, la cocina, Internet, etc.".
La huida de Nadia
El problema de la calefacción abre perspectivas dramáticas para el invierno. Tanto es así que el alcalde, Vitalij Volodymyrovyč Klyčko, ha instado a las personas mayores y frágiles a abandonar la ciudad y buscar refugio en los países vecinos. Como Polonia, donde llegó ayer Nadia, de 74 años, rostro joven enmarcado por el pelo rizado y las manos nudosas de trabajadora, tras haber permanecido en todos estos más de nueve meses de guerra en Ucrania. "En cuanto estalló la primera bomba estaba en casa de mi hijo fuera de la ciudad, volví semanas después pero no reconocí mi casa. Faltaba una pedazo... Aún así me quedé, pero ahora me han dicho que es mejor que me vaya. No tengo planes para mi vida".
Una vida que vuelve a empezar
Nadia se ha ido, pero mucha gente opta por quedarse. La impresión general es que los ucranianos, al menos los ciudadanos de la capital, quieren intentar llevar una vida lo más normal posible. "Tenemos que seguir viviendo de alguna manera", dice Kulbokas. "El lunes, cuando había alerta aérea en toda Ucrania, seguimos trabajando. Después de nueve meses, no podemos hacer otra cosa". Paseando por las calles de Kyiv, muchas todavía con caballos de frisia, se ve a la gente ir de compras, esperar el autobús en la parada, hacer jugar a los niños en las callejuelas. O ir a misa. "Hemos restablecido las siete misas diarias, que, ya por culpa de Covid y más aún con la guerra, habíamos reducido a tres. Cancelamos la misa en ruso, ya nadie asistía a ella. Se sustituyó por un servicio en ucraniano", explica el arzobispo latino de Kyiv-Zhytomyr, Vitalii Kryvytskyi.
El viaje a Kyev
Entre los ucranianos también hay quienes regresan tras haber permanecido en otros lugares. En el tren de Przemyśl a Kiev, había sólo un vagón libre. Viajaban mujeres con niños y un hombre chino, en Ucrania -explica- "por trabajo". El viaje duró diez horas y media, más de una hora de parada en la frontera para comprobar cada pasaporte con un soldado vestido con traje de camuflaje y una bandera amarilla y azul cosida al brazo, que miraba la cara de cada uno de los pasajeros para comprobar si sus rostros coincidían con la fotografía. Otro soldado, que lleva un perro antidroga atado a una correa, pregunta: "¿Por qué vas a Ucrania?"
Navidad a la vuelta de la esquina
Esperanza de paz
"Debemos rezar por la paz, esperar en la paz", insiste Monseñor Kulbokas, que reitera sus esperanzas de una paz real, y no una paz falsa que podría desencadenar otras guerras en el futuro. "Veo en las redes sociales", añade el diplomático, "numerosos vídeos según los cuales la paz en la que piensa Rusia sólo sería un 'alto el fuego' para reorganizarse y aniquilar a Ucrania tarde o temprano". Eso es lo que realmente teme la gente aquí".
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