Testimonio de la religiosa, misionera en Oceanía, ante el viaje papal Hermana Shanty: 'Mi misión en Papúa Nueva Guinea espera a Francisco'
El testimonio de una religiosa india de las Misioneras de la Inmaculada que trabaja en el primer país de Oceanía que visitará el Papa. La vida en las islas más remotas, la mano de Dios en las pruebas y los peligros, el desafío de llevar verdaderamente el Evangelio a las culturas tradicionales, la necesidad de más misioneros
"Vivir aquí me ha llenado de una inmensa alegría: la gente sencilla de este lugar me ha inspirado, mostrándome la belleza de la humildad y la alegría de la vida cotidiana"
| de Hna. Shanty Joseph * para AsiaNews
A lo largo de mi vida la misión siempre ha sido algo valioso que debía cuidar. Desde el momento en que comencé mi formación como religiosa, el deseo de emprender este camino fue profundo y persistente. El sueño se hizo realidad cuando me destinaron a Papúa Nueva Guinea en diciembre de 2009. Cuando llegué a este país, con sus diversidad de culturas, su rico patrimonio, sus montañas escarpadas, su exuberante vegetación y sus playas incontaminadas, me sentí como si volviera a casa, porque me hizo acordar a mi ciudad natal en la India.
Las Hermanas Misioneras de la Inmaculada se establecieron en Papúa Nueva Guinea en 1988, inicialmente en Watuluma, una pequeña localidad en la isla de Goodenough, en la provincia de Milne Bay, donde la misión está a cargo de sacerdotes del PIME. Desde entonces, nuestra misión se ha extendido a cinco diócesis y fue creciendo significativamente con la bendición de Dios. Han florecido muchas vocaciones locales y nuestras jóvenes hermanas ahora están trabajando en misiones en el extranjero.
Al reflexionar sobre mi vida, siento como si hubiera vivido un renacimiento, inmersa en una cultura diferente, pero con profundas raíces en ella. Muchas veces me pregunto de dónde viene la fuerza para ser misionero, pero creo firmemente que cuando decimos “Sí” a Dios, Él obra milagros. Fue el llamado del Señor el que me trajo a este paraíso terrenal.
Hoy vivo en Port Moresby, pero mis quince años en esta tierra han estado marcados por un mosaico de experiencias diversas, tan estimulantes como desafiantes. Mi misión comenzó en Watuluma, donde enseñaba en una escuela secundaria de nuestras religiosas. A esta zona remota, que no cuenta con bienes de primera necesidad, comunicaciones, carreteras ni transporte, sólo se podía acceder por mar. En el colegio vivían alumnas provenientes de islas lejanas y era un privilegio compartir su entusiasmo juvenil, sus alegrías y sus luchas. La calidez y el amor de la gente me ayudaron a adaptarme a su cultura, y hoy me considero papú en mi estilo de vida, aunque soy india por nacimiento.
La vida en la isla era sencilla y fascinante, pero no exenta de desafíos. Para llegar a la ciudad más cercana había que hacer un viaje en barco de dos días a través de mares agitados. Tuve que hacer frente a los peligros del mar y a los ataques piratas, pero en todo momento sentí la mano invisible de Dios que me guiaba. La comunicación fue otra prueba importante al principio: deseaba escuchar las voces de mis seres queridos, sobre todo en los momentos de incertidumbre, pero confiaba en Dios, sabía que Él me daría la fuerza para seguir adelante.
Uno de los aspectos más sorprendentes de esta cultura es el fuerte sentido del compartir, que se apoya en el sistema Wantok, que favorece un vínculo profundo entre las personas que comparten el mismo idioma.
Al cabo de ocho años me trasladaron a Kerema (Araimiri), un lugar con acceso limitado a la educación y a las necesidades básicas, donde tienen una misión los Salesianos. Enseñar en esta zona remota me permitió establecer un vínculo profundo con gente sin pretensiones, libre del ajetreo y el bullicio de la vida moderna. Disfruté mucho el tiempo que pasé con los alumnos, docentes y la comunidad, donde cada día era una lección de humildad, paciencia y perseverancia. Los estudiantes aquí son creativos, solidarios y deseosos de aprender, y sueñan con un futuro mejor. En esta tierra hay que esperar lo inesperado, pero con la fe en Dios encontré la fuerza para afrontar cada nuevo día.
En un país donde el 87% de la población vive en zonas rurales, con estructuras mínimas, la supervivencia diaria es una verdadera prueba. Hay una grave escasez de servicios de salud, lo que acarrea altas tasas de mortalidad en las madres y los recién nacidos durante el parto, y muchas zonas no tienen acceso a una clínica. Las personas a menudo deben caminar durante horas hasta la clínica más cercana para obtener medicamentos, y algunas se desploman en el camino debido a la fatiga. En las zonas remotas faltan redes de comunicación y carreteras: a veces los estudiantes caminan hasta una semana para llegar a su escuela.
En la misión me sentí como una niña pequeña aprendiendo a caminar, a observar, a adaptarme a nuevas costumbres y culturas. Apreciar la bondad de la cultura local me permitió abrazar a la gente y a este lugar con amor. La vida misionera me ha enseñado a ser un poco de todo: maestro, pastor, técnico, cocinero, barrendero, mentor, consejero... También me ha enseñado a tener paciencia, ya que aquí la naturaleza impredecible de la vida requiere estar constantemente preparado para cualquier cosa, ya sea un ataque de malvivientes, un vuelo cancelado, un bloqueo de carreteras o la amenaza de piratas del mar. Estos desafíos me han hecho más fuerte, fortaleciendo mi fe en la mano invisible de Dios en mi vida.
Aunque el campo de la misión es vasto, aquí los trabajadores son pocos. El cristianismo está muy extendido en Papúa Nueva Guinea, pero necesitamos más misioneros para difundir el amor de Jesús. Muchos misioneros provenientes de la India y de todo el mundo prestan servicio en zonas remotas y difíciles del país, alentados por las esperanzas y los sueños de las personas a las que sirven. En una sociedad donde prevalecen fuertes creencias culturales tradicionales, los misioneros enfrentan el desafío de fortalecer la fe cristiana de la gente, especialmente en tiempos de enfermedades y desastres. Preparamos a los fieles para los sacramentos, visitamos a las familias y las cárceles para catequizar, formamos en la fe a niños, jóvenes y madres, impartiendo educación religiosa en las escuelas. Los misioneros a menudo asumen el desafío de llegar a los lugares más remotos, caminando kilómetros para estar con la gente. Nuestra esperanza para el futuro es llegar hasta las periferias más extremas, llevando los valores de Cristo a quienes los necesitan, pero hacen falta muchos más misioneros para cumplir esta misión.
La misión en Papúa Nueva Guinea me ha llenado de una inmensa alegría y me enseñó a tomar la vida como viene, abrazando la paciencia en medio de los desafíos. La gente sencilla que vive aquí me inspiró, mostrándome la belleza de la humildad y la alegría de la vida cotidiana. Durante mi misión, hago experiencia de la providencia de Dios que me protege de todos los peligros y me guía en cada tormenta.
Una de las fortalezas de este país son sus jóvenes, que son más del 60% de la población. Con el apoyo del gobierno de Papúa Nueva Guinea, muchos de ellos son enviados a la India y otros países para recibir educación superior. Espero y rezo para que surjan más vocaciones de Papúa Nueva Guinea, que más niños tengan acceso a la educación y que el país progrese en la buena gobernanza y la evangelización.
Las palabras del Salmo 91 han tenido un impacto profundo en mi vida: “Él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos”. (Salmo 91:11). He experimentado esta protección muchas veces en las situaciones concretas de mi vida misionera.
Estoy profundamente agradecida por la oportunidad de servir en este lugar y creo firmemente que Dios nunca nos prueba más allá de nuestras capacidades. Con esperanza, confianza y perseverancia inquebrantables, podemos superar cualquier desafío. Nunca dejen de esperar, tener confianza y hacer el esfuerzo.
* religiosa de las Misioneras de la Inmaculada en Port Moresby (Papúa Nueva Guinea)
(con la colaboración de Nirmala Carvalho)