(Vatican News).- La Farnesina les había desaconsejado partir de cualquier manera; menos de 24 horas antes del vuelo, la pareja recibió incluso una llamada telefónica del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano: "no vayan, es peligroso y no podemos garantizar su seguridad". Pero a Marta Genova, periodista, y a su marido Antonino Costa, fotógrafo, les importaba demasiado esta hermosa historia y así, con sus maletas cargadas de equipos, pasión y fe, volaron a Juba, para contar y documentar el proyecto "Open Caps" a través de fotografías.
Todo comenzó en un pequeño pueblo de poco más de mil almas de la provincia de Palermo, Villaciambra, precisamente en el Oratorio Don Bruno di Bella de la Parroquia María Santísima del Rosario. Durante la misa dominical, Marta y Antonino están sentados en los bancos de la iglesia y, tras la bendición, oyen al párroco hablar de la recogida y venta de estos tapones de plástico casi como algo "milagroso". De hecho, sirven para financiar iniciativas caritativas en favor de personas frágiles, pobres y en circunstancias difíciles, y esta vez han otorgado solidaridad y esperanza a los niños de una aldea cercana a la capital de Sudán del Sur, ofreciéndoles becas en la "Secondary School Bro. Augusto Memorial College”, instituto que forma parte de los proyectos financiados por la Conferencia episcopal italiana (CEI) en el país, a través del Comité y Servicio para la Acción Caritativa en el Tercer Mundo, junto a la construcción del cercano Centro de Paz del Buen Pastor, donde Marta y Antonino se alojaron durante su viaje, y la Universidad Católica de Sudán del Sur.
"Hoy es más necesario que nunca dar buenas noticias, ¡y ésta lo es! Los periodistas también tenemos el deber de mostrar al mundo la otra cara de la moneda", exclama Marta mientras explica toda la cadena que convierte tapones en dinero para educar a quienes, en lugares como éste, mueren de analfabetismo.
La sostenibilidad como salida
Todas las familias de Villaciambra y sus alrededores se han convertido en celosas "acumuladoras" de tapones. Las apartan, implican a sus hijos, incluso a los más pequeños, y una vez llenas las bolsas, las llevan al oratorio. El punto de recogida de los tapones para las iglesias de la ciudad de Palermo que participan en la iniciativa es la parroquia de Santa Lucía, gracias al apoyo de Claudio Parotti, un hermano comboniano que vivió durante años en Colombia.
Los tapones son llevados en coches y minibuses privados a un almacén - un espacio cedido gratuitamente por un vecino de Villaciambra - y se vacían en las "Big Bags" de 160-170 kg cada una. Estas enormes bolsas se transportan después a una empresa de la provincia que recicla los tapones y revende el producto semiacabado a empresas que fabrican diversos objetos: tuberías, utensilios, accesorios de decoración. En años anteriores, la venta de las tapas ha permitido recaudar sumas de dinero bastante importantes, que se han destinadas a la promoción de actividades benéficas y solidarias. Esta vez, la solidaridad llegó a Juba.
Educación y emancipación
A pesar de su independencia del Norte, proclamada en 2011, Sudán del Sur sigue sumido en una guerra civil, una crisis social, económica y política, y una situación humanitaria colapsada. En muchas zonas, no hay acceso a servicios higiénicos ni agua potable; en otras, no hay electricidad; hay carreteras llenas de baches e intransitables, basura por todas partes y los niños se ven obligados a trabajar o a encañonar armas en lugar de sentarse en un pupitre y aprender a construir su propia libertad y su futuro.
"Cada vez que ocurre algo en Sudán del Sur, los primeros perjudicados son los jóvenes", relata Marta Genova, "el gobierno, en guerra permanente con los llamados rebeldes, suspende las clases ante cualquier atisbo de crisis, bloquea cualquier proyecto educativo o de formación, incluso los puestos en marcha por la Iglesia local, y congela de hecho su única oportunidad de salvación". Con “Open Caps” se ha abierto un camino diferente, que permite a 15 chicos y chicas de entre 14 y 20 años estudiar y obtener un diploma, y esto es un paso enorme, aunque parezca una gota en el océano".
No hay cansarse de hablar de belleza
“El viaje fue una especie de Odisea” nos dice Marta que reconociendo, sin embargo, que nunca perdieron la fe, quizá también gracias a ese rosario que llevaba en la mano, pidiendo la intercesión y protección de la Virgen. "Tras ponernos en contacto con los combonianos sobre el terreno y después de recibir dos billetes de avión a Juba - bastante caros y fuera de nuestro alcance, de la organización de voluntariado Caramella Smile, formada por médicos y cirujanos que trabajan en África con un proyecto de diagnóstico y tratamiento de malformaciones craneofaciales - mi marido y yo nos pusimos en marcha para contar la historia de este viaje de esperanza de 5.000 km a través de un proyecto de fotoperiodismo, que pronto se transformará en una exposición”.
“Hubo muchas dificultades, obtuvimos un visado de trabajo, pero una vez allí - añade Marta - cuando cruzábamos el puente sobre el Nilo Blanco, nos pararon, registraron el coche, confiscaron nuestros equipos, nuestros teléfonos móviles, en un momento dado incluso quisieron arrestarnos, pero al final, gracias a la intermediación del hermano Bosco, secretario especial de la escuela de Juba que viajaba con nosotros, y tras pagar una suma en dólares, continuamos, aún más convencidos de que lo que teníamos que hacer era revelar la belleza y la fuerza de este proyecto".
Encuentro con los estudiantes
"Conocimos a todos los estudiantes y especialmente a los que habían recibido becas. No sabían nada y mientras les explicábamos lo que había pasado con sus vidas nos miraban con los ojos anegados de felicidad, nos escuchaban asombrados. Sólo sabían que un día el padre Mario Pellegrino, misionero durante años en aquellas tierras, los había sacado de la calle y de la degradación de los pueblos, pero no esperaban poder estudiar.
Les sorprendió, les conmovió descubrir que en una ciudad lejana hay quienes piensan en ellos e intentan ayudarles, y esto les abrió una reflexión más amplia también sobre lo que ellos mismos podrían hacer algún día por su país. Todos nos dieron las gracias. Un chico en particular había perdido a sus padres, a algunos de sus hermanos, y sin embargo no paraba de decir lo feliz que estaba de estar allí, en la escuela”.
“Del mismo modo, en Palermo (pero en general también en las demás realidades que se adhieren a la recogida de tapones, y son muchas en Italia), - sigue narrando Marta - no saben exactamente el propósito de la iniciativa, porque nadie se lo ha dicho nunca. Hacerles saber cómo están las cosas y mostrarles el resultado de sus acciones significa transmitirles un poderoso mensaje que sólo puede hacerles bien y animarlos a hacer más. Si sabes que esas tapas ayudarán a personas con un nombre, un rostro, aunque vivan en otro continente, las apartas con cuidado, te tomas la molestia de llevarlas al centro de recogida, te conviertes en una parte fundamental del proyecto y lo haces con alegría".
Parte del todo, como en Laudato si'
A lo largo del viaje, a través de todo el trabajo fotoperiodístico, pero ya desde Villaciambra, dice Marta, "sentí el eco de Laudato si' en esta iniciativa". Me sentí personalmente llamada a llevar a cabo mi misión. Son tapones que no cierran, sino que abren posibilidades para las personas y el medio ambiente, con la recuperación y el reciclado del plástico, por un lado, y la oportunidad de redimirlo, por otro. “Open Caps" es un proyecto de sostenibilidad medioambiental que también nos recuerda la importancia de reforzar los lazos, las conexiones, porque nadie se salva solo y sólo unidos podemos marcar la diferencia. La colecta de tapones de plástico es una especie de negocio sostenible y ecosocial, por lo que va perfectamente en la dirección de Laudato si'. El tapón, al contrario que la botella, puede reciclarse y reutilizarse casi indefinidamente para crear cosas útiles, desde tuberías de desagüe hasta accesorios para el hogar, y va en dirección contraria a esa cultura del despilfarro que denuncia constantemente el Papa Francisco".
Al contemplar las instantáneas tomadas por Antonino Costa, también a nosotros nos embarga una fuerte emoción. "Las fotos cuentan miradas, cuentan rostros - concluye Marta -. En concreto, hay una que quería titular 'Esperanza'. Retrata a una niña de 10 años, con las manos delante de la cara casi entrelazadas y los ojos negros pero brillantes, luminosos, que a pesar de todo lo que ya han visto, están llenos de esperanza y fe en la vida, en los adultos. Por eso estamos casi obligados a ayudar a estos niños, precisamente por la confianza que expresan y depositan en nosotros. Es como si gritaran: '¡Puedes ayudarme! Intentamos detener el tiempo, un tiempo feliz, y quizá incluso lo conseguimos. Estos chicos están ocupados todo el día, siempre están estudiando, excepto durante la pausa para comer. Su perseverancia es encomiable, pero nunca parecen cansados, al contrario, están hambrientos de conocimiento, de curiosidad, están llenos de asombro, el mismo asombro que vemos en la Creación cuando no está contaminada, sucia, desfigurada, cuando la mirada de Dios brilla a través de ella".
Algunas cifras
El plástico de los tapones de las botellas es de otro material, polietileno (PE) o polietileno de alta densidad (HDPE). Son plásticos que tienen un gran impacto en el medio ambiente porque se fabrican utilizando grandes cantidades de petróleo, agua y energía. Esto no es bueno, pero aún podemos sacarles algo de bueno y explotar el valor que tienen, a saber, el hecho de que estos plásticos pueden reutilizarse indefinidamente. Una tonelada de tapones de plástico cuesta entre 150 y 200 euros. Según indicó hace unos años Cicap, el comité creado en 1989 también por iniciativa de Piero Angela, una tonelada de tapones corresponde a más de 400 mil tapones de plástico.
El Oratorio de Villaciambra ha recogido más de 2 mil euros, la carga más reciente vendida a la empresa de reciclaje es de unas 11 toneladas. Dos mil euros en lugares como Sudán del Sur es mucho dinero. No existe una "lista de precios" nacional, las empresas intentan seguir una línea compartida que, sin embargo, fluctúa. La empresa siciliana, por ejemplo, en los primeros años pagaba topes de 0,20-0,25 euros por kg (era 2006-2007), luego el precio bajó a un mínimo de 0,10 y volvió a subir en 2018. Ahora estamos entre 15 y 18 céntimos por kg.