España está dejando de ser España
Alguien de forma profética nos alertaba del peligro de una España desunida y sin Dios, algo que ya está sucediendo por voluntad y decisión de los propios españoles, aunque no sean todos.
La católica España de no hace tanto tiempo ha pasado a ser la abanderada del progresismo laicista. Nos hemos venido haciendo ilusiones, en los últimos años, con el resultado de unas encuestas que no reflejaban la verdadera realidad sociológica de nuestro país. Nos consolábamos pensando que en la católica España el número de los creyentes era abrumadoramente mayoritario, como lo eran los que se casaban por la Iglesia y los bautizados. Los padres que elegían Religión para sus hijos rondaba el 85 % y las familias, casi en este mismo porcentaje, mantenían su tradición religiosa. España parecía mantenerse fiel a su destino. Las multitudinarias concentraciones de los españoles, allá por los años ochenta, en torno al Papa así lo daban también a entender.
El tiempo ha ido pasando y en cuestión de unas décadas el laicismo ha hecho su presencia de forma alarmante. En España son ya pocos los que se declaran católicos practicantes; tal vez no pasen del 20 %. Los matrimonios civiles y las parejas de hecho igualan en número a los que se casan por la Iglesia, eso sin contar los divorcios. El número de los alumnos de bachillerato que eligen Religión ha descendido considerablemente.
Estos y algunos datos más que nos sirven las recientes estadísticas, nos hacen pensar que España se ha sumado al proceso secularizador que afecta a casi todas las naciones de Europa, La propia Conferencia Episcopal Española así lo reconoce en su Plan Pastoral del año 2000.
Si tuviéramos que analizar las causas que han originado este vuelco espectacular tendríamos materia para escribir un libro. Lo que ahora haremos es señalar algunos de los motivos que, a nuestro modo de ver, han sido definitivos en esta cuestión, sin entrar en matizaciones.
Desde hace tiempo el laicismo beligerante se ha hecho presente y amenaza con expulsar de la sociedad a Dios, a quien se le presenta como un enemigo del hombre, de su libertad y de su felicidad.
Este laicismo beligerante ha ido adquiriendo poder político y a través de una legislación sectaria trata de imponer sus puntos de vista. El programa llevado a cabo por gobiernos laicistas, como el de Zapatero, no está teniendo una réplica debida, ni siquiera por el Partido Popular, que en asuntos religiosos pasa olímpicamente, mostrándose débil y tolerante, de acuerdo a su consigna de que las cuestiones religiosas pertenecen estrictamente al ámbito privado.
Los representantes del Partido Popular, incluso cuando gobernaron, no han mantenido un compromiso público y consecuente con su conciencia y convicciones religiosas, cosa que no debiera ser así, teniendo en cuenta que un elevado número de sus electores son católicos, aunque éstos en ningún momento hayan amenazado con el voto de castigo. Tampoco la Iglesia, todo sea dicho, está siendo muy exigente con esta formación política.
Ante semejante panorama ¿qué podía esperarse?.....El electorado católico español anda desorientado. Ni siquiera entre los Obispos, posiblemente, haya una misma opción política. Con esto está dicho todo. ¿Cómo se le puede pedir al creyente sencillo una postura firme y segura a la hora de asumir sus responsabilidades políticas en medio de tanta ambigüedad? Y de ello depende en buena medida el futuro religioso de nuestra nación.
A todo esto hay que añadir la oleada de relativismo que viene invadiendo no sólo la esfera moral sino también religiosa de las conciencias. Estamos asistiendo a un espectáculo singular en donde no hay exigencias y lo que importa es “vivir y dejar vivir” . No son tiempos de principios, creencias o convicciones, sino de sacar a la vida el máximo disfrute y jugo posible. Tiempos de abundancia, prosperidad y permisivismo son los nuestros que hay que disfrutar a tope en los que si alguien sobra es precisamente un Dios que venga a aguarnos la fiesta. El materialismo rastrero, siempre ha brindado pocas oportunidades para elevar la mirada al cielo y comprometerse con nobles ideales, por eso es difícil que fructifique el sentimiento religioso en tiempos en los que el bienestar material lo es todo.
Por si esto fuera poco hay que hacer mención de la interna secularización en las filas de los católicos. En la crisis religiosa, que España padece, ha tenido mucho que ver los propios errores y deficiencias de quienes no han sabido entender, ni vivir la fe que profesaban. Ha habido desviaciones en el campo de la teología y se han utilizado lenguajes ambiguos que han dado origen a torcidas interpretaciones. Ha existido un desmesurado afán de racionalizar la fe que ha conducido a cuestionar dogmas fundamentales. En orden al comportamiento se han ido introduciendo criterios muy próximos al subjetivismo relativista y ante problemas acuciantes seguimos pendientes de una oportuna respuesta moral. Las cuestiones relacionadas con el culto, incluida la práctica de los sacramentos, tampoco ha estado exenta de tribializaciones y desconcierto. En principio fue cosa de círculos “progres” y avanzadillas académicas pero posteriormente este cúmulo de errores y desatinos ha llegado a las escuelas las familias y a las catequesis. Muchos han sido los fallos internos que han contribuido de forma importante a la desacralización de nuestra sociedad. Así lo reconocen los propios obispos en el documento episcopal del 2000 que lleva por título Teología y Secularización en España a los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II.
Este avanzado proceso de secularización en España puede significar que uno de los vínculos que nos mantenía unidos a todos los españoles acabe rompiéndose, un motivo más para estar preocupados por la desintegración nacional cuya amenaza nos acecha. España está dejando de ser lo que siempre fue y muchos se alegraran de ello; pero todo tiene su tiempo y puede que no tardando mucho nos lamentemos: primero porque la desunión debilita y no favorece a nadie y segundo porque no es tan fácil vivir sin Dios como el laicismo progresista cree.