La España que heredamos , no es sólo nuestra

A medida que el tiempo pasa la situación política se agrava cada vez más. Lo que ayer era un escándalo intolerable, hoy se acepta con toda normalidad, tal como ocurre con el independentismo planteado en Cataluña que pone en jaque la integridad nacional. Los separatistas catalanes, que comenzaban la singladura de la transición con la mitad del camino recorrido hacia la independencia, ven ahora cómo las distancias a la meta se van acortando a pasos agigantados Su objetivo está cada vez más cerca y son conscientes que si no lo consiguen ahora, lo conseguirán más tarde. Es cuestión de tiempo. De seguir así las cosas, son pocos quienes creen que el blindaje constitucional de la unidad de España pueda servir para algo. No se han producido las elecciones y ya se está hablando de arreglos y cambios constitucionales, que presumiblemente tan sólo van a servir para prolongar la agonía de una España que se nos escapa de las manos. Mientras tanto muchos políticos y periodistas viven más preocupados por los riesgos que puede correr el régimen del 78, que por la la integridad territorial del Estado y no es difícil adivinar la razón de ello. Seguramente que si dicho régimen se sintiera amenazado, como amenazada está la unidad de España, éstos de quienes hablo no hubieran dudado en echarse a la calle para salir en su defensa; pero como éste no es el caso, lo más que hacen es dirigirse a los secesionistas con palabras paternalistas y enternecedoras , tratando de ablandarles el corazón: “Os pedimos que seais buenos chicos y respetéis la Constitución, porque los socios europeos se pueden enfadar con vosotros”, “no olvidéis que llevamos mucho tiempo caminando juntos y no nos ha ido tan mal”, “mirad que España y Cataluña unidas serán más ricas”, “ considerad que la separación es un negocio poco rentable para ambas partes, ya que habría más paro y las cosas nos irían peor” y además “no podríamos seguir disfrutando de la rivalidad futbolística entre el Barça y el Real Madrid” .
Estos son los banales y frívolos argumentos que se están escuchando por doquier y a pocos se les ocurre apelar al destino universal, a las esencias y valores nacionales, avalados por un proceso histórico centenario, que ha hecho de España una gran nación por encima de lo que puedan pensar una generación de iluminados separatistas. De lo que estamos hablando es de una herencia de nuestros antepasados, que costó muchos sudores y lágrimas y de la que tenemos que responder ante las generaciones futuras. Políticos y periodistas debieran darse cuenta, que en crisis tan graves como la que estamos viviendo en España, hay que ir a lo esencial y lo esencial no es que la casa esté pintada de blanco o amarillo, que tenga 17 puertas o que todas las ventadas den al exterior, sino que lo verdaderamente importante es que esa casa común, que es de todos, de los que somos y los que serán, no se derrumbe, pues si esto sucede, sobra todo lo demás. Se supone que las constituciones y demás órganos de le Estado están en función del bien nacional y no hay mayor bien que el de preservar su propia identidad.
Hasta el propio Sr. Rajoy, tan españolista él, no está involucrándose en este asunto como la situación lo requiere . Él y su gobierno parecen más preocupados por su continuidad, que de dar seguridad al Estado Español y de prevenir cualquier peligro o ¿es que acaso no es cierto que existe un clamor generalizado en la calle, que le acusa de estar actuando con tibieza en el problema catalán, que ya viene de lejos? Cierto es que un presidente de gobierno debe actuar con extremada prudencia en cuestiones tan delicadas como ésta y evitar apresuramientos, de los que luego tenga que lamentarse, pero no es menos cierto que dentro de la epiqueya que debe adornar a todo buen presidente está la de saber prevenir y actuar en momentos y circunstancias oportunas, antes de que sea tarde. A la imprudencia se puede llegar tanto por el camino del arrebato como por el de la desidia.
Para evitar mal entendidos, quiero dejar claro, que yo no soy de los que piensan que hay que amordazar a los ciudadanos, sean catalanes o no, para impedir que hablen y expresen libremente sus opiniones, Dios me libre ; pero una cosa es esto y otra bien distinta es formular una declaración de intenciones, que están fuera del marco legal. Me parece bien que los catalanes hablen ; pero que puedan hacerlo también el resto de los españoles, en donde se supone reside la soberanía de nuestro pueblo como Nación.
No estaría mal tampoco que hablara el Rey, que para eso nos representa a todos y por ello resulta ser la persona más adecuada para ejercer el papel de árbitro neutral, con capacidad de suavizar tensiones y propiciar acercamientos, naturalmente todo ello dentro del orden establecido. Lo contrario, es decir los silencios y las inhibiciones del monarca en estos momentos tan trascendentales para España, es lo que resultaría preocupante y poco comprensible para los ciudadanos . Es un hecho constatado a lo largo de la historia que los soberanos, en la medida que han estado comprometidos con su pueblo y han sabido ser buenos patriotas, han contado con el afecto de sus súbditos .
Me gustaría también que pudieran hablar los militares , no precisamente con el lenguaje de las armas, pero sí con el de la prudencia, buen consejo y la responsabilidad que les incumbe, pues no en vano es a ellos a quienes hemos encomendado el sagrado deber de velar por nuestra seguridad, asunto éste que debe tenerles muy preocupados, según pienso. Los militares suelen hablar poco y cuando lo hacen se les pone sordina para que sus palabras no lleguen a la opinión pública. ¿Cuántos españoles conocen, por ejemplo las recientes declaraciones del General Vicente Díaz De Villegas Herrerías, en una carta abierta dirigida al Rey, que ha sido publicada por el Diario Montañés , hace poco más de un mes?
Me gustaría incluso que hablara la Conferencia Episcopal y al igual que se ha pronunciado en temas que afectan a la ética familiar se pronunciaran también en temas que afectan a la ética nacional, sobre todo por lo se refiere a la trágica situación por la que atraviesa el patriotismo, que sigue siendo una virtud moral equidistante tanto de la patriolatría como de la deslealtad. El deber y obligación para con la familia es extensivos a la Patria. Estimular el sano patriotismo ha sido siempre una de las grandes preocupaciones de la Iglesia. Recuérdese a S. Agustín , Sto Tomás, Pio XI , León XIII y últimamente La Gaudium et Spes Nº 75, donde queda expresado el deseo de que se cultive “ con magnanimidad y lealtad el amor a la Patria”.
Si al final sucede lo que tristemente nos tememos, puede que en parte sea debido a no pocas inhibiciones y silencios cómplices
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