Igualdad con el hombre sin dejar de ser mujeres
Vivimos en un mundo de desigualdades en el que a la mujer le está tocando la peor parte. Es más probable ser pobre si se es mujer que si se es hombre, es más probable que la mujer sufra también violencia y malos tratos, es más probable que sufra discriminación educativa y otras muchas más . El 70% de los que sufren pobreza extrema son mujeres. El 70% de los niños analfabetos son mujeres. Según el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en su informe 95 , no hay actualmente ninguna sociedad donde las mujeres dispongan de las mismas oportunidades que los hombres, si bien esta desigualdad es más sangrante en unas sociedades que en otras.
En este asunto de la igualdad que ahora nos ocupa no se puede decir que todo se haya consguido. Falta mucho por hacer. Aún existen países sobre la Tierra en los que la mujer sigue estigmatizada y el mero hecho de haber nacido mujer es una desgracia, que no solamente la sociedad lamenta, sino también la propia familia. En países de Iberoamérica, Asia y África no es fácil ser mujer; incluso podríamos decir que en todos los países de la Tierra la mujer sigue estando discriminada.
Es un hecho que el colectivo femenino constituye el grupo de exclusión más numeroso; ello sería razón suficiente para tomarnos en serio este asunto y considerarle como una de las principales tareas para afrontar en los próximos años.
Otra variante de la discriminación femenina es que las mujeres son las únicas que padecen en sus carnes los tres tipos de marginación: la social, la jurídica y la económica. La discriminación social hace que se vea a la mujer como un ser inferior; representa el “segundo sexo”. En algunas épocas de la historia y en algunas civilizaciones apenas se las consideraba como personas y aún persisten restos de dicha infravaloración social, en la medida que persisten tradiciones, costumbres ancestrales, actitudes y estereotipos que caricaturizan el papel de la mujer en la sociedad. Incluso en países con constituciones proclives a cierta igualdad entre mujeres y hombres están vigentes leyes consuetudinarias y religiosas, por las que se rige la vida privada y personal de muchas mujeres.
Por lo que se refiere a la discriminación jurídica es claro y manifiesto que muchas mujeres siguen bajo la discriminación de un status legal y jurídico en desigualdad con el hombre, sobre todo en cuestiones referentes al matrimonio, al divorcio, bienes heredados y vías de acceso a los medios económicos.
Existe por fin la discriminación laboral y económica, baste comparar los sueldos percibidos por el hombre y la mujer en trabajos similares realizados, o puestos ocupacionales del mismo o parecido nivel y rango. Se estima que las mujeres perciben un 30% menos que los hombres, en cambio la tasa de desempleo es bastante mayor en aquellas que en estos.
Sin duda hay que seguir hablando de que la mujer es víctima de la discriminación y la violencia, pero aún con todo hay motivos para la esperanza. La Convención para la Eliminación de todas Formas de Discriminación de la Mujer de 1779 ha logrado frutos aceptables y el mero hecho de que haya sido uno de los tratados con un mayor número de ratificaciones (170 Estados) es ya motivo de satisfacción y signo indicativo de que en muchas conciencias comienza a reconocerse la dignidad de la mujer.
Esta Convención consta de 30 artículos y está promulgada en forma jurídicamente obligatoria. En ella aparecen principios y medidas destinadas a conseguir que la mujer goce de unos derechos reconocidos universalmente. Según se nos manifiesta en el artículo 1 “La expresión discriminación contra la mujer denota toda distinción, exclusión o restricción basada en el sexo, que tenga por objeto o por resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la base de igualdad del hombre y la mujer, de los derechos y las libertades fundamentales, en la esfera política, económica, social, cultural y civil, o en cualquier otra esfera”.
En su diferente articulado la Convención exhorta a los Estados a prohibir la discriminación; a impedir la desigualdad en el empleo, o remuneración; a acelerar el proceso de igualdad con el hombre y a reconocerle los mismos derechos a nivel de familia.
Son muchas las conquistas logradas en el siglo XX a favor de la mujer: derecho al voto, incorporación activa a la vida laboral, participación en la política y en las decisiones públicas, etc. Muchos logros han sido también los conseguidos en el campo de la educación, aunque todavía falte mucho por hacer. Tanto ha sido lo conseguido que al siglo XX se le conoce ya como “el siglo de la mujer”. Es importante que en la conciencia de los hombres se haga cada vez más presente el sentimiento de acabar con esta lacra. En cualquier caso es a la mujer a quien en primer lugar le corresponde tomar conciencia de la situación en que se encuentra y luchar por esa igualdad que le corresponde. Las madres tienen un papel importante que cumplir como educadora de sus hijos y de sus hijas y la mujer en general ha de saber de que, aunque sea inconscientemente, está ella misma favoreciendo al machismo. Lo favorece cuando imita las peores actitudes y comportamientos del hombre, cuando se emborracha, se droga, se entrega al desenfreno, haciendo que en la interrelación hombre-mujer vaya quedando poco de cariño y mucho de sexo, es así como se ha perdido lo más bonito y romántico del amor. La mujer está favoreciendo al machismo cuando se masculiniza, perdiendo su propia identidad, cuando se contagia de la vulgaridad y grosería de muchos de los comportamientos masculinos. Está favoreciendo al machismo cuando de sus labios salen las mismas expresiones obscenas y sexistas, lo cual no sólo es que sea de pésimo gusto, sino que resulta estúpido y ridículo, pues ¿qué sentido puede tener que la mujer utilice para sí y rinda vasallaje en frases hechas, a unos atributos masculinos que no le pertenecen mientras infravalora los propios?. La mujer nunca debió ni debe renunciar a ser mujer. Igualdad con el hombre sí, pero siempre que quede a salvo la propia identidad.
No hace falta renunciar a la dignísima condición de mujer para alcanzar esa tan ansiada meta de la igualdad social. Estamos en el camino de conseguirlo, pero hemos de saber hasta donde ha de llegar el compromiso. Todas las mujeres del mundo deben saber que somos muchos los hombres que queremos y trabajamos por la igualdad; pero por favor que no dejen de ser mujeres, porque entonces se habría perdido lo más hermoso del mundo En la Unión Europea comienza a ser una prioridad política conseguir el objetivo de igualar en oportunidades al hombre y a la mujer. Si el siglo XX fue el siglo de la mujer, bien pudiera ser que el siglo XXI fuera el siglo de la total igualdad de la mujer con el hombre: igualdad jurídica, social y económica. Igualdad en razón de una misma dignidad humana compartida.
En este asunto de la igualdad que ahora nos ocupa no se puede decir que todo se haya consguido. Falta mucho por hacer. Aún existen países sobre la Tierra en los que la mujer sigue estigmatizada y el mero hecho de haber nacido mujer es una desgracia, que no solamente la sociedad lamenta, sino también la propia familia. En países de Iberoamérica, Asia y África no es fácil ser mujer; incluso podríamos decir que en todos los países de la Tierra la mujer sigue estando discriminada.
Es un hecho que el colectivo femenino constituye el grupo de exclusión más numeroso; ello sería razón suficiente para tomarnos en serio este asunto y considerarle como una de las principales tareas para afrontar en los próximos años.
Otra variante de la discriminación femenina es que las mujeres son las únicas que padecen en sus carnes los tres tipos de marginación: la social, la jurídica y la económica. La discriminación social hace que se vea a la mujer como un ser inferior; representa el “segundo sexo”. En algunas épocas de la historia y en algunas civilizaciones apenas se las consideraba como personas y aún persisten restos de dicha infravaloración social, en la medida que persisten tradiciones, costumbres ancestrales, actitudes y estereotipos que caricaturizan el papel de la mujer en la sociedad. Incluso en países con constituciones proclives a cierta igualdad entre mujeres y hombres están vigentes leyes consuetudinarias y religiosas, por las que se rige la vida privada y personal de muchas mujeres.
Por lo que se refiere a la discriminación jurídica es claro y manifiesto que muchas mujeres siguen bajo la discriminación de un status legal y jurídico en desigualdad con el hombre, sobre todo en cuestiones referentes al matrimonio, al divorcio, bienes heredados y vías de acceso a los medios económicos.
Existe por fin la discriminación laboral y económica, baste comparar los sueldos percibidos por el hombre y la mujer en trabajos similares realizados, o puestos ocupacionales del mismo o parecido nivel y rango. Se estima que las mujeres perciben un 30% menos que los hombres, en cambio la tasa de desempleo es bastante mayor en aquellas que en estos.
Sin duda hay que seguir hablando de que la mujer es víctima de la discriminación y la violencia, pero aún con todo hay motivos para la esperanza. La Convención para la Eliminación de todas Formas de Discriminación de la Mujer de 1779 ha logrado frutos aceptables y el mero hecho de que haya sido uno de los tratados con un mayor número de ratificaciones (170 Estados) es ya motivo de satisfacción y signo indicativo de que en muchas conciencias comienza a reconocerse la dignidad de la mujer.
Esta Convención consta de 30 artículos y está promulgada en forma jurídicamente obligatoria. En ella aparecen principios y medidas destinadas a conseguir que la mujer goce de unos derechos reconocidos universalmente. Según se nos manifiesta en el artículo 1 “La expresión discriminación contra la mujer denota toda distinción, exclusión o restricción basada en el sexo, que tenga por objeto o por resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la base de igualdad del hombre y la mujer, de los derechos y las libertades fundamentales, en la esfera política, económica, social, cultural y civil, o en cualquier otra esfera”.
En su diferente articulado la Convención exhorta a los Estados a prohibir la discriminación; a impedir la desigualdad en el empleo, o remuneración; a acelerar el proceso de igualdad con el hombre y a reconocerle los mismos derechos a nivel de familia.
Son muchas las conquistas logradas en el siglo XX a favor de la mujer: derecho al voto, incorporación activa a la vida laboral, participación en la política y en las decisiones públicas, etc. Muchos logros han sido también los conseguidos en el campo de la educación, aunque todavía falte mucho por hacer. Tanto ha sido lo conseguido que al siglo XX se le conoce ya como “el siglo de la mujer”. Es importante que en la conciencia de los hombres se haga cada vez más presente el sentimiento de acabar con esta lacra. En cualquier caso es a la mujer a quien en primer lugar le corresponde tomar conciencia de la situación en que se encuentra y luchar por esa igualdad que le corresponde. Las madres tienen un papel importante que cumplir como educadora de sus hijos y de sus hijas y la mujer en general ha de saber de que, aunque sea inconscientemente, está ella misma favoreciendo al machismo. Lo favorece cuando imita las peores actitudes y comportamientos del hombre, cuando se emborracha, se droga, se entrega al desenfreno, haciendo que en la interrelación hombre-mujer vaya quedando poco de cariño y mucho de sexo, es así como se ha perdido lo más bonito y romántico del amor. La mujer está favoreciendo al machismo cuando se masculiniza, perdiendo su propia identidad, cuando se contagia de la vulgaridad y grosería de muchos de los comportamientos masculinos. Está favoreciendo al machismo cuando de sus labios salen las mismas expresiones obscenas y sexistas, lo cual no sólo es que sea de pésimo gusto, sino que resulta estúpido y ridículo, pues ¿qué sentido puede tener que la mujer utilice para sí y rinda vasallaje en frases hechas, a unos atributos masculinos que no le pertenecen mientras infravalora los propios?. La mujer nunca debió ni debe renunciar a ser mujer. Igualdad con el hombre sí, pero siempre que quede a salvo la propia identidad.
No hace falta renunciar a la dignísima condición de mujer para alcanzar esa tan ansiada meta de la igualdad social. Estamos en el camino de conseguirlo, pero hemos de saber hasta donde ha de llegar el compromiso. Todas las mujeres del mundo deben saber que somos muchos los hombres que queremos y trabajamos por la igualdad; pero por favor que no dejen de ser mujeres, porque entonces se habría perdido lo más hermoso del mundo En la Unión Europea comienza a ser una prioridad política conseguir el objetivo de igualar en oportunidades al hombre y a la mujer. Si el siglo XX fue el siglo de la mujer, bien pudiera ser que el siglo XXI fuera el siglo de la total igualdad de la mujer con el hombre: igualdad jurídica, social y económica. Igualdad en razón de una misma dignidad humana compartida.