Navidad en la tierra

Sucedió hace 2000 mil años, siendo Augusto emperador de Roma. La tierra estaba en calma y en el firmamento brillaban las estrellas con más intensidad que nunca, sin parar de hacerse guiños. Fue entonces cuando una virgen llamada María daba a luz un niño, mientras los hombres y las mujeres dormían, en el silencio de una noche santa, llamada a ser la noche de Dios , la gran noche de la Humanidad, en que se consumaba el gran acontecimiento de los siglos y es que Dios nacía para estar más cerca de los hombres Nuestra tierra, ese punto imperceptible perdido entre mil galaxias, fue el escenario elegido por Dios, para manifestar su gloria, que sólo los más humildes pudieron contemplar y celebrar con gozo. Sucedió lo que los profetas anunciaron que debía suceder, tal como estaba previsto, según los planes divinos y que nadie ha sido capaz de comprender jamás, porque excede todos los límites de la cordura humana. Dios dejaba su cielo para ensuciarse con nuestro barro y poder así compartir su grandeza con nosotros. El Altísimo, fiándose de nosotros, se hizo uno de los nuestros, aún a sabiendas de que nosotros nunca acabaríamos fiándonos de Él. Así son las locuras de Dios, que nunca comprenderemos, lo que sí sabemos es que en esta tierra nuestra sucedió lo mejor que podía sucedernos; entonces…¿ Cómo no experimentar la alegría de ser hombre? ¿ Cómo no estar orgullosos de serlo? ¿ Cómo no saltar de gozo cuando llega Navidad?

Después de la Primera Noche Buena nada volvería a ser ya lo mismo. Antes y después de Cristo , decimos los humanos. Nuestro mundo sumido en las tinieblas, se vio iluminado por una luz venida de lo alto, que ya nunca habría de extinguirse; el Salvador llegaba para quedarse con nosotros, aunque todas las posadas del mundo permanecieran cerradas para Él; nuestro suelo quedaba sembrado con semillas de esperanza, para poder caminar sin miedos por la vida y la distancia entre el cielo y la tierra se acortaba hasta desaparecer.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces y los hombres de buena voluntad no queremos olvidar lo que hace dos siglos sucedió en Belén; por mucho que se diga, siempre habrá un corazón humano, que tiemble de emoción cada año en estas fechas, por eso el espíritu de la Navidad no desaparecerá nunca, por más que alguien esté empeñado en ello.
A parte de la dimensión místico-religiosa que pone en comunión al hombre con Dios y a Dios con el hombre, la Navidad tiene otro sentido profundamente humano, cual es la comunión del hombre con el hombre. ¿Por qué será que cuando llegan las Navidades nos vemos envueltos en una atmósfera mágica y sentimos la necesidad de volvernos más acogedores, complacientes y cordiales?

Este mundo nuestro tan convulso, castigado por las guerras, catástrofes y violencias de todo género, necesita de días como éstos, para darse una tregua y disfrutar aunque sea por poco tiempo de un clima de bonanza y armonía. Los hombres y mujeres de nuestro tiempo, agitados por tantas inquietudes y ansiedades, necesitamos hacer un alto en el camino para comunicarnos con los demás, encontrarnos con nosotros mismos y vivir con los nuestros momentos afectuosos, que nos trasportan a aquellos tiempos, cargados de añoranzas en que el hogar era un lugar entrañable, donde se disfrutaba de un cálido y acogedor ambiente familiar. Lo necesitamos también para recordar a ese niño que un día fuimos y que todos llevamos dentro, al que nunca hemos querido renunciar del todo. Martín Descalzo , solía decir que la Navidad es “un misterio de infancia” porque en el corazón de los niños es donde mejor se manifiesta la ternura de Dios.

De vez en cuando necesitamos volver a nuestra infancia, revivirla, recordarla, sí, porque nos hace falta recuperar ese mar de sonrisas e ilusiones perdidas, donde poder ahogar todas las decepciones acumuladas durante doce meses. No es poco poder afirmar que en esta época del año, las palabras más repetidas son las de amor, paz, reconciliación, concordia, alegría….. Ya es algo que por estas fechas los hombres y mujeres inundemos el mundo de felicitaciones, pensemos en los demás, les dediquemos nuestros mejores deseos o les digamos simplemente que no nos hemos olvidado de ellos. Ya es algo que los ojos se nos humedezcan cuando echamos de menos a quienes se fueron para siempre. Ya es algo que al menos una vez al año seamos sinceros y nos espetemos a nosotros mismos que no nos gustamos como somos y que queremos cambiar para mejor.

Dirán algunos, que todo esto es fuego de artificio, que para nada sirve; pero yo pienso que al menos nos demuestra que ese niño que todos llevamos dentro no está muerto, sino que sólo está dormido. En fin, necesitamos recuperar nuestra infancia, aunque sólo sea por un día, porque como decía Dostoievski “El hombre que guarda muchos recuerdos de su infancia, ése está salvado para siempre”.

Una Navidad siempre y para todos es el sueño más bonito al que puede aspirar nuestra Humanidad. En estos tiempos de desencanto y desesperanza que a todos nos alcanza, aún nos queda la posibilidad de poder volver nuestra mirada hacia Belén y pensar que no estamos solos, y que nunca lo estaremos, porque “un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado, la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará el Admirable, el Consejero, el Dios, el Poderoso, el Padre Eterno, el Príncipe de la Paz”.
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