El arte de envejecer
Es un hecho que hoy la mujer ha prolongadazo considerablemente su etapa de juventud hasta los 50 años o más. Ya no se ve ninguna madre que no sea joven, incluso, superada la etapa de fertilidad, sigue siéndolo o al menos pareciéndolo, en virtud de su forma atrevida de vestir, de los cosméticos, los regenerantes del cutis, cirugías estéticas, los lifting y otros trucos que uno desconoce. A esto habría que añadir su autonomía y emancipación que la han ido liberando de ancestrales dependencias, dándole una movilidad en todos los órdenes de la vida, hasta irrumpir en el mundo laboral, para ocupar parcelas hasta hace bien poco reservadas a los hombres. Afortunadamente la mujer ha dejado de añorar los 20 años y ya no tiene ningún problema en confesar su edad.
A la juventud sucede un largo periodo de madurez y capacitación, que tanto en la mujer como en el hombre se prolonga bastante más allá de la fecha de jubilación. La vejez va siendo aplaza cada vez más y día llegará , ya se habla de ello, en que a los viejo de hoy serán los equivalentes de los maduritos del mañana. Los tratamientos vegetativos, nutrición de células, refuerzos hormonales, rehabilitación funcional etc. dan pie para pensar que esto puede ser así. Sea como fuere, el hecho inapelable es que la vejez tarde o temprano acabará por llegar a nuestras vidas y con ella los achaques, las molestias y las limitaciones que le son propias. La vejez siempre es lo último, después ya no hay nada más. Con ella hay que contar por más que nos empeñemos en negarla, ocultarla o cambiarla de nombre, llamándola “tercera edad”. En nuestra cultura apenas se habla de ella y cuando se hace es para descalificarla y mirarla con desdén, éste es el gran fallo de nuestro tiempo, que contrasta con los logros a los que anteriormente me he referido. Nuestra cultura del “ Carpe diem” nos ha enseñado a vivir intensamente el momento presente; pero no nos ha enseñado el arte de envejecer, por eso los que llegan a viejos, lo hacen, en la mayoría de los casos, sin estar preparados
Cuando hablamos de la vejez pensamos instintivamente en gentes disminuidas física y psíquicamente que necesitan del cuidado de otras personas, que precisan de asistencias sanitarias y esto es verdad; pero olvidamos que el gran problema de la vejez es la soledad. El gran drama de la mayoría de los viejos de hoy, es sentirse abandonados, como si fueran unos expatriados que no entienden ya la cultura vigente, ni la gente que les rodea comprenden la suya. Pocas cosas tan dolorosas como ésta. De una u otra forma la vejez tiene como compañera inseparable la soledad, por eso en la medida que estemos preparados para afrontarla, lo estaremos también para afrontar la vejez. Las mujeres sobrellevan mejor la vejez que los hombres, porque tienen más capacidad de soledad, de interiorización, de intimidad.
Si un día aprendemos a quedarnos a solas con nosotros mismos, comenzaremos a darnos cuenta, que nuestro más valioso patrimonio es lo que vamos dejando atrás, lo que hemos ido sembrando, no tenemos más. En el dialogo ciceroniano “ De Senectute” se pueden leer estas palabras: “ Los que encuentran todos los bienes dentro de sí, nada de lo que acontece por necesidad dentro de la Naturaleza les puede parecer malo. En este género de acontecimientos ocupa el primer lugar la vejez”. Es cierto que lo positivo de la vejez permanece oculto y no es fácil de descubrirlo; pero existe; hay que buscarlo en el espíritu que no en el cuerpo. “Cuando envejecemos, nos recuerda Rialp Waldo, la belleza se convierte en una cualidad interior” . Al igual que todas las edades de la vida, la vejez también posee su encanto. Como sucede con los vinos de solera, son los años los que van prestando el mejor aroma y sabor a los afectos y sentimientos, son los años los que nos ayudan a encontrar la serenidad de ánimo, el equilibrio emocional, los que hacen posible la reconciliación definitiva con nosotros mismos y con los demás
Todos hemos tenido ocasión de ver reflejada en la mirada profunda de alguna persona mayor, la serenidad tranquila que emana de su alma. Ana Cintra, la madre sacrificada que día a día ofrendó su vida para sacar su familia adelante, nos cuenta que en una ocasión su hijo pequeño, con la curiosidad del niño que oye una palabra por primera vez le preguntó
¿ Qué es la vejez? Ana le miró fijamente y mostrándole su rostro surcado por las arrugas , le dijo, aquí la ves reflejada, a lo que el niño sólo pudo responder: Mamá ¡ Qué bonita es la vejez!
Cuando ese momento llegue, lo mejor que a uno le puede pasar para no morir de soledad, es sentirse reconciliado consigo mismo y con los demás, sin perder nunca las ganas de vivir, porque el arte de envejecer está en mantener viva la esperanza, en poder despertar cada amanecer con ilusión, pensando que el día más ser hermoso de nuestra vida está aún por venir.