Las contradiciones de una ciencia sin conciencia
Los compromisos del mundo actual no están del lado de las cuestiones profundas y fundamentales de la humana existencia, nuestras aspiraciones van más a ras de tierra, enmarcadas en un hedonismo materialista.
Si hemos de ser sinceros, habremos de reconocer que en nuestra sociedad los valores humanos cuentan menos que los económicos, lo que la gente cree es que “Entre la honestidad y el dinero lo segundo es lo primero”. Puede que suene un poco fuerte, pero es bastante cierto que nuestro sueldo representa lo que en realidad valemos. “La sociedad tecnológica, dice Gabriel Marcel, dispensa al individuo un tratamiento similar al de una máquina. La vida se desprende así de su misma significación, de toda su profundidad.” En esta sociedad de la sobreabundancia en que nos encontramos el hombre contemporáneo ha sabido estar a la altura de las circunstancias, convirtiéndose en consumidor ejemplar, que devora todo lo que pilla a su paso. Al hombre contemporáneo Eric Fromm le dedica estas amables palabras. “Es el consumidor eterno; se traga bebidas, alimentos, cigarrillos… Consume todo, engulle todo. El mundo no es más que un enorme objeto para su apetito, una gran mamadera, una gran manzana, un pecho opulento”.
Este consumista compulsivo ha elevado el bienestar a la categoría de ideología y ha hecho del disfrute de la vida su particular religión, nuestro mundo se ha puesto de lado de la razón técnica-científica.
Sucede, no obstante, que los problemas han comenzado a amontonarse sobre la mesa, ahora que la razón técnico-científica en la que el hombre depositó su confianza comienza a dar muestras de agotamiento.
La compleja problemática humana está poniendo cada vez más al descubierto los contrastes y las limitaciones del cienticismo salvaje. Por debajo de la aparente bonanza van apareciendo los síntomas angustiosos de quien no sabe para qué vive. No sin razón se dice que las depresiones, bastante generalizadas, por cierto, las obsesiones y miedos neuróticos son las enfermedades propias de las sociedades opulentas. Tenemos miedo a quedarnos a solas y en silencio, tenemos miedo a enfrentarnos con nosotros mismos, por eso buscamos desesperadamente perdernos entre el ruido, el bullicio y las preocupaciones.
Desde hace tiempo, se viene detectando que la excesiva tecnificación ha derivado en deshumanización. Los avances técnico-científicos han sido fuente de vida y de bienestar; pero también lo están siendo de destrucción y muerte. Fuente de producción; pero a muchos les ha mandado al paro.
Los avances en el campo de la biogenética no se corresponden con el avance moral, hasta el punto de que están apareciendo hechos aberrantes a los que se les da el visto bueno, por el mero hecho de que la ciencia y la técnica los ha hecho posibles. El contraste Norte-Sur vergonzante y escandaloso es un fenómeno típico de la era post-industrial. La palabra paz está en nuestros labios; pero vivimos en guerras y violencias de todo tipo. Aquí habría que decir con Salustio: “Poco vale aquella ciencia que no sabe hacer virtuoso al que la profesa”.
Hablamos de reconstruir el mundo pero, en realidad, nos lo estamos cargando y por fin nadie sabe cómo acabará esta crisis económica, hay quien asegura que cambiará nuestra forma de ver el mundo y la vida.
Ha llegado ya el momento de ser fieles a nuestra condición humana, recuperando nobles aspiraciones, que nunca debimos perder, hay que volver a dar un sentido profundo a nuestra existencia humana, hay que ir pensando en el alumbramiento de un nuevo hombre menos egoísta y más solidario. Un humanismo abierto también a la trascendencia, porque, si no es así, es imposible la esperanza. No es cosa de cuatro meapilas que van diciendo por ahí que el hombre sin Dios es pura nada, un absurdo, un sinsentido, una pasión inútil, pues el mismo existencialismo ateo portador del estandarte filosófico en los últimos años así se vio obligado a reconocerlo.
Está claro pues, que el cientificismo por si sólo no nos va a salvar, porque es incapaz de dar respuesta a nuestros problemas humanos; pero no desesperemos, pues como bien decía Hegel, en clara alusión a la filosofía, “La lechuza de minerva sólo emprende su vuelo al anochecer.”