En el día internacional del inmigrante
Querámoslo o no, la inmigración es un fenómeno que está ahí, que posiblemente vaya a más y que está pidiendo algún tipo de solución. Tal como están las cosas, hay que comenzar a ver el fenómeno inmigratorio, como una necesidad que nos acompañará durante mucho tiempo. En los últimos años han entrado de forma legal o ilegal más de dos millones de personas de la más diversa procedencia. Difícil es predecir el rumbo que este fenómeno ha de tomar en los próximos años. Lo que sí se puede adelantar con toda seguridad es, que habrá de ser uno de los retos importantes con los que los hombres del siglo XXI tendrán que enfrentarse. Si somos conocedores de la situación sociopolítica y económica de los países involucrados nos será fácil comprender que muchas personas en su legítimo deseo de conseguir una vida digna, se lancen a explorar nuevos mundos.
Con bastante frecuencia se le ve al inmigrante como un ser inferior al que se desprecia. Su presencia en nuestras calles y plazas nos desagrada. En el fondo nos resistimos a aceptarle porque le vemos como una amenaza, le vemos como ser procedente de una cultura diferente a la nuestra, que consideramos inferior. Semejante actitud por donde quiera que se la mire no es la mejor. A la búsqueda de soluciones al grave problema de la inmigración, la del rechazo indiscriminado sería una de las peores. Lo que está haciendo falta son políticas que sin perder de vista el Bien Común, acaben con la injusta discriminación y pongan fin al abuso y marginalidad, al tiempo que se fomenten una auténtica política de integración que facilite la pacífica convivencia.
Las vías para avanzar hacia esta convivencia pacífica pueden ser tres: Una sería la asimilación por parte del emigrante hasta convertirse en un ciudadano más del país de acogida. Naturalmente esto sólo puede producirse cuando se pierde la propia identidad, para adquirir otra nueva en consonancia con las nuevas formas de vida. Una segunda vía podría ser la de integración por la que el emigrante asume los valores, formas o costumbres del nuevo país donde se ha instalado pero sin perder la identidad. Es una forma intermedia de poder convivir en paz sin que se produzca la fusión. Y por fin existe lo que se conoce con el nombre de inserción por la que el inmigrante sin pérdida de identidad y siguiendo con sus valores, tradiciones, incluso esquemas mentales sea capaz, a través de la negociación, de seguir manteniendo el equilibrio en la cuerda floja, sin que exista violencia o el enfrentamiento. Es un estar físicamente presente dentro de un territorio, estando psicológicamente ausente. Está por ver cual haya de ser la forma de solución, según los casos, que a este grave problema de la inmigración se le vaya dando, por lo que a España se refiere. Este fenómeno inmigratorio es todavía relativamente reciente y habrá que ir acumulando experiencias hasta estar seguros de cuales hayan de ser esos cauces idóneos por los que deba discurrir. Es pronto todavía para saber si los españoles somos o no racistas
Desgraciadamente se justifica el rechazo a los extranjero basándose en unos prejuicios que convendría analizar. Se oye decir por ahí, que los principales causantes de la inseguridad ciudadana son ellos; pero incluso aunque así fuera, tendríamos que preguntarnos, que es lo que hay detrás de ese proceder delictivo. Seguramente, en gran medida, la delincuencia en las calles se reduciría, si se comenzara a reconocer los derechos fundamentales de estas pobres gentes que en su mayoría son dignas de compasión.
Otro argumento que se está esgrimiendo en contra de los inmigrantes, es el económico. Con frecuencia se les considera como un usurpadores laborales; pero esto no parece ser muy cierto, toda vez que los trabajos que normalmente ellos realizan son los que no han querido los demás. A los extranjeros que llegan de otros países se les está utilizando como mano de obra barata, a ellos se ha tenido que recurrir para llenar los espacios vacíos dejados por los trabajadores nacionales en ciertos sectores productivos, con condiciones duras, hacinamientos, jornadas agotadoras, desprotección, bajos salarios y miserables condiciones de vida, todo ello en contraste y clara desigualdad con el resto de la población. A parte de esto cabe hacer una consideración que generalmente no se tiene en cuenta, cual es la de que los inmigrantes son agentes de producción en la sociedades donde se instalan, crean puestos de trabajo, porque no hay que olvidarse que también ellos son sujetos de consumo. Todo lo cual acaba repercutiendo positivamente en la marcha económica del país. A lo largo de la historia no son pocas las civilizaciones que han salido favorecidas con las particiones de los inmigrantes.
Hay quienes piensan que el reconocimiento de ciertos derechos y coberturas a cargo de presupuesto públíco no debiera tener como beneficiarios a quienes en el pasado no han cotizado a la Seguridad Social. El argumento tiene poco de cristiano y de humanitario y mucho de crematístico; pero es que además es poco riguroso. Repárese, por ejemplo en la asistencia sanitaria, cuyo reconocimiento se cifraría en 7500 millones de las antiguas pesetas, según datos publicados, en tanto que las aportaciones de los inmigrantes a la seguridad social se elevaría al orden de 275000 millones de pesetas.
Como se puede ver el problema es complejo; pero mucho dependerá de la voluntad de los hombres, para llegar a buen puerto, lo que le convierte en un apasionante aventura para este siglo que ya hemos comenzado.
Nuestra sociedad plural está condenada a asumir las diferentes realidades culturales. Hemos de olvidarnos de una uniformidad rígida e ir pensando en estructuras que permitan armonizar las distintas sensibilidades. Todo será más fácil cuando nos vayamos conociendo y detrás del inmigrante veamos al hombre que en el fondo comparte con nosotros los mismos miedos y las mismas esperanzas, cuando sepamos quien es, cuales son sus raíces, cual es la ayuda que precisa. Es de esperar que a las generaciones que vayan naciendo en nuestro país de acogida les sea más fácil la integración .
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Con bastante frecuencia se le ve al inmigrante como un ser inferior al que se desprecia. Su presencia en nuestras calles y plazas nos desagrada. En el fondo nos resistimos a aceptarle porque le vemos como una amenaza, le vemos como ser procedente de una cultura diferente a la nuestra, que consideramos inferior. Semejante actitud por donde quiera que se la mire no es la mejor. A la búsqueda de soluciones al grave problema de la inmigración, la del rechazo indiscriminado sería una de las peores. Lo que está haciendo falta son políticas que sin perder de vista el Bien Común, acaben con la injusta discriminación y pongan fin al abuso y marginalidad, al tiempo que se fomenten una auténtica política de integración que facilite la pacífica convivencia.
Las vías para avanzar hacia esta convivencia pacífica pueden ser tres: Una sería la asimilación por parte del emigrante hasta convertirse en un ciudadano más del país de acogida. Naturalmente esto sólo puede producirse cuando se pierde la propia identidad, para adquirir otra nueva en consonancia con las nuevas formas de vida. Una segunda vía podría ser la de integración por la que el emigrante asume los valores, formas o costumbres del nuevo país donde se ha instalado pero sin perder la identidad. Es una forma intermedia de poder convivir en paz sin que se produzca la fusión. Y por fin existe lo que se conoce con el nombre de inserción por la que el inmigrante sin pérdida de identidad y siguiendo con sus valores, tradiciones, incluso esquemas mentales sea capaz, a través de la negociación, de seguir manteniendo el equilibrio en la cuerda floja, sin que exista violencia o el enfrentamiento. Es un estar físicamente presente dentro de un territorio, estando psicológicamente ausente. Está por ver cual haya de ser la forma de solución, según los casos, que a este grave problema de la inmigración se le vaya dando, por lo que a España se refiere. Este fenómeno inmigratorio es todavía relativamente reciente y habrá que ir acumulando experiencias hasta estar seguros de cuales hayan de ser esos cauces idóneos por los que deba discurrir. Es pronto todavía para saber si los españoles somos o no racistas
Desgraciadamente se justifica el rechazo a los extranjero basándose en unos prejuicios que convendría analizar. Se oye decir por ahí, que los principales causantes de la inseguridad ciudadana son ellos; pero incluso aunque así fuera, tendríamos que preguntarnos, que es lo que hay detrás de ese proceder delictivo. Seguramente, en gran medida, la delincuencia en las calles se reduciría, si se comenzara a reconocer los derechos fundamentales de estas pobres gentes que en su mayoría son dignas de compasión.
Otro argumento que se está esgrimiendo en contra de los inmigrantes, es el económico. Con frecuencia se les considera como un usurpadores laborales; pero esto no parece ser muy cierto, toda vez que los trabajos que normalmente ellos realizan son los que no han querido los demás. A los extranjeros que llegan de otros países se les está utilizando como mano de obra barata, a ellos se ha tenido que recurrir para llenar los espacios vacíos dejados por los trabajadores nacionales en ciertos sectores productivos, con condiciones duras, hacinamientos, jornadas agotadoras, desprotección, bajos salarios y miserables condiciones de vida, todo ello en contraste y clara desigualdad con el resto de la población. A parte de esto cabe hacer una consideración que generalmente no se tiene en cuenta, cual es la de que los inmigrantes son agentes de producción en la sociedades donde se instalan, crean puestos de trabajo, porque no hay que olvidarse que también ellos son sujetos de consumo. Todo lo cual acaba repercutiendo positivamente en la marcha económica del país. A lo largo de la historia no son pocas las civilizaciones que han salido favorecidas con las particiones de los inmigrantes.
Hay quienes piensan que el reconocimiento de ciertos derechos y coberturas a cargo de presupuesto públíco no debiera tener como beneficiarios a quienes en el pasado no han cotizado a la Seguridad Social. El argumento tiene poco de cristiano y de humanitario y mucho de crematístico; pero es que además es poco riguroso. Repárese, por ejemplo en la asistencia sanitaria, cuyo reconocimiento se cifraría en 7500 millones de las antiguas pesetas, según datos publicados, en tanto que las aportaciones de los inmigrantes a la seguridad social se elevaría al orden de 275000 millones de pesetas.
Como se puede ver el problema es complejo; pero mucho dependerá de la voluntad de los hombres, para llegar a buen puerto, lo que le convierte en un apasionante aventura para este siglo que ya hemos comenzado.
Nuestra sociedad plural está condenada a asumir las diferentes realidades culturales. Hemos de olvidarnos de una uniformidad rígida e ir pensando en estructuras que permitan armonizar las distintas sensibilidades. Todo será más fácil cuando nos vayamos conociendo y detrás del inmigrante veamos al hombre que en el fondo comparte con nosotros los mismos miedos y las mismas esperanzas, cuando sepamos quien es, cuales son sus raíces, cual es la ayuda que precisa. Es de esperar que a las generaciones que vayan naciendo en nuestro país de acogida les sea más fácil la integración .
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