Todos somos responsables de lo que está pasando en España

Atrás quedaron los años setenta de la Constitución y de la Transición española, todo pactado y bien pactado entre los revanchistas que venían de fuera y los traidores de dentro que claudicaron de sus principios. Lo demás vendría por sus pasos. Fue fácil encandilar al pueblo con promesas que hablaban de mesianismos infundados y de paraísos prometéicos y artificiales que sólo estaban en la imaginación de los políticos. Con el paso del tiempo los optimismos de entonces se han trocado en decepción y todo ha resultado ser un fiasco . Tal vez haya llegado el momento de echarle coraje y saltarnos las barreras de la censura de “lo políticamente correcto”, para comenzar a hablar sin miedos y sin complejos de todo lo que nos está pasando. Se necesita urgentemente una autocrítica valiente que nos permita dimensionar la profundidad del pozo donde nos hemos metidos.
A excepción del deporte, España ya no es modelo para nadie. Por los frutos cosechados podemos evaluar el reciente proceso histórico de restauración que se nos ha querido vender como moderno y progresista; pero lo cierto es que con él se ha dilapidado un patrimonio secular valiosísimo y lo que es peor, hemos perdido las señas de nuestra propia identidad, sin saber ya lo que somos , ni cual es nuestra procedencia. El sentimiento patriótico brilla por su ausencia y hoy casi nadie se muestra orgulloso de su españolidad. Hemos perdido capacidad de sacrificio instalándonos en la cultura del pelotazo y la picaresca. Nos hemos dado una educación sin esfuerzos, que está resultando ser un fracaso rotundo, tal como reiteradamente ponen de manifiesto los informes Pisa. Nos hemos vuelto comodones y aficionados a una vida muelle, echando por la borda todo aquello que implica dificultades. Hemos dado por inservibles valores humanos, cívicos, morales y religiosos que no tenían fecha de caducidad. Hemos querido encontrar nuestra liberación personal y social en una libertad facilona, aliada a un falso omnipermisivismo, carente de compromisos y responsabilidades, un tipo de libertad que sólo entiende de derechos; pero no de obligaciones . Hemos pretendido en fin montar engañosa y artificiosamente la sociedad del bienestar a base de vivir de forma principesca cuando en realidad no nos sobraba nada. Podríamos seguir…. Como consecuencia de tanta insensatez y desatino ha venido lo que irremediablemente tenía que venir.

Sin duda, algo ha fallado en nuestra sociedad. Por eso el momento que hoy nos toca vivir en España no es ya de euforia sino de profunda frustración y si esto no se remedia, mañana será de desesperanza. En la España de las autonomías, son muchas cosas las que tenemos que comenzar a cuestionarnos, muchas sobre las qué debemos reflexionar y no creo que la solución esté en echar la culpa solamente a los políticos , a los banqueros, aunque el comportamiento de unos y otros haya sido, en general, poco ejemplar, tampoco podemos culpar a la sociedad o a las crisis que venimos padeciendo. No, la culpa la tenemos también los ciudadanos, que hemos declinado nuestras propias responsabilidades y nos hemos dejado engañar. Los políticos no son nadie sin nuestros votos, ni tampoco los banqueros sin nuestros dineros, la sociedad no deja de ser una entelequia sin los individuos y si hay crisis política, económica o en cualquier otro orden de la vida, es porque nosotros mismos las hemos provocado, es porque el propio hombre está en crisis, sin saber ya quien es, que es lo que más le conviene y cual es la última razón de su existencia.

Soy consciente de que apuntar como culpable al conjunto de la ciudadanía, en un momento como éste, en que estamos sometidos a la dictadura de las mayorías, puede ser visto como un desatino. Los políticos se han esforzado en hacernos creer que la mayoría masificada tiene siempre la razón porque detrás están ellos para manipularla según sus conveniencias . El resultado ha sido la disolución de la conciencia personal, absorbida por la conciencia colectiva. Dicho de otra forma, el gregarismo ha ido conduciéndonos hacia una despersonalización peligrosa y partir de aquí cualquier cosa es posible, incluso el suicidio de todo un país. De esto la historia nos brinda ejemplos aleccionadores .

En el último cuarto de siglo los vientos del desarrollo y del progreso no podían ser más favorables. Son los años en los que la civilización nos otorga, no por méritos propios, el beneficio de una producción masiva de alimentos a bajo coste, hace que las explotaciones agrícolas y ganaderas puedan abastecer sobradamente las necesidades primarias, el desarrollo industrial pone al alcance de todos miles de productos, los avances técnicos colocan en nuestras manos herramientas y medios potenciadores de las capacidades humanas hasta límites insospechados, la comunicación da un salto de gigante hasta superar las barreras del tiempo y el espacio. Era de esperar que todo ello se tradujera en unos resultados positivos para España y de prosperidad para los españoles; pero en su conjunto no ha sido así. Los frutos cosechados por los proyectos políticos después de Franco, al final han resultado ser poco satisfactorios. Si como se dice, la política hay que medirla a tenor de los resultados obtenidos; en nuestro caso, habría sobradas razones para sentirnos profundamente insatisfechos y decepcionados.

España, hoy, pasa por sus horas más bajas. No se trata de simples palabras o meras apreciaciones subjetivas; son los hechos, los que están ahí como prueba fehaciente. La crisis económica ha dejado al descubierto los fallos estructurales del estado español, por si fuera poco, la integridad del territorio nacional es hoy motivo de grave preocupación. Por lo que a la sociedad española se refiere hay que decir que sigue dividida y en discordia, hasta el punto de que las heridas que parecían ya cerradas se han vuelto a abrir, la desigualdad social se ha incrementado y la clase media está siendo barrida. Por otra parte la desestabilización de las familias españolas constituye serio obstáculo para la consolidación de esa sociedad sólida y fuerte que estamos necesitando. Motivo de preocupación son también la corrupción política, el cohecho y las injusticias que han ido restando credibilidad a las instituciones. Aún olvidándonos de todo lo dicho, la simple constatación de hechos puntuales tales como que en torno al 26%, de los trabajadores estén en paro, que las jóvenes generaciones carezcan de futuro, que haya familias que están siendo desalojados de sus casas, que se cuenten por millares los ciudadanos que viven en el umbral de la pobreza, asistidos por Caritas o que casi la mitad de los españoles se las vean y se las deseen para llegar a final de mes, sería más que motivo suficiente para hablar del fracaso del proyecto político español en su conjunto, que nos ha llevado a la miseria tanto económica como espiritual y que es preciso revisar en profundidad. La cosa es seria; pero no esperemos que sean los políticos los que tomen la iniciativa para salir de donde estamos metidos . Esto ha de ser responsabilidad de todos. Lo peor que pudiera suceder es, que el pueblo, anestesiado, se resignara a seguir votando cada cuatro años a los mismos perros con distintos collares por los siglos de los siglos, en un festival sin fin para los políticos.

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