"Arrojemos lo más lejos posible la excusa falaz de que la culpa es de 'las fuerzas del Maligno'" Antonio Aradillas: "La Iglesia está hoy mal. Mal de verdad"
(Antonio Aradillas, sacerdote y escritor).- Calificado con todo respeto, piedad y misericordia el lodazal en el que hasta el corvejón se ha metido la Iglesia en la actualidad, reclama a grito limpio y purificador, urgentes, inaplazables y profundas reflexiones. Rehuirlas, equivaldría a compartir tan pestífera responsabilidad, por intereses personales o de grupos.
¡Seamos esta vez sinceros y arrojemos lo más lejos posible la excusa falaz de que la culpa de todo, o de casi todo, el problema, la tienen "las fuerzas del Maligno" y quienes lo representan, difundiendo las noticias, con mención especializada para los "profesionales de la prensa impía y blasfema"!.
La responsabilidad del deterioro "religioso" tan antisacramental, con todas sus consecuencias, lo son las noticias que, con la documentación requerida por los tribunales competentes de las jurisdicciones civiles, nacionales e internacionales, con leves referencias también, a veces, a las eclesiásticas, aunque estas, de fiabilidad más que dudosa, han propalado y seguirán propalando.
Es de destacar significativamente, y para tristeza del santo evangelio, que los profesionales de la detección y difusión de la verdad, no están siendo los informadores llamados "religiosos", sino los de fuera de la institución. La duda de que por esta circunstancia, en más lamentable proporción, descalifique a algunos como tales "informadores" y "religiosos", es inherente a cualquier planteamiento que se manifieste, proclame y confiese como "honesto" y "profesional".
Quienes teóricamente son representantes teológicos de la institución eclesiástica, por acción u omisión, son sus figuras más relevantes en los casos, comportamientos y hábitos "religiosos", más escandalosos y dignos de reprobación humana y divina, que se registraron y registran.
Explícita referencia es preciso efectuar a miembros del episcopado, identificables con lo que es, y representa, la Iglesia católica, ante el resto del mundo. Y es que, de los criterios de selección y nombramiento, sin intervención alguna del pueblo, y a veces, en contra de ese mismo pueblo, -que también lo es de Dios-, el fruto y las consecuencias no pueden ser otras que las más nefastas.
En manos del laicado, y más del femenino, la verdadera refundación-reforma de la Iglesia será incomparablemente más asequible y efectiva. Con hombres- todos "varones por la gracia de Dios", en conformidad con lo que exigen los sagrados cánones, porque así lo fue de siempre, o de casi siempre, y porque la fuerza -"vir"- es virtud por encima de todo, y de "todas", cualquier proyecto de Iglesia, aún el auspiciado con efectividad y pedagogía, por el Papa Francisco, podría ser flor de un día, es decir.
El "qué dirán", y el supeditarlo todo, -y en el "todo" caben todos los pecados por nauseabundos que sean-, a que no transciendan las cosas, conservándolas en arcones de prudencia y aún de sigilos seudo-sacramentales, encona y agrava los problemas. El sistema de que "no se entere la prensa", ni que los casos transciendan a la opinión pública, en los felices tiempos de la comunicación en los que vivimos y en los que todo se sabe, es coherente señal de que se quiere seguir viviendo en la proto-historia, con la pingüe rentabilidad que el conocimiento les suponía, y les supone, solo a sus conocedores y administradores "oficiales".
La duda de que la Iglesia, tal y como hoy es "evangelizada" y "predicada", en tantos medios de comunicación, ya hasta en los mismos de connotación "religiosa", no es la Iglesia de Cristo, es conclusión a la que llegan muchos con los ojos bañados en lágrimas.
La liturgia, la teología, los mandamientos de la Iglesia, el pecado, formas y fórmulas de piedad y religiosidad, la pastoral, los sacramentos, la vivencia "religiosa" en esta vida y en la otra, la santidad por oficio, la burocracia, las garambainas -"adorno innecesario y de mal gusto"- canónicas, la marginación del laicado - y más si este es y se llama "mujer"- , la blasfema sensación de que santos -santos solo son -somos- los católicos, apostólicos y romanos y más los canonizados, la absoluta creencia de que los demás -los otros- son siempre los "malos", también según Dios, son, entre otros, capítulos en la educación de la fe, a los que se les dedica algún retazo de tiempo residual y, por supuesto, poco o nada de ejemplos de vida, y menos jerárquica.
La Iglesia está hoy mal. Mal de verdad. Y no caben campañas de imagen para presentarla en público como ejemplo y modelo. Caben muy reducidas porciones de optimismos en su diagnóstico y en su tratamiento. Entre otras razones, porque la conciencia de pecado, personal y colectivo, dentro de la misma Iglesia, apenas si existe. La de "penitémini" -"penitencia-conversión"-, es tarea de otros. Lo nuestro es el "gaudeamus", por pertenecer a la única Iglesia, de la que hasta tiempos recientes, y aún presentes, se cree y dogmatiza que "fuera de ella no hay salvación".
Esto no obstante, y pese a todo, hay que ser optimistas. El optimismo es dogma de fe y de religión verdadera. Por fin, y al menos, otra vez levanta la voz el Papa Francisco, con santa libertad, autoridad, audacia y valor, estigmatizando de "depredadores", "criminales y moralmente reprobables", a sacerdotes y obispos, protagonistas de hechos, comportamientos e historias aquí insinuadas, sin ahorrarse pontificalmente hacer uso de términos condenatorios bíblicos como los de "vergüenza y dolor".