"Los tiempos mandan, y comienzan también a mandar en la Iglesia los propios evangelios" Antonio Aradillas: "Ningunear es también palabra sagrada"
"Una de las vicepresidentas del Gobierno de España ignora a la Conferencia Episcopal Española para resolver la relación Iglesia-Estado y, según parece, con la anuencia del propio Nuncio nombrado recientemente por el Papa"
"Acostumbrados a "monseñorear" y a ser "monseñoreados" los miembros de la Conferencia Episcopal, la irrupción de ciertos verbos como el asilvestrado “ningunear” habrá de suponerles una conmoción difícil de asimilar"
"El referido ninguneo, y pasar de pontificar del casi “Don Todo”, a casi “Don Nadie”, reclama unas buenas dosis de reflexión, de eclesiología y de penitencia, tanto personal como colectivamente"
"El referido ninguneo, y pasar de pontificar del casi “Don Todo”, a casi “Don Nadie”, reclama unas buenas dosis de reflexión, de eclesiología y de penitencia, tanto personal como colectivamente"
En los tiempos, por fervorosamente diplomáticos que sean en las actuales relaciones Iglesia –Estado en España, el verbo ningunearse ha impuesto, convirtiéndose en noticia, con asiduidad y con los doctos recursos del diccionario de la RAE., formando parte importante de la “oración que tienen los morfemas gramaticales de personas, número, tiempo, modo o aspecto”.
Ninguneo –“nec unus” o “ni uno”-, es “menosprecio o indiferencia hacia otra persona “, con proyección directa hacia los comportamientos de una de las vice-presidentas del Gobierno de España, decidida a relacionarse directamente con la Santa Sede para solucionar no pocos y graves problemas pendientes, con Concordato o sin él, puenteando –“pontificando”- jerárquicamente, es decir, ninguneando, a la Conferencia Episcopal Española, y, según parece, con la anuencia del propio Nuncio nombrado recientemente por el papa.
Es razonablemente explicable que tal proceder haya sido, y sea, considerado al menos como no procedente en este tipo de relaciones de tanta importancia y significación para los legítimos intereses del pueblo en su condición religiosa, ciudadana y civil. La historia y las tradiciones, así como el uso y el sentido común imperante en un país eminentemente católico, apostólico y romano como el hispano, hubiera demandado procedimientos distintos, con respeto y veneración a los cánones sagrados.
Pero así son, y están las cosas, por lo que a muchos, aún a los menos proclives al escándalo, les asaltan, entre otras algunas preguntas de contenidopolítico o religioso, a partes iguales:
¿Pero es que la Conferencia Episcopal Española y sus dirigentes actuales no están capacitados para interpretar y coronar el diálogo que precisan las deterioradas relaciones Iglesia –Estado? ¿Acaso el índice y la disponibilidad del diálogo, lo mismo del diplomático, que el del santo evangelio, carecen de palabras –verbos- y actitudes, para alcanzar el entendimiento entre unos y otros, siempre, y por encima de todo, al servicio del pueblo, y no de intereses personales, de “movimientos” o grupos?
¿Pero quienes intervinieron en el nombramiento de nuestros obispos, con mención para los últimos Nuncios y “ad láteres” no se distinguieron en tal proporción y medida por su carácter anti-conciliar, infalible y anti-dialogante, con total sumisión a Roma y a su Curia, sin contar con el pueblo, y por encima de cualquier autoridad por democrática que fuera, pero no en la línea de sus conservadurismos y sus privilegios “conquistadas y reconquistados” por guerras “santas” y cruzadas, con mención indigente para las influenciadas todavía por el Nacional-Catolicismo? ¿Eso hará posible que el aludido puenteo o ninguneo, responda al hecho de que al Gobierno actual le pueda ser más factible entenderse con el papa Francisco, que no con la propia Conferencia Episcopal Española, por cierto en vísperas inminentes de renovación más que dudosamente “franciscana” por ahora?
De la prevalencia en una u otra dirección de las respuestas a esta letanía de preguntas, dependerá en gran parte la calificación de “sagrado” o “pagano” del verbo ningunear, objeto y sujeto de estas sugerencias.
Con decencia verbal, gramatical, ascética, mística, y cívica, aunque no tanto canónica ni litúrgica, reconozco que, acostumbrados de por vida y por ministerio a “monseñorear” y a ser “monseñoreados” los miembros de la Conferencia Episcopal, la irrupción de ciertos verbos como el asilvestrado “ningunear” habrá de suponerles una conmoción difícil de asimilar, sin respuestas anatematizadoras y condenatorias en este vida y en la otra.
Pero los tiempos mandan, y comienzan también a mandar en la Iglesia los propios evangelios, en los mismos Jesús dejó nítida, imperturbable e inteligible constancia verbal y gestual de descalificaciones contra los Sumos Sacerdotes y los fariseos e hipócritas, quienes acapararon sus talegos de palabras y “palabros” que sobrepasaron los decibelios crasos del mismísimo ninguneo y que asusta, deteriora y ofende la sensibilidad de los “piadosos oídos” de los ritualistas.
De todas maneras, el referido ninguneo, y pasar de pontificar del casi “Don Todo”, a casi “Don Nadie”, reclama unas buenas dosis de reflexión, de eclesiología y de penitencia, tanto personal como colectivamente.