Santos sin letanías: las víctimas del coronavirus ¡Ánimo, señores curiales…! entinten de rojo solemne un día para quienes "nos precedieron en la fe"
Es de alabar esa especie de pugilato, establecido en todo el mundo, por reconocer y premiar a quienes de alguna manera han intervenido, e intervienen, en cuanto se relaciona con el “coronavirus” y sus circunstancias
Una de las penúltimas ideas es la institución y declaración de un día del calendario anual dedicado sempiternamente a conmemorar lo que el –o la- “Covid-19” ha supuesto en la historia universal
En esta carrera de reconocimientos, la Iglesia ni puede ni debe “perder comba” con actos religiosos y su solemne liturgia
¡Ánimo, señores curiales…! Prescindiendo de limitaciones canónicas al uso, decreten con toda solemnidad, la consagración litúrgica de un día, a conmemorar y enaltecer el recuerdo de quienes “nos precedieron en la fe” con la entrega de sus vidas, comenzando, como siempre, por los más pobres y desamparados…
En esta carrera de reconocimientos, la Iglesia ni puede ni debe “perder comba” con actos religiosos y su solemne liturgia
¡Ánimo, señores curiales…! Prescindiendo de limitaciones canónicas al uso, decreten con toda solemnidad, la consagración litúrgica de un día, a conmemorar y enaltecer el recuerdo de quienes “nos precedieron en la fe” con la entrega de sus vidas, comenzando, como siempre, por los más pobres y desamparados…
Es de alabar esa especie de pugilato establecido hoy en todo el mundo, por reconocer y premiar a quienes de alguna manera han intervenido, e intervienen, en cuanto se relaciona con el “coronavirus” y sus circunstancias. Instituciones, organismos, colectivos, organizaciones, entidades y hasta países libres e independientes con sus máximos representantes excogitan y llevan a cabo fórmulas de reconocimiento agradecido para quienes fueron afectados, directa o indirectamente, por la pandemia y sus consecuencias dramáticas.
En realidad estas son muchas, sin poder dejar definitivamente de lado la idea de la amenaza que por ahora, y hasta el descubrimiento de soluciones estables, penderá sobre otras víctimas posibles.
El recuerdo de los afectados se ha hecho ya efectivo en algunos lugares, con monumentos erigidos a sus nombres y gremios y colectivos de profesiones del ramo están empeñados en buscar fórmulas claras, y preclaras, para honrarlos y hacer perdurables los ejemplos de su consagración, sin escatimar siquiera la entrega de sus propias vidas y las de los suyos.
Una de las penúltimas ideas es la institución y declaración de un día del calendario anual dedicado sempiternamente a conmemorar lo que el –o la- “Covid-19” ha supuesto en la historia universal, sin apenas haber dejado un solo rincón en el que sus efectos nefastos no se hayan hecho activa o pasivamente presentes. Es digno de reconocimiento que, tanto los propósitos como las realidades sean ya tangibles.
En esta carrera de reconocimientos, la Iglesia ni puede ni debe “perder comba” con actos religiosos y su solemne liturgia. En templos-parroquias y en las catedrales- cabezas de las diócesis, y en su cúpula de la Conferencia Episcopal –CEE-, la fe, la esperanza y la caridad se han de hacer presentes, no solo para destacar los ejemplos de vida de las víctimas, sino para urgir su intercesión –mediación ante Dios- Padre de todos, sin distinción de creencias, signos y colores.
Y, entre los cristianos, con mención especial para los católicos, surge y toma cuerpo la idea de que oficialmente sus máximos responsables, en esta ocasión de echen hacia adelante y con o sin sus cánones, - muchos de ellos pletóricos de burocracia-, tomen la santa decisión de entintar de rojo solemne un día cualquiera de su calendario - “Santoral” y “Año Cristiano”-, con dedicación expresa a los mártires de “coronavirus”.
Está de más referir que, con menos y “probadas” razones de santidad, fueron y son “elevados al honor de los altares” santos y santas, de cuyas “vidas y milagros” habría mucho que dudar, al igual que de los procedimientos no siempre estrictamente “santos”, por canónicos que hayan sido sus procesos, para que, tanto personalmente como en grupo, se celebre su recuerdo en la Iglesia universal. El color de los ornamentos y los textos a elegir serían de la competencia del pueblo-pueblo.
El extracto de la narración de algunas de las vidas y de las circunstancias de la muerte de todos y cada uno de los sacrificados tendría tanto o superior valor, que el de las lecturas bíblicas que suelen elegirse de entre los libros del Antiguo y aún del Nuevo Testamento. La vida de quienes la entregaron en altar tan sacrificial erigido en todos los rincones del universo, es “palabra de Dios”, al igual que los versículos correspondientes a los capítulos bíblicos
¡Ánimo, señores curiales…! Prescindiendo de limitaciones canónicas al uso, decreten con toda solemnidad, la consagración litúrgica de un día, a conmemorar y enaltecer el recuerdo –“memoria”- de quienes “nos precedieron en la fe” con la entrega de sus vidas, comenzando, como siempre, por los más pobres y desamparados…
Es posible que con actos y decisiones similares a estas, hasta se lleguen a olvidar, y a poner en su sitio, actos de beatificaciones o canonizaciones en los que precisamente la religiosidad -y solo la religiosidad- fuera explicación y justificación definitiva, y ni siquiera principal.
En RD –dirección, colaboradores y lectores- , pronto, es decir YA, estamos prestos a proclamar con categoría de primer titular, esta noticia -"buena nueva" o "evangelio"- en sintonía con el pueblo y su jerarquía… A ver si en este pugilato de reconocimientos santos y santificadores, la Iglesia no deja de ocupar puestos primeros, es decir, ejemplares…
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