"En los alrededores de las canonizaciones el dinero produce inefables ruidos" Antonio Aradillas: "Los santos oficiales están por las nubes. Son carísimos"
"El dinero logrado en calidad de limosnas, y además, indulgenciado, avalado con promesas o certezas de milagros o milagrerías, después de novenas, rezos, rosarios, penitencias y misas, no será lo que convierta a los cristianos/as en santos o santas"
"La simonía es uno de los pecados más burdos e indecentes de la “moral- inmoral” católica"
"En la Iglesia primitiva elevar a los altares fue competencia del pueblo santo"
"En la Iglesia primitiva elevar a los altares fue competencia del pueblo santo"
Relaté recientemente en estas páginas de RD que los santos-santos, es decir, los “”oficiales”, están por las nubes. Son caros. Carísimos. Entidades, pueblos, ciudades, colectivos, Congregaciones y Órdenes Religiosas…habrían de empeñarse largos años para resarcirse de las deudas contraídas en los procesos y celebraciones de las fiestas que lleva consigo la elevación a los altares de los “suyos”, por fundación, por devoción, o por el simple y “humilde” hecho de presentarlos ante el mundo entero como mediadores y ejemplos celestiales.
En esta nueva reflexión me limito a insistir sobre el tema. Los santos y las santas no pueden costar tanto dinero. Y menos, el dinero que se dice “sagrado”. El dinero logrado en calidad de limosnas, y además, indulgenciado, avalado con promesas o certezas de milagros o milagrerías, después de novenas, rezos, rosarios, penitencias y misas, no será lo que convierta a los cristianos/as en santos o santas.
En los alrededores de las beatificaciones y canonizaciones el dinero produce inefables ruidos, con certeras resonancias y seguridades de ser administrado por un tal Simón “el Mago”, quien ofreció bíblicamente dinero a los Apóstoles para que les diesen el don de conferirle el Espíritu Santo, hecho de donde procede el odioso término de la “simonía” o “compraventa deliberada de cosas espirituales o religiosas, especialmente de los sacramentos o cargos religiosos”. Conste que el de la simonía es uno de los pecados más burdos e indecentes de la “moral- inmoral” católica.
A los tiempos en los que vivimos y en sus esferas sociológico-religiosas, no acaban de imponérseles “en el nombre de Dios” las debidas restricciones en cuanto se refiere a patrocinadores, promotores e inversores en tareas beatificadoras o canonizadoras. Pese a sus buenas intenciones repetidamente manifestadas, el papa Francisco no decidió todavía acelerar los pasos que en tal dirección le exige el pueblo de Dios, y que dificulta el dicasterio romano correspondiente, en vías de revisión curial ya próxima.
Pese a sus buenas intenciones repetidamente manifestadas, el papa Francisco no decidió todavía acelerar los pasos que en tal dirección le exige el pueblo de Dios
Así las cosas, y sin la puesta a punto de las severas señales de reforma prometidas a tenor del evangelio, las solemnes–solemnísimas ceremonias y celebraciones del Año Cristiano no sólo no edifican, sino que desedifican a la misma Iglesia.
En la Iglesia primitiva no fue así. El pueblo-pueblo era el canonizador, sin necesidad de procesos curiales, caros, farragosos y hasta discutiblemente cristianos, en no pocas y sonrojantes situaciones y casos, ascender-elevar a los altares fue competencia del pueblo santo, que ejercía la función y el ministerio de la “infalibilidad” requerida, al igual, o en grado superior, al del organismo competente de la curia romana.
Y este pueblo-pueblo, informado correctamente hoy acerca de la vida y milagros de algunos que ocupan sus nichos en los retablos de los templos, ha de efectuar largos e inhóspitos esfuerzos al rezarles y al pretender imitar sus ejemplos, de los que no todos de estos son imitables, sino todo lo contrario. Aducir aquí y ahora casos y cosas, no resulta mínimamente elegante ni caritativo.
En tal encrucijada ascética, a la vez que litúrgica y semi-canónica, es de alabar la decisión patrocinada por el Padre Ángel y sus “Mensajeros de la Paz”, quien en su flamante “parroquia” madrileña de san Antón, ha comenzado a “procesionar” y a venerar cuadros e imágenes de “santos sin retablos”, es decir, no canonizados “oficialmente”, a quienes sus “feligreses” de paso, o “itinerantes”, consideran como otros tantos ejemplos de vida, pastoreados con todas las garantías exigidas por el evangelio, aun cuando en el Código de Derecho Canónico y en sus periferias, se piense y se haga todo lo contrario, con intentos de “descanonizar” devoción tan popular.
¿Pero todavía es posible que solo, o fundamentalmente, puedan ser santos canonizados, los cristianos, y más si estos son “religiosos” y ricos, y no quienes no fueron ni siquiera bautizados?; ¿Acaso tendrán mucho más expeditos el camino aquellos/as a quienes se les atribuyen milagros y milagrerías, resultando ser esta tarea ciertamente abocada a interpretaciones de veracidad muy dudosa? ¿Quién canonizó a nuestro padre Abraham, y a profetas tales como Savonarola, Giardono Bruno, Lutero?
Quién a tantos otros profetas, a mujeres maltratadas, amas de casa, abuelos y abuelas, funcionarios al servicio del pueblo, médicos, enfermeras, bomberos, maestros, miembros de otras profesiones…en igual o mayor proporción a como lo fueran san Luis Gonzaga, Fernando III “el Santo”, san Estanislao de Koska, fundadores/as de Congregaciones, “mártires de la pureza”, y la mayoría de los últimos papas, obispos de Roma, por el hecho de haber sido elegidos por los respectivos cónclaves, superadas las desavenencias entre los cardenales de diversas tendencias o “cuerdas”?