"Las mujeres tienen por fin todas las de ganar en el Sínodo para la Amazonía" Aradillas: "En la Iglesia, hombres y mujeres son radicalmente iguales"
"En la Iglesia no caben ya castas, ni hombres o mujeres, ni clases, ni jerarquías dominadoras, sino “Todos uno, en Cristo Jesús'"
"El ecumenismo, el sentido común, el progreso, la historia, la piedad, la teología, la pastoral, la justicia. las demás Iglesias demandan a grito abierto la posibilidad –necesidad- de la ordenación sacerdotal de la mujer cuanto antes"
Prescindo conscientemente aquí y ahora de averiguaciones históricas “pecaminosas” relativas al comportamiento renacentista, y más, de los “Romanos Pontífices”, y me centro en exclusiva en la doctrina por ellos consentida y compartida respecto a la mujer, su situación y valoración por parte de la Iglesia oficial y oficiosa. Subrayar algunas ideas que nos suscitan los acontecimientos “amazónicos” que se viven, podrán ser de provecho eclesiástico para la jerarquía en su diversidad de órdenes, fueros y funciones, para la mujer por mujer y para la cristiandad en general.
En primer lugar, sería de lamentar que precisamente la mujer se constituya en fundamento y eje doctrinal y canónico de las cuestiones a plantear y debatir en el “Sínodo de la Amazonía”. Su justificación no es ni solo ni fundamentalmente femenina. Es decir, no tiene género. O mejor, todos los géneros son suyos. Es la propia Iglesia sujeto y objeto de reflexión, debate, oración y decisiones posibles.
Además, dado el carácter esencial sinodal de la Iglesia, substantivado con el apelativo de suma urgencia “franciscana” de “en salida”, parte de cuanto se relaciona con el otrora “devoto sexo femenino” no debiera exceder los linderos de la anécdota, por interesante y noticioso que sea.
A muchos –y a muchas- les resultará tranquilizador para su conciencia cristiana y fidelidad con sus creencias, que no hay teología alguna que se oponga a la ordenación- consagración de la mujer como sacerdote, en igualdad de derechos y deberes que el hombre varón. Cuestionarlo a estas alturas de los estudios bíblicos y teológicos, no es procedente, ni serio, con el debido respeto y consideración para quienes –ellos y ellas- piensen lo contrario.
Partiendo de datos históricos de mediados del siglo XIX, cuando la emancipación de la mujer comenzó a adquirir proporciones mayores, por lo de la industrialización, es obligado referir que la tesis oficial de la Iglesia respecto a la cuestión femenina, en sus instancias superiores pontificias, fue definitivamente contraria a los intereses de la mujer. Su imagen, presentada en su trabajo y defendida en el “Manifiesto Comunista” del año 1848, por los liberales y sobre todo por los socialistas, resultó ser incomparablemente más cristiana y evangélica que la que defendía y propiciaba la Iglesia, haciéndolo además “en el nombre de Dios”.
Lo mismo el inefable – e infalible- papa Pío IX, su sucesor León XIII defendieron a ultranza la doctrina antifeminista de san Agustín que declara que “el hombre es superior a la mujer, obligada esta a someterse a su marido, casta y fiel, para asegurar la reproducción de la especie, para “satisfacer” al marido y para el mantenimiento de la vida en común”. León XIII abogó a favor de las condiciones del trabajo femenino “no obstante haber nacido ella –la mujer- para atender los trabajos domésticos y la educación de los hijos”. Los papas sucesores aprendieron y recitaron idéntica canción “feminista”, con inclusión de Pío XII, quien invocó la “constitución natural” de la mujer para tal menester familiar “como madre atada a sus hijos”.
El papa Juan XXIII en su encíclica “Pacem in terris”, así como el Concilio Vaticano II, enmendaron un tanto la plana a sus antecesores, si bien Pablo VI con la promulgación de su “infeliz” encíclica “Humanae Vitae”, desbarató no pocos caminos de esperanzas, de renovación y reforma, hasta provocar multitud de defecciones religiosas sobre todo entre las mujeres. De las tesis “femeninas” defendidas por Juan Pablo II y por Benedicto XVI, al dictado de inspiraciones de los teólogos y canonistas procedentes del Opus Dei, hay trabajos documentados a los que acudir para ilustrarse convenientemente acerca de la decidida defensa de ambos papas relativa a “la imposibilidad dogmática de que la mujer llegue a ser algún día ordenada sacerdote”, conclusión y proclamación que ha llevado y lleva a muchos y serios teólogos a “dudar acerca de la “infalibilidad pontificia” promulgada en su día por el mismo papa Pío IX.
Y es que, en la Iglesia, comunidad de personas –hombres y mujeres-, unos y otras son radicalmente iguales. En la Iglesia –comunidad de hermanos- no caben ya castas, ni hombres o mujeres, ni clases, ni jerarquías dominadoras…,sino “Todos uno, en Cristo Jesús…” El ecumenismo, el sentido común, el progreso, la historia, la piedad, la teología, la pastoral, la justicia. las demás Iglesias… demandan a grito abierto la posibilidad –necesidad- de la ordenación sacerdotal de la mujer cuanto antes…
Excepcional ocasión es la que le brinda a la Iglesia católica el sínodo de la Amazonía, para el replanteamiento del tema, aunque sean otros de mayor gravedad, insistencia e importancia para la Iglesia y aún para todo el mundo y su ecología. Las mujeres –seres humanos ciertamente desvalidos-, tienen ya hoy, y por fin, “todas las de ganar”, también en la Iglesia. Estamos felizmente en vísperas de comprobarlo…