El pueblo tiene el derecho y el deber de conocer cuanto pasa en la diócesis de Ciudad Rodrigo Consejos 'nunciales' a Bernardito Auza
En reciente visita de Bernardito Auza a la ciudad de Alba de Tormes, en la posterior “rueda de prensa”, el representante del Papa en España se limitó a responder a la obligada y reiterativa pregunta de los profesionales de la información que “no contestaría nada que se relacionara con el futuro de la diócesis de Ciudad Rodrigo”
No está bien, señor nuncio, que rehúse plantear un tema de tanta gravedad e importancia como el que le supone a la CCAA de Castilla y León al grupo de profesionales preocupados, como todo el pueblo de Castilla y León, por el futuro político, religioso y demás, de una diócesis o comarca de tanto rango e historia
Le sugiero al nuncio que tome en serio las palabras que acaba de pronunciar con toda solemnidad el Cardenal de Valencia, aseverando que “a la Iglesia la quieren callada y muda…, cuando lo que ella únicamente quiere ser para todos es portadora, fuente y signo de paz y alegría
Le sugiero al nuncio que tome en serio las palabras que acaba de pronunciar con toda solemnidad el Cardenal de Valencia, aseverando que “a la Iglesia la quieren callada y muda…, cuando lo que ella únicamente quiere ser para todos es portadora, fuente y signo de paz y alegría
En esta ocasión quiero ir también de consejos —“opinión o juicio que se da o se toma sobre cómo se debe actuar en un asunto”—, aunque adelantando que estos no tienen absolutamente nada que ver con los relacionados con "bodas, matrimonios o casamientos”, para cuya identificación correcta la RAE le reserva el término de "nupciales". El equivalente al del Nuncio —"representante diplomático del Papa que además ejerce en determinadas funciones pontificias"—, cuyo adjetivo "nunciales" no está académicamente registrado, sería y es, el que precisamente aquí y ahora se constituye en el punto exclusivo de mi referencia.
En reciente visita del Nuncio a la ciudad de Alba de Tormes, en uno de cuyos conventos se halla y es venerado el cuerpo de santa Teresa de Jesús, es decir, de Ávila, en la posterior “rueda de prensa”, el Nuncio que la presidió, se limitó a responder a la obligada y reiterativa pregunta de los profesionales de la información —Voz del pueblo— que “no contestaría nada que se relacionara con el futuro de la diócesis de Ciudad Rodrigo”.
Y aquí y ahora, encaja mi consejo “nuncial”, así redactado: no está bien, señor Nuncio, que recuse plantear un tema de tanta gravedad e importancia como el que le supone a la Comunidad Autónoma de Castilla y León, una de las más preclaras de la España Constitucional de las Autonomías, que son 17, dejando con “la boca abierta” al grupo de profesionales preocupados, como todo el pueblo de Castilla y León, por el futuro político, religioso y demás, de una zona, diócesis o comarca de tanto rango, historia y significación como la mirobrigense.
Las mismas Cortes de Castilla y León, pueblos y ciudades, organizaciones y movimientos cívicos, religiosos, partidos políticos sin referencias a colores, grupos grandemente interesados por trabajar en contra de la “España vacíada", apostaron y apuestan por la continuidad de la diócesis, y porque además se les descubran los “misterios” que de un tiempo a esta parte, la circundan y definen, desde la desaparición de su último obispo.
¿Por qué tantos ytan recónditos misterios en la Iglesia y en sus alrededores, en este caso mirobrigenses? ¿Es que no tenemos ya más que suficientes con los que nos imponen la Teología, la Liturgia y, sobre todo, el Código de Derecho Canónico? ¿Acaso hay algo que ocultar?
El pueblo, pueblo en general, tiene no solo el derecho, sino también el deber, de conocer cuanto pasa en la diócesis de Ciudad Rodrigo, con mención especial y sagrada para el llamado ”pueblo de Dios”, su Cabildo catedralicio, sacerdotes y fieles. Tal derecho habrá de ser reconocido por el Nuncio que sea, agradecido además de que los periodistas les formulen las preguntas que crean precisas, reservándoles en sus medios respectivos de comunicación el lugar adecuado, con los comentarios que crean convenientes, sin la obligación de que todos ellos, ni siquiera alguno, haya de ser suscrito necesariamente con el ritual y ”religioso” AMÉN y “ya está”.
Agradecidos en esta tarea-ministerio de evangelización y descubrimiento y culto a la verdad, no serán los periodistas. Ni el propio Nuncio. Lo será el pueblo todo, y más el castellano y leonés.
El señor Nuncio, intentará llevar a cabo su misión de “refranciscanear” cuanto antes el episcopado español, y ser portador y ejecutor de la “sinodalidad” de la Iglesia, para la cual, siendo justos y honestos, hay que reconocer que, de entre los actuales miembros de la CEE, despuntan no pocos gestos que peligrosamente rondan los límites y procedimientos del “talibanismo”, tal y como resulta fácil percibir y documentar.
Y, por ahora, sin saber qué va a acontecer con la diócesis de Ciudad Rodrigo y con muy limitadas esperanzas de que al menos los “informadores religiosos”, dejando de lado sus “votos de obediencia vocacional”, que no “profesional”, investiguen e informen cuanto se relaciona con tal comunidad canónico-eclesiástica, le sugiero al nuncio, que tome en serio las palabras que acaba de pronunciar con toda solemnidad el Cardenal de Valencia, aseverando que “a la Iglesia la quieren callada y muda…, cuando lo que ella únicamente quiere ser para todos es portadora, fuente y signo de paz y alegría.”
¿De verdad que hay alguien que intente callar y sumir en la mudez a la Iglesia? ¿De verdad que aún dentro de la misma Iglesia no hay más fieles —ellos y ellas— que anhelan que algunos obispos se callen y no digan o escriban “tonterías” o “barbaridades” aún en contra del propio papa Francisco, de su doctrina y de su comportamiento, ciertamente evangélico, siempre y por ministerio, signo de “paz y alegría”?
Y ahora, un consejo “nuncial” a título personal: no se deje ver tanto en TRECE. Sí, en la televisión de propiedad episcopal. TRECE no es emisora del pueblo. Es la de la Iglesia “oficial”. Y esta, de por sí, por deformación o por lo que sea, no es evangelio. Es religión, rito, ceremonia, incensarios, homilías vacuas, interminables, al dictado y, sobre todo, pasarela de obispos que estrenan capisayos, “son entronizados” o “toman posesión” de algún beneficio, en el monumental marco de sus catedrales, con exceso de mitras, báculos, palios y fervorosos colorines, en los que —y de qué manera!— destacan los rojos, en su atractiva y litúrgica variedad espectacular, de matizaciones, grados o tonos.