"No debemos dejar el cuestionamiento a los críticos de la religión, sino practicarlo nosotros mismos" "Cuando yo era niño..." (1 Cor 13:11) - Elogio del estudio de la teología
"¿Por qué la "voluntad de poder" está tan presente en la historia del Papado? ¿Por qué los cristianos se han dividido y han librado guerras tan terribles entre ellos? ¿Por qué hay tanta intolerancia, así como la combinación de la misión y el colonialismo occidental en la conquista del mundo no europeo?"
"¿Por qué y con qué "razón" la mitad de la humanidad es excluida "por naturaleza" de los cargos de liderazgo decisivos en la Iglesia Católica?"
| Mariano Delgado, decano de la Facultad de teología de Friburgo
"Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño" (1 Cor 13:11). ¿Puede aplicarse esta sabiduría de la vida al estudio de la teología? Pienso que sólo en parte.
Cuando visitamos a alguien en invierno (y dada la permanente crisis de identidad y relevancia, vivimos en un "tiempo invernal" en la Iglesia, como ya decía Karl Rahner hace muchos años), nos quitamos el abrigo. Del mismo modo, cuando visitamos la Casa de la Teología, debemos colgar el cálido manto de la fe infantil, de la fe de la primera ingenuidad (ver la representación de la Ascensión en la Catedral de Toledo alrededor del 1500) en el ropero. Porque el estudio de la teología en la "Universitas" tiene que ver con el "esfuerzo del concepto" (Karl Rahner), con el cuestionamiento radical de todas las cosas, con el fuego de la crítica, que no debemos dejar a los críticos de la religión sino que tenemos que practicar nosotros mismos. Después de la "distinción mosaica" (Jan Assmann), la Biblia se caracteriza por la crítica genuina de la religión propia a la revolución ético-monoteísta. Cuestiona tanto las falsas imágenes de Dios como una religiosidad equivocada que se pierde en los ritos y el boato del culto, pasando por alto lo esencial, lo mesiánico: "Quiero misericordia y no sacrificio" (Mateo 12,7; Os 6,6), "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas... ¡Ay de vosotros, guías ciegos... !" (Mateo 23:13-33).
La teología continúa esta crítica bíblica, sí, "jesuánica" de la religión en vista de los desafíos de la razón filosófica, histórica y jurídica, así como de la objeción de otras religiones. Tiene que practicar el "arte del autocuestionamiento" con una seriedad científica:
Eso comienza con la desmitificación de algunos relatos y afirmaciones de la Biblia, y concierne también el núcleo dogmático de la fe cristiana: ¿Cómo se puede decir que Dios es uno y al mismo tiempo trino? ¿Qué clase de nueva enseñanza es ésta? ¿Por qué no tiene sentido para los creyentes judíos y musulmanes y para mucha gente honesta? ¿Qué significa "Encarnación" de Dios o del Logos? ¿Cómo puede entenderse hoy la conclusión apodíctica-exclusiva del Evangelio "El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado" (Marcos 16, 16), si se considera teológicamente la voluntad general de Dios de salvar a todos, el inclusivismo cristológico del Concilio Vaticano II y su declaración de que "todos" pueden salvarse por la misericordia de Dios y la mediación de Cristo?
La autocrítica se refiere también a la historia de la Iglesia: ¿Por qué la "voluntad de poder" está tan presente en la historia del Papado? ¿Por qué los cristianos se han dividido y han librado guerras tan terribles entre ellos? ¿Por qué hay tanta intolerancia en la historia de la iglesia así como la combinación de la misión y el colonialismo occidental en la conquista del mundo no europeo, cuando el Evangelio es un "mensaje universal de libertad y una fuerza de liberación" (Instrucción Libertatis nuntius: AAS 76, 1984, 876)?
Este "autocuestionamiento" tampoco se detiene ante la ética cristiana: ¿Por qué a menudo se cargaba a las personas sencillas con pesados fardos morales que los teólogos y el clero no estaban dispuestos a soportar? ¿Por qué muchos de ellos predicaban o enseñaban agua, mientras bebían vino? ¿Por qué la Iglesia ha acumulado tan inmensas riquezas cuando se dice que es mejor "hacerse tesoros en el cielo" (Mateo 6, 20)?
La mirada autocrítica tampoco olvida la forma teológica y social de la Iglesia: ¿Por qué y con qué razón hay dos estados diferentes, clérigos y laicos, en el Pueblo de Dios, y cómo se relacionan entre sí ante el significado igualatorio del bautismo, cuando después del Concilio Vaticano II la Iglesia de los dos estados ya no debe entenderse como en la Edad Media o en el Concilio de Trento? ¿Se han sacado realmente las conclusiones teológicas necesarias del sacerdocio común de todos los fieles?
Seguramente que no hace falta compartir la visión del "protestantismo" para darse cuenta de que aquí, en la recepción del Concilio, todavía hay necesidad de aclaración, y no sólo, como sucede una y otra vez, para salvaguardar la identidad del "sacerdocio ministerial o jerárquico", sino también para la implementación teológica y pastoral del sacerdocio común de todos los fieles que todavía está pendiente. ¿Por qué y con qué "razón" la mitad de la humanidad es excluida "por naturaleza" de los cargos de liderazgo decisivos en la Iglesia Católica? ¿Por qué las estructuras de la Iglesia Católica, que durante siglos fue para el poder secular un modelo digno de imitación en la organización del gobierno y el profesionalismo de su aparato administrativo, no se corresponden desde hace unos 200 años con la tendencia democrático-participativa y el principio de la separación de poderes del mundo occidental? ¿Cómo pueden los cristianos de hoy llevar la antorcha de la fe a través de la historia de manera creíble?
Estas cuestiones y muchas más deben ser consideradas, examinadas y cuestionadas en el estudio de la teología. Los estudiantes deben hacer preguntas con diligencia, a tiempo y a destiempo, sin pereza o borreguismo intelectual. Y se debe esperar de los docentes que hayan reflexionado bien sobre estas cuestiones con honestidad intelectual y sean capaces de dar respuestas plausibles que no se basen sólo en argumentos de tradición o autoridad. Porque, como es bien sabido, estos son los argumentos más débiles si no pueden ser apoyados por argumentos racionales.
El estudio de la teología que se ocupa de estas cuestiones y trata de responder a ellas con honestidad prepara a los graduados para estar "dispuestos siempre, para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto" (1 Pedro 3:15-16). El objetivo del estudio de la teología en este autocuestionamiento radical no es, evidentemente, disuadir de la fe, sino cuestionar la fe infantil y conducir a una fe adulta, a una segunda ingenuidad, que ha pasado por el fuego de la crítica, y que, con el padre del niño enfermo, dice al Señor: "¡Creo, pero ayuda mi falta de fe! (Marcos 9:24). Y, por supuesto, la teología debe permanecer fiel a su propio círculo hermenéutico: la fe y la razón deben caminar juntas, lo mismo que Marta y María.
Si un estudio de la teología no llevara a este autocuestionamiento y a esta actitud creyente "mal-gré tout", sería una mala teología. Y si los estudiantes al final de sus estudios olvidaran el manto de la fe infantil en el perchero, como si ya no lo necesitaran en este "tiempo invernal", habrían sacado conclusiones erróneas de sus estudios. Porque en una religión no sólo necesitamos las razones de la razón, sino también, como bien sabía Pascal, las razones del corazón, "les raisons du coeur".
Con todo el esfuerzo del concepto, nuestro conocimiento aquí siempre será limitado: "Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios" (1 Cor 13:12). Por tanto, es bueno tomar el abrigo caliente del perchero, volver a ponérselo y responder en nuestro corazón a la pregunta del Señor Resucitado a Pedro, como si fuera dirigida a nosotros personalmente, con las palabras del pescador de Galilea: "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero" (Juan 21,17). Porque la coronación del estudio de la teología es la fiel intuición de que Jesús tiene "palabras de vida eterna" (Juan 6, 68), que ÉL es "el Santo de Dios" (Juan 6,69), "el camino y la verdad y la vida" (Juan 14, 6), un maestro de la doctrina y de la vida, no un embaucador del pueblo. Una Facultad de teología no forma "funcionarios eclesiales", sino que da buenas razones para el compromiso con el camino mesiánico de Jesús en el trabajo que elijamos como cristianos en el mundo y en la Iglesia.
Deseo a todos que no desesperemos en estos tiempos de imperfección de la Iglesia y de la Teología, sino que más bien perseveremos y sintamos el calor del "abrigo" o de las "razones del corazón". Yo mismo, como teólogo de larga formación y ya peinando canas, todavía rezo con ingenuidad infantil la oración al ángel de la guarda que mi abuela me enseñó "cuando yo era niño", o me emociono al cantar la Salve con la gente de mi pueblo. Y no dejaré que esto me lo quite el justo "esfuerzo del concepto", como tampoco permitiré que la "ruindad" intelectual y personal de muchos teólogos y representantes de mi Iglesia me amarguen el amor por ella, "malgré tout".
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