"Dar cariño en medio de la guerra no es solo un acto de bondad; es un desafío al odio" Sor Lucía, de nuevo en Ucrania: "Mil días de fuego, gritos y cielos rotos"

Sor Lucía, en Ucrania
Sor Lucía, en Ucrania

"Es un dolor tan profundo que trasciende las lágrimas, tan vasto que parece arrancar la cordura. Hay momentos en los que mirar a los ojos de quienes han perdido todo es como asomarse al abismo: un túnel oscuro, interminable, sin promesa de luz al final"

"unque no podamos borrar el dolor ni devolver lo perdido, podemos estar ahí. Al lado. No para prometer que todo estará bien, porque sería una mentira, sino para recordarles que no están solos. Que incluso en medio de este horror, hay manos dispuestas a sostener, a cuidar, a acompañar en la oscuridad"

Han pasado mil días desde que la guerra comenzó, mil días en los que el mundo parece haber olvidado cómo era la paz. Mil días de fuego, gritos y cielos rotos. Cada hora es una daga que atraviesa las almas de quienes han perdido todo, incluso la certeza de que la vida puede volver a ser amable. Mil días, y sin embargo, cada uno de ellos pesa como un siglo.

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En el contacto con aquellos que han sufrido, uno comprende lo que realmente significa el infierno. No es un lugar de llamas y demonios, sino el vacío absoluto del hogar destruido, la ausencia de los que ya no están, el eco interminable de una pena que no se disipa. Es un dolor tan profundo que trasciende las lágrimas, tan vasto que parece arrancar la cordura. Hay momentos en los que mirar a los ojos de quienes han perdido todo es como asomarse al abismo: un túnel oscuro, interminable, sin promesa de luz al final.

¿Cómo se puede mantener la esperanza cuando todo parece tan irremediablemente roto? Es difícil, casi imposible. Pero es en esa imposibilidad donde más necesaria se vuelve nuestra presencia, nuestro amor, nuestra humanidad. Porque aunque no podamos borrar el dolor ni devolver lo perdido, podemos estar ahí. Al lado. No para prometer que todo estará bien, porque sería una mentira, sino para recordarles que no están solos. Que incluso en medio de este horror, hay manos dispuestas a sostener, a cuidar, a acompañar en la oscuridad.

Dar cariño en medio de la guerra no es solo un acto de bondad; es un desafío al odio, un grito de resistencia en un mundo que parece haberse rendido. Es ayudar a no desesperar, a encontrar pequeños fragmentos de luz, aunque sea en la tenue chispa de una sonrisa olvidada. Porque mientras podamos estar ahí, mientras sigamos eligiendo acompañar, hay algo que el dolor no puede destruir: la esperanza de que, algún día, este túnel tendrá un final.

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