Antonio Aradillas Epíscopus non gratus
(Antonio Aradillas).- De entre las acepciones del término "política" registradas en los diccionarios, destacan por su significación, uso y abuso que de ellas popularmente se hace, las de "gobernar los pueblos y conservar el orden y las buenas costumbres", así como "habilidad y astucia para lograr uno su intento". "Politicastro" -"político inepto o de ruines propósitos"-, por un lado, y por otro, "político, cortés y urbano", cortejan con acierto, decencia o indecencia el sentido y el contenido que la palabra "política" le aporta, o puede aportarle, a la convivencia entre los humanos.
Por lo tanto, está de más reseñar que la política, su invocación y ejercicio académico, lo mismo puede favorecer el bien de la colectividad, que hundir a sus componentes en la más profunda y nefasta de las situaciones. De todas maneras, la "política" es vida y programa de vida, y a la sombra de cada una de sus sílabas, de los procedimientos que emplea, de los fines que persigue y del ejemplo que en la diversidad de círculos proporciona a quienes la sirven, o viven de ella, es como hay que juzgarla e interpretarla con veracidad.
Como ninguna institución en la que intervengan los seres humanos estará libre de las consiguientes "contaminaciones políticas", en mayor o menor proporción, no es de extrañar que en la relación con la Iglesia campeen también sus efectos con holgura, libertad y autonomía, además de con la indecorosa excusa de que en el concepto religioso caben y tienen validez interpretaciones misteriosas y vagas, difícilmente homologables con el evangelio.
Sí, en el marco de la institución eclesiástica, la política y las políticas asediaron a perpetuidad todos -todos- sus órganos, organismos y a los funcionarios que encarnan y ejercen el poder, retorciendo a veces, y al servicio de sus propios intereses personales o de grupos, argumentos divinos y humanos para aún "en el nombre de Dios" servir y servirse de la política en sus acepciones más deleznables. Cuando la política hace uso de atuendos litúrgicos, se pronuncia en latín -lenguaje oficial de la Iglesia-, y se vive en estricta consonancia ritual con los cánones, pero no con los versículos del evangelio, en su interpretación y vigencia no caben otras acepciones que las más denigrantes de las que tesaurizan, conforman y confirman los diccionarios.
Es posiblemente en el nombramiento de los obispos en los que la política eclesiástica asentó sus predilecciones, desde la importancia que en el ordenamiento jerárquico, teológico y pastoral ellos alcanzaron con el paso del tiempo en la historia de la Iglesia. En la selección de los miembros del episcopado, aún vigentes las Conferencias Episcopales, la política eclesiástica, y aún la civil, extiende sus facultades omnímodas con sus fuerzas y ordenamientos.
Aún reconociendo la efectividad que el espíritu renovador "franciscano" del Papa actual, comienza ya a notarse, el camino es largo y escabroso, precisamente porque muy largo y escabroso fue el recorrido en los tiempos pasados, con destino hacia conservadurismos anti -conciliares, valiéndose de procedimientos que vedaban cualquier atisbo "democrático", en los que de alguna manera llegaran a intervenir los sacerdotes, el pueblo y los mismos capitulares de las respectivas diócesis, para cuyas sedes habrían de ser ellos designados. La forzada intervención e interpretación sagrada del Espíritu Santo, causa estupor en unos, y escándalo en otros, con clara conciencia, datos y documentación de cómo, por quienes y porqués en los referidos nombramientos fueron y siguen siendo "episcopables" determinados miembros del clero secular o regular.
La actualidad de estas reflexiones se la presta en parte una reciente noticia divulgada con detalles por los medios de comunicación, acerca de las aspiraciones supra- episcopales de Mons. Martínez- Camino, ex obispo auxiliar de Madrid y ex portavoz de la Conferencia Episcopal Española, ahora obispo "vago", apócrifo e "irreciclable". Refiere la citada información que, hasta el presente, la designación de titular de las sedes de Mondoñedo- El Ferrol, de Palencia, de Zamora y de Ciudad Real, fue rechazada "por creer ser merecedor de cargos de mayor relevancia", con el convencimiento explícito de la Casa Real de la no aceptación para Arzobispo Castrense, con sus entorchados y emolumentos militares del generalato.
En la Iglesia, y con alusión especial y reverente para su apiscopologio, el verbo "dimitir" debiera conjugarse con mayor predilección evangélica. La fórmula "ad tempus", y no vitaliciamente, contribuiría a la solución de un problema ciertamente irritante, enojoso y desedificante. Sugerirles a los diocesanos de las sedes episcopales aludidas y "humilladas" la decisión de declarar colectivamente de "persona non grata" al itinerante obispo ex auxiliar de Madrid, sería una buena y ejemplar obra de piedad y de misericordia.