Antonio Aradillas Eutanasia, "muerte por piedad"

(Antonio Aradillas).- De vez en cuando, si bien con tozuda y creciente frecuencia, en pueblos, colectivos, familiares y familiares, se hace noticia, y se festeja, el hecho de que alguno de sus componentes haya llegado a cumplir ya los "míticos" cien años de edad. En los comentarios que simultáneamente se hace, y con los argumentos y datos estadísticos de que se disponen, es fácil y obligado concluir que no transcurrirá mucho tiempo en que tal "acontecimiento" familiar o social se desplace a los 125 años, y en misteriosa, aunque científica, lontananza, tal cantidad de años sea mayor.

El problema es ya, y lo será aún más, grave. Gravísimo. Son mucha las razones que lo justifican. Y también muchos los ángulos desde los que contemplarlo, valorarlo y comprometerse en su solución aproximadamente correcta o, al menos, paliativa. Los valores ético-morales, políticos, sociales y, por supuesto, religiosos, son multitud, y todos y cada uno de ellos necesitados de serena, humilde, y para algunos, audaz y arriesgada reflexión, siempre al servicio del bien de la colectividad, amparando principios verdaderamente leales a la condición de la persona humana, "creada a imagen y semejanza de Dios".

Mi propósito al redactar estas sugerencias es el de estimular a expertos en cualquiera de los temas relacionados con la cuestión central, a que, cuando corresponda, opten por sugerir soluciones, dando por supuesta su problematicidad y el eco que ellas alcanzarán, aunque de buena parte del sea la hipocresía su principal fundamento, en un contexto existencial sensibilizado ya, y "sensibilizable" cada día en mayor proporción y medida.

Morirse es fin y tarea inexcusables. Si somos y vivimos, necesariamente hemos de morir. Vivimos gracias a la muerte, lo queramos o no, y hasta intentemos transitar precisamente por este tema como adormecidos y obnubilados, y más cuando nosotros mismos, o los nuestros -familiares y amigos, sean, o seamos, sus protagonistas.

Clama al cielo que en los esquemas elementales de la educación integral, el capítulo- asignatura de la muerte, y la seguridad de la misma, permanezca en blanco, o en negro. Debieran ser más fuertes y desoladores tales clamores cuando positiva, y conscientemente, se prescinde de su tratamiento, como si con ello se nos hiciera un favor, haciéndonos vivir absurdamente "en el mejor de los mundos". Así pasa lo que pasa, y el mundo -este mundo- es, y será, siempre y para todos, "un valle de lágrimas".

Para los mismos cristianos se nos ha paganizado la idea de la muerte, no prescindiendo para ello de argumentos divinos y humanos, que no tienen en cuenta la resurrección -con-resurrección- con Cristo Jesús, Cabeza del Cuerpo Místico, entrañada en la concepción de la Iglesia. La muerte, su concepción y sentido, para los mismos cristianos se nos presenta, con criterios y colores anti religiosos, aunque en algunas ocasiones, en su simbología de colores tan entenebrecidos, emerjan y apunten signos esperanzadores del "descanso eterno", "luz perpetua", seno de Abrahám", paraíso, y "compañía con los santos y santas", en el caso de que se llegue a superar las pruebas del Infierno con el fuego eterno, o las mitigadas del Purgatorio, con o sin indulgencias...

En la Iglesia primitiva campeaba entre los cristianos con más alegría y esperanza el eslogan de que "con " y "por" la muerte, "la vida cambia, pero no termina", con lo que se vivía y se moría sin tristezas y sin temores serviles.

¿Eutanasia?. Según el sentir popular, -me sirvo de la definición que proporciona la "RAE, - ella "es acortamiento voluntario de la vida de quien sufre una enfermedad incurable, por poner fin a sus sufrimientos", y sugiero a quienes corresponda, con autoridad doctrinal, magisterio, y vivencias pastorales y personales que, con la gracia de Dios, nos expliquen qué es eso de "acortamiento", cómo se hace, qué son los "medios artificiales" y "naturales", con quien o quienes y cuando hay que contar para tomar decisiones, qué es, y en qué consiste realmente la vida, hasta cuando es vida la vida y deja de ser propia, y la que demanda la dignidad de la persona por persona, hasta donde la ciencia médica puede hoy, más que permitirnos vivir, detener la muerte física y puramente mecánica...

¿En que proporciones se deberá detener la muerte, por tomarse al pie de la letra aquello de "hasta que Dios quiera", identificándolo con los procedimientos impuestos por la naturaleza, interpretada con más o menos piedad y medios de fortuna, en conformidad con reacciones puramente físicas? ¿Es que también a los ricos, por ricos, les alcanzarán los privilegios, a la hora de la muerte? ¿Es que Dios deja de ser "dueño absoluto de la vida y de la muerte", de algunos?

Cambian los tiempos y las circunstancias, y los inventos y "progresos", y hay criterios que necesitan reflexión y reforma, siempre ajustados al plan de Dios que nos creó a su imagen y semejanza. Está de más reseñar que la eutanasia, algunos de sus procedimientos y en algunos casos, los abusos, harán acto de presencia, ocultando bajo el velo de la humanidad intereses nefandos. Pero esto ocurre en multitud de casos, con referencias concretas a aquellos en los que se hace detener la llegada de la hora "oficial" de la muerte, a cuenta del logro de beneficios de índole perversa. La conciencia y la ley serán, en definitiva, los verdaderos protectores.

En vísperas de tiempos políticos en los que el término "eutanasia" se nos hará presente en multitud de ocasiones, también religiosas, contribuir al esclarecimiento de su realidad, intenciones y riesgos, es bastante más que una obra de misericordia o de caridad. Es, será, obra de justicia, de carácter divino y humano.

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