Antonio Aradillas Faltan (y sobran) curas
(Antonio Aradillas).- Es ley de vida. En todo, o en casi todo, faltan, y a la vez, sobran, personas y cosas. Depende de cómo se contemplen unas y otras, de cual sea su efectividad, urgencia y necesidad y de lo que de ellas esperen los demás, prevalentemente sus beneficiarios posibles. Como no podía ser de otra manera , el tema, convertido en problema, afecta a la Iglesia de lleno y hasta sus últimas, o penúltimas, consecuencias
En el círculo de estas reflexiones, me dedico a pensar, despacio y con detenimiento, aunque sea a modo de sugerencias -"insinuación o proposición sutil"- acerca de "la falta y sobra" de los curas.
En conformidad con las estadísticas, en su diversidad de versiones, índices y fiabilidades, es normal que se haya llegado ya, y apocadícticamente, a la conclusión de que faltan sacerdotes. Los seminarios y noviciados entraron en vía muerta hace años, dedicados sus edificios a otros menesteres diocesanos o religiosos, o vendidos para construir sobre sus solares viviendas de primera calidad. Antes habían sido otros tantos premios y metas a los trabajos y ministerios pastorales de los "recolectores de vocaciones sacerdotales o religiosas", por los andurriales de esos pueblos de Dios, distribuidos en la geografía de la pobreza y del hambre de estudios...
No hay curas. Los datos lo confiesan con humildad y preocupación religiosa, de manera especial en las zonas rurales, en cuyas parroquias el titular apenas si es conocido en las fiestas solemnes del pueblo. Es posible que en las curias diocesanas y en el episcopologio, tal carencia no hay sido todavía notada con tanta evidencia, por lo que sus responsables no hayan tomado conciencia plena, y no hayan abandonado sus palacios y capellanías y, al menos dominicalmente, no hayan suplido algunas de estas deficiencias ministeriales. Por ejemplo, en sus catedrales, con olor a incienso, con cantos corales, báculos y mitras, el número de fieles- fieles asistentes, que no participantes, no rebasa las dos docenas, por supuesto que todos y todas, personas mayores.
Insisto en que el número de sacerdotes y de religiosos es clamorosamente desolador, jubilados ya, o a punto de jubilación, aún contando con que de vez en cuando, y para consolar a parte del personal, algunos medios de comunicación "oficiales o afines" difundan noticias de nuevas ordenaciones sacerdotales y de todas y cada una de las consagraciones episcopales, nombramientos, traslados y tomas de posesión, que llenan espacios televisivos con soberbiosas complacencias pontificales, poco o nada ejemplares.
El Gobierno tiene que proteger a las víctimas no a los curas pederastas. El Estado no puede ser cómplice de los delitos del clero.
— Pilar H. Lucas (@PilarHLuc) 29 de agosto de 2018
La prescripción de los delitos de pederastia es INMORAL#ElSilencioDeLasSotanashttps://t.co/UjoC4Btd6Qpic.twitter.com/bkwWPUhyWd
No obstante tal falta de sacerdotes, no son pocos los que sobran en el listado-nómina de las diócesis y de órdenes y congregaciones religiosas. Noticias recientes predican con referencias documentadas relacionadas con la pederastia y otros comportamientos indignos de quienes proclamaron ser y ejercer de ministros de Dios y salvadores de almas. Su número y circunstancias son detestables. Solo la misericordia infinita de Dios les salvará y redimirá de los males causados a la comunidad eclesial, cuya fiabilidad ha quedado herida de muerte en no pocas circunstancias y casos. Lo de "corruptio optimi, péssima", alcanza repugnante vigencia.
Lasvíctimas de tantas felonías, sus familiares, el entorno social ciudadano, político y convivencial, en cuyo marco "religioso" tuvieron, y tienen, lugar, comportamientos tan repulsivos y rechazables, claman al cielo, demandando las correspondientes denuncias y castigos judiciales y civiles, con tan reducida y parca confianza en los procedimientos dimanantes de los Tribunales Eclesiásticos, execrables, es decir, "dignos de duras críticas y de fuerte reprobación".
¿Protagonismo de los obispos en tan dramáticos actos y comportamientos?. Ellos mismos, públicamente en la reciente Asamblea Plenaria lo han reconocido penitencialmente. Dedicados al "prudente y cómplice silencio" con el fin de que no se enterara la prensa ni se escandalizara el pueblo de Dios, se limitaban a remover de sus cargos o ministerios, de un lugar a otro, con lo que el problema reverdecía aún más con víctimas nuevas y distintas, pidiéndole a Dios en sus oraciones privadas que perdonara a los agentes de tamañas fechorías o "deslices", y, en determinados casos, hasta llegaron a castigar a otros sacerdotes y laicos que tuvieran el "atrevimiento" de difundir tales "rumores".
Sí, sobran curas y obispos de esta calaña -"clase, género o condición", en proporciones idénticas a como faltan curas y obispos "franciscaneados", gracias a la labor, a las palabras y al ejemplo del papa actual. Huelga reseñar que, a tenor de las informaciones difundidas a propósito de la citada Asamblea Plenaria , la influencia y el poderío que todavía califica al "ejército de salvación rouconiano", impide, o al menos, no invita, a echar las campanas al vuelo de los optimismos cristianos.
Faltan además, y sobre todo, laicos y laicas. Unos y otras ejercitarán funciones que hasta el presente acapararon en exclusiva, los "estamentos clericales sagrados", cuando exactamente lo mismo, o mejor, podrían haber sido competencia de todo el pueblo de Dios, por el hecho del bautismo y de la consciente pertenencia a la Iglesia. Funciones y ministerios eclesiales de las que no hay por qué descartar el propio sacerdocio y el episcopado, llaman ya con insistencia y teología a las puertas de Nuestra Santa Madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
Desde convencimientos y comportamientos como los sugeridos, es posible alentar la esperanza de que, sin curas burócratas y funcionarios, desclericalizada la Iglesia, esta y el resto de la sociedad, - masculina, femenina o neutra, soltera o casada- se beneficiarían larga y generosamente, "en esta vida y en la otra".