"Junto al agradecimiento, debemos hacer el ejercicio de retener esto en la memoria" Fernando Prado: "Muchos hermanos nuestros, creyentes y no creyentes, son verdaderamente una muestra moderna de santidad"
"No son pocos los sacerdotes, religiosos y religiosas, los que, junto con muchos laicos cristianos voluntarios, están trabajando en primera línea de batalla"
"Es para sentirse orgullosos por el testimonio que muchos cristianos están ofreciendo, junto con tanta gente de bien que se está dejando la piel por superar cuanto antes esta situación"
"Sin remilgos, somos conscientes de que el amor al prójimo pasa en estos cruciales momentos por el deber más sagrado de todos: el de preservar antes que nada la vida de los demás"
"La Iglesia, como en los primeros tiempos, puede vivir sin templos"
"Sin remilgos, somos conscientes de que el amor al prójimo pasa en estos cruciales momentos por el deber más sagrado de todos: el de preservar antes que nada la vida de los demás"
"La Iglesia, como en los primeros tiempos, puede vivir sin templos"
| Fernando Prado Ayuso, cmf
Estamos asistiendo estos días a un testimonio maravilloso de solidaridad y de colaboración ciudadana por parte de toda la sociedad. Una sociedad de la que nosotros, los seguidores de Jesús, también formamos parte y en la que estamos dejando nuestra impronta creyente en un momento verdaderamente histórico. Es justo reconocerlo, aunque muchos medios de comunicación no se hagan eco de ello. No son pocos los sacerdotes, religiosos y religiosas, los que, junto con muchos laicos cristianos voluntarios, están trabajando en primera línea de batalla.
Este precioso testimonio nos estimula para vivir estos tiempos difíciles de pandemia, en que todos nos vemos afectados y nos sentimos llamados a remar juntos, poniendo cada uno, en la medida de nuestras fuerzas, nuestro pequeño pero valioso granito de arena.
Quienes formamos parte del Pueblo de Dios hemos asumido esta situación con responsabilidad y esperanza. Es para sentirse orgullosos por el testimonio que muchos cristianos están ofreciendo, junto con tanta gente de bien que se está dejando la piel por superar cuanto antes esta situación. Muchos hermanos nuestros, creyentes y no creyentes son, verdaderamente una muestra moderna de santidad y nos enriquecen con su testimonio. Ciertamente, su entrega callada y generosa nos lleva a no perder la fe y la Esperanza en la fuerza de la solidaridad y de la fraternidad humana. Muchos están exponiendo su propia salud y dando su vida. No podemos hacer otra cosa que quitarnos el sombrero y darles las gracias. Junto con el agradecimiento, el ejercicio de retener esto en la memoria. Son el testimonio de lo mejor de lo que somos. No podemos olvidar, no debemos olvidar.
Tiempo de gestos más que de palabras
Los seguidores de Jesús, siguiendo las medidas propuestas por las autoridades, en seguida nos dimos cuenta de la importancia de interrumpir nuestras asambleas litúrgicas y nuestras actividades de grupo en nuestras parroquias y centros para no expandir más el virus.
Adoptamos medidas extraordinarias y dolorosas, muy dolorosas, ciertamente, por no poder acceder presencialmente a la celebración de la Eucaristía, algo que para nosotros es un elemento importantísimo en nuestra vida de fe. Ahora no podemos celebrar la Semana Santa, la fiesta cristiana por excelencia. No habrá liturgias ni procesiones. Es doloroso, pero sabemos distinguir.
Si no lo sabemos hacer, tendremos que volver a la catequesis, a lo más elemental de la fe y de la doctrina que nos ayude a comprender mejor y distinguir lo que de verdad es importante en todo esto. Muchos creyentes comprendieron enseguida lo que ya la tradición de la Iglesia nos había enseñado sobre nuestra fe de la mano, nada menos, que de Santo Tomás de Aquino: que la gracia de Dios no está retenida en sus sacramentos; que Dios es siempre más grande y que habita en ellos, sí, pero también y, sobre todo, más allá de ellos.
La tradición de la fe nos dice que Dios habita en su palabra, y habita también en la historia, en la humanidad, en esta humanidad sufriente que estamos contemplando especialmente estos días y habita en los pobres, a los que, como ha dicho el papa Francisco, nunca hemos de dejar solos. Pero mirad, sobre todo, que quede claro, esta fuerza de Dios habita, antes que en ningún otro lugar, dentro de nosotros mismos. Y es así por el Espíritu Santo que un día recibimos en el bautismo. Esta es la fe de la Iglesia, la fe que profesamos: Dios habita dentro de nosotros como en un templo. Los templos de piedra son necesarios, sin duda, pero no absolutamente. Son unos buenos instrumentos que volverán a llenarse de fiesta a su debido tiempo. La Iglesia, como en los primeros tiempos, puede vivir sin templos. La Iglesia ahora se hace iglesia doméstica en las casas, en nuestras familias que buscan su espacio para rezar y, sobre todo, como digo, en nuestro interior.
Por eso, sin remilgos, somos conscientes de que el amor al prójimo pasa en estos cruciales momentos por el deber más sagrado de todos: el de preservar antes que nada la vida de los demás y quedarnos en casa, tal y como se nos sigue insistiendo. Es la forma realista y correcta de ubicarnos bien ante Dios y ante los hombres en estos momentos de crisis sanitaria. Es una respuesta cabal y generosa. Ya habrá tiempo de celebrar unidos la fe y de recibir los sacramentos plenamente. Ahora, nos toca adaptarnos y vivir la fe en el tabernáculo de nuestro interior, dentro, en el corazón, conscientes -más que nunca- de esa fuerza de Dios que nos habita, preocupándonos por vivir estos momentos unidos a Él sin despreocuparnos de los demás. En un tiempo de emergencia como el presente, la fe y la devoción deben encontrar nuevos caminos.
No es tiempo de muchas palabras. Es tiempo más bien de vivir nuestra entrega en gestos. Gestos de cuidado, de ternura y cercanía a las personas que nos rodean, a la familia, cuidando a los niños, a los ancianos y enfermos, y también a aquellos que nos necesiten y a los que podamos echar una mano.
Construir un mundo nuevo
La fe y la esperanza nos mueven a construir un mundo nuevo. No un mundo paralelo, sino este en el que vivimos, junto con los demás. Estamos convencidos de que la fe y la esperanza cristianas, son en nuestra sociedad fermento de un mundo nuevo; fermento de bien y de bondad. Los cristianos no debemos dejar de hacer ver que nuestra fe hace que el mundo sea mejor. Lo estamos viendo estos días especialmente: Dios hace bien a los que creen y, por su parte, los creyentes siembran bondad y bien a su alrededor. Lo estamos viendo ahora, pero lo veremos con más claridad, seguramente, meses más adelante, cuando las duras consecuencias sociales y económicas de esta crisis nos visiten con más crudeza. Entonces, la Iglesia brillará una vez más con su labor y su servicio, acompañando en primerísima línea a los que quedaron heridos en esta batalla. Una Iglesia que sirve porque vive sirviendo a todos. Y lo haremos como siempre, sostenidos por la fe y la esperanza que hemos renovado en este tiempo de prueba.
Un bellísimo texto de la antigüedad, conocido como la Carta a Diogneto, nos hablaba ya de la vida de los cristianos de los primeros siglos. En ese testimonio escrito, se dice de nosotros que “los seguidores de Jesús no se distinguen de los demás ni por dónde viven, ni por sus costumbres, ni por llevar un género de vida distinto. Sin embargo -continúa diciendo el texto- dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan su patria como forasteros y toman parte en todo como ciudadanos. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes, pero con su modo de vivir las superan. Lo que el alma es en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo”. Sigamos adelante, no bajemos la guardia y sigamos cuidándonos. El Señor nos acompaña.