Adiós a un Papa que marcó el alma de la Iglesia ¡Francisco, pastor de los pobres, te hemos querido tanto!

Gracias, Papa Francisco
Gracias, Papa Francisco

"¿Papolatría? Sí, pero de la buena, de la que brota del agradecimiento por un Papa que nos devolvió el orgullo de ser Iglesia"

"En cada oración, en cada silencio, se palpaba la certeza: no te has ido del todo, porque tu espíritu sigue susurrando: “La misericordia es el corazón de Dios” 

"No será fácil encontrar un sucesor a tu altura. Dejas el listón muy alto, altísimo. Has redibujado el rostro de la Iglesia, devolviéndole su esencia profética"

"Te hemos querido mucho, Francisco. Y te seguiremos queriendo. Porque no solo fuiste Papa: fuiste padre, hermano, amigo"

Te hemos querido mucho, Francisco. ¿Por qué negarlo u ocultarlo? No es vergüenza confesar que nuestro corazón llora, que la Iglesia universal se estremece y que el mundo, aún en su fragilidad, siente el vacío de tu partida.  

¿Papolatría? Sí, pero de la buena, de la que brota del agradecimiento por un Papa que nos devolvió el orgullo de ser Iglesia: una Iglesia misericordiosa, en salida, sinodal, con las puertas abiertas a todos, especialmente a los últimos, los preferidos de Dios.  

Hoy, 26 de abril de 2025, Roma te ha despedido en un funeral que no fue el de un soberano ni el de un sumo pontífice, sino el de un pastor humilde, un amigo de los pobres, un hermano que caminó con nosotros y nos enseñó a mirar la vida con los ojos del Evangelio. 

Especial Papa Francisco y Cónclave

Féretro del Papa
Féretro del Papa

En la Plaza de San Pedro, arropado por el columnado en forma de corazón, tu cuerpo descansa en un sencillo ataúd de ciprés, sin oropeles, como quisiste. Con el libro de los Evangelios abierto al viento del Espíritu. Como tu vida

La plaza, abarrotada de rostros diversos —poderosos, curas, obispos, pero sobre todo gente normal y, especialmente, migrantes, religiosos, familias, jóvenes, ancianos, creyentes y no creyentes—, es un mosaico vivo de tu legado. No hay coronas de reyes, sino flores humildes traídas por manos callosas, por corazones heridos que encontraron en ti consuelo. El mundo entero, desde las favelas de América Latina hasta los campos de refugiados en África, se une en un solo latido: “Gracias, Francisco, por hacernos sentir amados”. 

Un pastor, no un rey 

Tu funeral, querido padre Bergoglio, no ha sido un espectáculo de poder, sino un canto a la sencillez. El Evangelio que tanto amaste, el de 'Pedro ¿me amas más que éstos?', resonó en la liturgia como un eco de tu vida. No hubo pompa, solo verdad. Los cardenales, con sus capas rojas, parecían más pastores que príncipes, inclinados ante el hombre que les enseñó que el poder es servicio. Los pobres, tus predilectos, tuvieron un lugar privilegiado, porque en ellos veías el rostro de Cristo. Y en cada oración, en cada silencio, se palpaba la certeza: no te has ido del todo, porque tu espíritu sigue susurrando: “La misericordia es el corazón de Dios”. 

Cuanto más pasan los días, más se agiganta tu figura. Eras líder, sí, con una capacidad de gobierno que transformó estructuras anquilosadas, que abrió ventanas al aire fresco del Espíritu. Pero, sobre todo, eras persona, un hombre bueno, cercano, pendiente de los detalles y de las personas. Llamabas por teléfono a la viuda, escribías cartas a los presos, abrazabas a los enfermos, bromeabas con los niños. Tus gestos, pequeños pero inmensos, rompían barreras. ¿Quién olvidará cuando te arrodillaste a lavar los pies de los refugiados? ¿O cuando, en plena pandemia, caminaste solo por una Plaza de San Pedro desierta bajo una fina lluvia para rezar por la humanidad? Nos hiciste sentir que la Iglesia no es un museo, sino un hospital de campaña, un hogar para los heridos. 

Papa de la sonrisa

Una sonrisa que no se apaga 

Tus palabras, Francisco, eran sencillas, como las de Jesús en el Sermón de la Montaña. Todo el mundo las entendía, desde el campesino hasta el intelectual. Tus chistes, tus anécdotas, tus sentencias cargadas de sabiduría popular —“¡Hagan lío!”, “La Iglesia no es una ONG”—, calaron hondo.  

Y tu sonrisa, esa sonrisa luminosa que desarmaba prejuicios, sigue grabada en nuestra memoria. Nos enseñaste que la alegría es revolucionaria, que un cristiano triste es un triste cristiano con cara de pepinillo en vinagre. Nos marcaste para siempre, porque no solo predicaste el Evangelio: lo viviste. Y, por eso, hasta fuiste capaz de reconocer tus errores y confesar humildemente tus pecados. 

No será fácil encontrar un sucesor a tu altura. Dejas el listón muy alto, altísimo. Has redibujado el rostro de la Iglesia, devolviéndole su esencia profética. Abriste procesos sinodales que dieron voz a los laicos, a las mujeres, a las periferias.  

Defendiste la casa común con Laudato si’, alzaste la bandera de la fraternidad con Fratelli tutti, y recordaste que el amor no excluye a nadie, ni siquiera a los que la sociedad descarta. Fuiste el Papa de los migrantes, de los descartados, de los que no tienen voz. Y aunque no te gritaron “Santo súbito” al cerrar tu ataúd, ya lo eres en el corazón de los pobres, los predilectos de Dios

Una huella imborrable 

Hoy, mientras tu cuerpo es depositado en tu sencilla tumba de la capilla de Santa María La Mayor, al lado de tu Virgen preferida, sentimos que no te entierran a ti, sino que siembran una semilla. Tu legado no es de mármol, sino de vida. Vivirás en la memoria agradecida de tantos: en la madre que reza por sus hijos, en el joven que sueña con un mundo más justo, en el sacerdote que sale a las periferias, en el ateo que, por ti, miró a la Iglesia con nuevos ojos. Dejas una huella profunda, imborrable, como las de los santos que no necesitan canonización oficial, porque su santidad se escribe en los corazones. 

Pro Papa Francisco

Te hemos querido mucho, Francisco. Y te seguiremos queriendo. Porque no solo fuiste Papa: fuiste padre, hermano, amigo. Nos enseñaste que la fe es encuentro, que la esperanza es lucha, que el amor es el camino. Mientras el sol se pone sobre Roma y el mundo guarda silencio, una certeza nos abraza: tu sonrisa, tu voz, tu corazón de pastor seguirán guiándonos. Hasta que nos encontremos de nuevo, en la casa del Padre, donde los pobres ya te esperan para darte el abrazo que tanto mereces. 

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