Nuevas confidencias de un cura jubilado Giordano Bruno y más

(Antonio Aradillas).- El voto de continencia política que formulamos en su día al iniciar nuestras tertulias de curas jubilados, lo cumplimos a la perfección y, por tanto, sin posibilidad de recurrir a confesiones orales, o actos penitenciales generales, que lleven consigo "dolor de corazón" y "propósito de enmienda".

La política no es fuente de conversaciones serias y limpias, al menos tal y como se practica y comenta en nuestros alrededores, sin exclusión de los eclesiásticos. Y, por otra parte, son tantas, de calado y de catadura las noticias relacionadas con temas, espacios y "personalidades" eclesiásticas, que el elenco de asuntos y materias lo tenemos perdurablemente completo.

En tiempos recientes, se ha hecho repetidamente presente la figura de Giordano Bruno y sus esfuerzos por reivindicar dentro de la Iglesia los derechos y deberes de ella por lo que es testigo la historia de que el "Santo Tribunal de la Inquisición" decidió quemarlo vivo el día 17 de febrero del año 1,600 en la plaza romana "dei Fiori". Las nauseabundas razones para dictaminar y mantener determinación tan cruel e injusta, avaladas todas ellas "por el nombre de Dios", sonrojan a historiadores, tanto a los eclesiásticos, como a los agnósticos y a los ateos.

"Adelantarse a su tiempo" había sido el gran pecado del filósofo y humanista italiano, nacido en Nola en 1,548 y su imperdonable actividad adoctrinadora exigía subscribir la aseveración mantenida por Copérnico acerca de la primacía del sol sobre la tierra, con discreta alusión moralizadora además, y como de paso, a la relativa venalidad -"venial"- e insubstancialidad de los "pecados de la carne".

Teólogos, filósofos y moralistas movilizan ahora su capacidad de gestión reparadora, con el propósito de implicar personalmente al Papa Francisco en la misma, aún convencidos de que las dificultades curiales seguirán siendo todavía infranqueables, con alusión, carente de imaginación, a que "aquellos eran otros tiempos", con impenitente olvido de que felizmente debieron haber sido penitenciados e irrevocablemente superados, y que jamás, y por los siglos de los siglos, amén, habrán de estar vigentes en la Iglesia de Cristo, bajo ninguna de las fórmulas, por santas, nobles y canónicas que sean presentadas por algunos. Los tiempos son siempre los mismos, y todos ellos están precisamente para ser superados al servicio del pueblo de Dios y sin que intereses personales o institucionales lo frustren o impidan.

Y es que la Inquisición, como dato histórico y como comportamiento oficial eclesiástico, también filosófico- religioso, y político, no fue todavía superado. Son muchos los que la añoran y echan de menos sus intenciones y procedimientos, aunque en ocasiones denosten lo que llaman, "explicables, pero siempre pías, exageraciones". El listado de inquisidores es abundante, "nutrido" y perseverante, y con aspiraciones a seguir engrosando las páginas del Año Cristiano.

Tal vez por aquello de que "Dios los cría y ellos se juntan", y por la sincera y simple razón de que cambian las perspectivas, y de que a las personas de buena voluntad no les faltará jamás la gracia de Dios, estuvimos los contertulios de acuerdo en constituirnos en anti ínquisidores, a favor de Giordano Bruno y de tantos "mártires" como en la historia de la Iglesia produjo y generó la "santa" Inquisición, sin otra connotación "pecaminosa" que la de "haberse adelantado a los tiempos", respondiendo así a las demandas del pueblo de Dios.

En el marco de tan masivos y frecuentes ejercicios de Iglesia que convocan las canonizaciones y beatificaciones últimas, nos comprometimos de alguna manera a alentar las corrientes y los movimientos eclesiales que algún día lleguen a exponer y recabar la declaración oficial de "mártires" de verdad a quienes los Inquisidores determinaron, por sí mismo, o por sus acólitos y compinches, a encender las piras de las ejecuciones en los "solemnes, ejemplarizantes y reparadores autos de fe". Los "mártires de la Inquisición" convocarían a multitud de devotos de pueblos, naciones, profesiones, iglesias, religiones y oficios, de modo similar, o aún superior, a como lo hicieron, y hacen, otras ceremonias de características parejas.

Giordanos Brunos ha habido y hay en la Iglesia, y fuera de ella, muchos. Quiera Dios que siga habiéndolos, pues de su existencia, presencia y ejecución dependerá en gran parte su justificación al servicio del pueblo. Además, y por aquello de que los mártires no precisan del requisito canónico de la comprobación del "milagro" para su declaración y reconocimiento del culto público, aseveran no pocos que todo resultará más limpio, transparente y barato.

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