Antonio Aradillas Sin Guadalupe no hay Extremadura
(Antonio Aradillas).- "Ser" y "existir" son términos que académicamente dan por supuestas la "actividad y la vida", es decir, "tener un ser real y verdadero", o "cualquier cosa creada especialmente si está dotada de vida". Bien es verdad que en estas definiciones, como en casi todas, más o menos "oficiales", hay siempre grados, y del más al menos, y aún a la nada, los trechos son diferentes, contando además con quienes los tasan o los determinan.
Extremadura, como una de las 17 Comunidades Autónomas constitucionalmente establecidas, -y sin tener por qué juzgar aquí y ahora las causas o con-causas-, no es, no existe o, edulcorando y puliendo los verbos, está ubicada, o nos la ubicaron, en el último puesto del listado de cuanto significa en la actualidad, desarrollo, progreso y estado de bienestar integral. Vaya por delante que considero una monumental falta de originalidad, y recurrente injusticia, culpar de tal situación solo o fundamentalmente a quienes en los últimos tiempos, y además democráticamente, rigieron y rigen sus destinos "patrios" y "autonómicos". De la fuente e interpretación correcta de "Comunidad" y de "Autonomía" han brotado, brotan y brotarán sin duda alguna, ríos, embalses, ferrocarriles y autopistas, de efectivas posibilidades de promoción para la región, que no tiene por qué estar condenada a ocupar los últimos puestos de la fila y de la consideración propia y ajena, nacional e internacionalmente.
Y precisamente en este contexto, enaltezco y elogio, con los correspondientes "cun laudes" académicos, las medidas que, con ocasión de la celebración de las próximas solemnidades de la fiesta regional, preparan sus actuales responsables políticos. (Insisto en que, todo cuanto significa ahondar en el contenido y expansión de palabras tan salvadoras y tan entitativamente extremeñas como "comunidad" y "autonomía", les reportará a ella, y al resto de España, medios efectivos de redención y de vida).
Pero sin salirme en esta oportunidad de la feliz coincidencia de la fiesta oficial civil, con la religiosa -"Virgen de Guadalupe, patrona de Extremadura"-, es obligación elemental aludir a cuanto una celebración como tal puede influir en el mejor planteamiento cívico- religioso, desde el convencimiento del significado de cuanto Guadalupe es y supone en la construcción de la "extremeñidad". Su nombre y su santuario -"Patrimonio de la Humanidad" por más señas- fueron, son y serán referencias ineludibles, entre otras cosas, por la inexistencia, o inactividad, de otras razones, como las patrióticas, o patrioteras, lenguaje, tradiciones, cultura o ritos ancestrales, batallas, victorias y hasta derrotas.
Pero, para ser y ejercer de verdad como Comunidad Autónoma, y en consonancia con ideas y propósitos dimanantes de pactos constitucionales también políticos, a Extremadura le falta la integración en la misma , y con plenos efectos "religiosos", de los 31 pueblos-parroquias que administrativamente y en virtud -vicio- jerárquico, siguen perteneciendo a la diócesis de Toledo. Que estos pueblos, y con ellos Guadalupe, sede y residencia de su Patrona oficial y religiosa, sigan administrados por la "mitra" del arzobispado primado de Toledo, capital de Castilla La Mancha, resulta inaudito, ofensivo y discriminador para Extremadura, como Comunidad Autónoma y algo inédito en el orbe católico. Así lo han confesado ya, con respeto y consideración, los mismos políticos extremeños, al igual que los tres obispos de sus respectivas diócesis.
La carencia de razones que expliquen situación tan anómala y el tratamiento nada cívico y nada evangélico, del que es responsable don Braulio, actual arzobispo de la imperial ciudad toledana, constituye uno de los mayores y escandalosos misterios, burocrático-administrativos, registrados hoy en la historia de España, y que en muchos levanta polvaredas de rumores acerca de la rentabilidad económica del que tan importante santuario de la Iglesia católica pueda ser generador, "por la gracia de Dios" y la generosidad de los devotos marianos.
Desde aquí un recuerdo cariñoso, cordial y agradecido, al inteligente y humilde amigo,, don Antonio Montero, primer arzobispo de Mérida- Badajoz, re-constructor de la Provincia Eclesiástica de Extremadura, coincidente sus límites con los políticos autonómicos democráticos, si se exceptúan las tierras feudalmente conquistadas "manu militari", en tiempos de las "Guerras- Cruzadas contra el moro", de los entonces todopoderosos cardenales arzobispos toledanos, que tenían tan poco de obispos -hombres de Iglesia-, y tanto de "Príncipes", de políticos y de guerreros, de inquisidores sin descartar las características de "buenos padres de familia numerosa".
En vísperas de las fiestas de Guadalupe, un "¡aúpa¡" fervoroso, operante, activo y radiante de "extremeñismo" a quienes militan en "Guadalupex", ejemplar asociación de carácter cívico, sensibilizada a problemas de tanta gravedad como este, y en cuya "orden del día" de todas sus reuniones, actividades y razón de ser, se inscribe la preocupación por ponerle fin al exilio de la Patrona de Extremadura que, "por fas o por nefas", sigue padeciendo en tierras castellano- manchegas, sin tener aún decidida la fecha de su reingreso. Dios quiera que tal fecha sea lo antes posible, para lo que no faltan las bendiciones de ninguno de los tres obispos -uno de ellos, arzobispo- de las sedes extremeñas.
¡Ex -eminentísimo don Braulio¡. No es una amenaza. Es tan solo un aviso: son muchas las "Casas Regionales" extremeñas, que en el resto de España están en disposición "religiosa" de fletar el correspondiente número de autobuses para hacer presente su protesta en la plaza de la catedral y palacio de su sede primada en Toledo. ¿Le placen a usted estos espectáculos? ¿Los necesita hoy Nuestra Santa Madre la Iglesia, secos sus ojos de llorar tantas desdichas jerárquicas?
No se olvide que SIN GUADALUPE, NO HAY EXTREMADURA. Y esto, en la España constitucional actual de las autonomías democráticas, y en la "sinodalidad" de la Iglesia del papa Francisco, es algo muy serio.