Antonio Aradillas "Higienizar" la Iglesia
(Antonio Aradillas).- Regularizar, ajustar, acomodar, normalizar, y hasta higienizar, son verbos que, entre otros, han de inspirar comportamientos y modos de ser y de expresarse en todas las sociedades que pretendan ser vivas y activas.
El fallo en su conjugación y aplicación correcta, a tenor de las disciplinas y ciencias gramaticales y convivenciales, comporta su fracaso radical inmisericorde. Cuando el marco de estas referencias se considera, y pretende ser, religioso, las consecuencias de la frustración son aún más decepcionantes, con graves incidencias en esta vida y, por supuesto, también en la "otra".
El proceso de normalización afectará necesariamente a ideas, a personas relacionadas entre sí y con los demás y a las fuentes de tristezas, gozos y esperanzas. Es posible que, imbuidos de por vida en dogmatismos inamovibles, con buenas dosis de impertérritas convicciones, -no siempre racionales-, de miedos, sean precisamente estos, los miedos, los que hayan marcado, y marquen, el ritmo de las referencias humanas y hasta divinas, con deterioros tan graves para la salud integral, tanto individual como colectivamente.
. La Iglesia - "Nuestra Santa Madre la Iglesia"- , reclama la coincidencia operante de los verbos citados -y otros más-, para cumplir la misión salvadora que le fuera encomendada como signo y sacramento, incuestionablemente religiosos. La teología, la pastoral y los cánones que la encuadran y definen, precisan una reparadora revisión que, por potra parte, es concluyente con la idea "penitencial" -reconversión- a ella inherente por su propia constitución.
. Haber presentado, y todavía sin eficaz propósito de enmienda, proseguir en el empeño de mantener dogmatismos a ultranza, y modos y maneras de expresiones como cabalmente religiosas, no es de recibo. Mucho menos lo es cuando se percibe con descarnada facilidad, que ni sus mismos jerarcas se creen y practican el contenido rutinario de sus sermones, homilías y "pastorales", sin descartar no pocas encíclicas. Los casos asentados en la fiabilidad de documentos y apreciaciones ético- morales, confiesan a creyentes e incrédulos que el evangelio y la vida de Cristo Jesús, no estuvieron siempre presentes en su formulación, por canónicos y sagrados que fueran los atuendos con los que se revistieran a la hora de su exposición y prédica.
. "Pontificando", "episcopalizando" y "monseñoreando", no se hacen amigos. Estos verbos mayestáticos, todos en gerundios principescos y áulicos, -y algunos con connotaciones de infalibilidad-, no construyen Iglesia. Ni evangelizan, ni convierten. No son portadores de palabras de redención y de vida. No son "catequesis". Ni persuaden, ni convencen, A lo sumo, conquistan, aun cuando esta no sea jamás función, o misión, religiosa, en cualquiera de sus modalidades, por antiguas y tradicionales que sean, y por muy extendidas que estén, con términos tan serios como los de "católicos", "ecuménicos" o "universales".
. En el organigrama de la Iglesia, que ha de someterse a regularización y ajuste, sobran numerosas figuras, signos y símbolos. Gran parte de unas y otros no son ya constructivos, aunque devotamente pudieran haberlo sido algún día, o en alguna de las épocas históricas que se dicen sagradas. La normalización en su filosofía, teología y antropología eclesiásticas, es ciertamente urgente. Lo es también en la selección de sus palabras, aparte además del tono con el que se pretende trasmitir el mensaje -"palabra de Dios"-, que no tiene por qué diferir en nada con el que expresamos los pensamientos y los sentimientos del vivir cotidiano entre familiares y amigos. Tener que comunicarse con Dios con fraseología críptica, y tonalidades y gestos distintos a los prescritos y aceptados por la "liturgia" común del glorioso sacrificio de la vida, es renegar de Dios y de sí mismos.
. El simple dato puramente anecdótico e infantiloide de que, en rigurosa autonomía protocolaria, el rimero de adjetivos y títulos sacrales como "eminentísimos y reverendísimos" estén regulados en los protocolos de la Iglesia, al servicio de unos -y no de unas-, reservándoseles a la mayoría los de "fieles" o "súbditos". Lo de "hijos o hermanos amadísimos" pertenece a una subcultura que, gracias sean dadas a Dios, está a punto de ser superada en la sociedad civil, con el gozo de la comprobación de que en las áreas "laicas" se camina más de prisa que en las estricta y oficialmente religiosas, tal y como lo testifican tantos episodios de los santos evangelios.
. Higienizar -"hisopear"- palabras, comportamientos, actitudes, doctrinas, principios ético-morales, floripondios verbales y cuanto se relaciona - religa con el cristianismo como religión, -con predilecta mención para sus representantes "oficiales"-, es misión que compete de lleno, y por igual, a toda la Iglesia.