"Intermediario del Papa más querido de la Historia" Homenaje a Loris Capovilla en el 130 cumpleaños de Juan XXIII
(José Luis González-Balado, biógrafo de Juan XXIII) Uno, que disfruta del privilegio de una tan agradable como inmerecida amistad con monseñor Loris Capovilla, recuerda haberle escuchado una curiosa respuesta. Alguien le había preguntado cuántos años había pasado al lado de Juan XXIII. Pareció obvio, por el contexto circunstancial, que la pregunta se refiriese, de manera más explícita, al período en que quien se llamara Angelo Giuseppe Roncalli había tenido como colaborador a Loris Francesco Capovilla.
Su contestación fue la siguiente: "No lo sé. Sólo sé que mi servicio con él empezó en marzo de 1953". Lo que me pareció implícito en su contestación fue que, desde que tal proximidad comenzara, ya no se interrumpió. Lo cual, aun en el caso de que el circunstancial interrogante no lo hubiese captado, que probablemente sí, lo cierto es que monseñor Loris Capovilla da la impresión de estar íntimamente convencido de que su cercanía a Juan XXIII no se ha interrumpido.
Una cercanía afectiva, en primer lugar. Pero también efectiva, en la prolongación de un servicio de intermediación entre el Papa más querido de los últimos tiempos y también de la historia y su excepcionalmente fiel secretario.
En alguna parte ha recordado Capovilla haber tenido ocasión de conocer por primera vez en su vida, muy de paso, al futuro Papa con motivo de una intervención pastoral cuando éste ni siquiera aún era obispo, y él, Loris Capovilla, apenas era un muy joven seminarista, a leguas de distancia de sospechar que algún día se produciría entre ambos un encuentro de tan intensa profundidad y duración.
Desde aquel primer encuentro, cuando uno era jovencísimo seminarista y el otro ya maduro sacerdote, la vida de Roncalli pasó por una extensa variedad de encargos y experiencias, realizadas experiencias y encargos con excepcionales generosidad y entrega.
Sacerdote Angelo Giuseppe Roncalli de la diócesis de Bérgamo desde el 10 de agosto de 1904; profesor del seminario y secretario de su obispo por los años 1910 y siguientes;, llamado a filas durante la primera guerra mundial (1916-1918); nombrado obispo al tiempo que visitador apostólico en Bulgaria (1925-1934); delegado vaticano al mismo tiempo en Turquía y Grecia (1934-1943); nuncio apostólico en Francia (1944-1953); cardenal y arzobispo de Venecia (enero de 1953-1958); Papa (1958-1963).
Loris F. Capovilla, nacido (1915), no en Lombardía (Bérgamo) como Roncalli sino en la Región Véneta (Padua), apenas tuvo noticia del clérigo, obispo y diplomático eclesiástico lombardo. También él fue ordenado sacerdote (año 1940), y ejerció varias tareas ministeriales como coadjutor, consiliario de Acción Católica y una algo más "rara" cuando se hizo cargo, por orden de su arzobispo, de un semanario diocesano que se titulaba La Voce di San Marco. (Es más que probable que el lector lo sepa: del apóstol y evangelista San Marcos dícese haber sido el primer obispo de la Ciudad de la Laguna, que es el otro nombre de Venecia).
Por cierto, el encuentro ya a fondo y que había de ser definitivo (hasta el punto de que... ¡aún se prolonga, muerto Roncalli el 3 de junio de 1963!) entre el ya nombrado Arzobispo de Venecia y su súbdito sacerdote-periodista se produjo nada menos que... en París, que aunque ya menos, en el recuerdo aun responde al apelativo de Ville Lumière.
Capovilla acudió a la sede de la nunciatura vaticana en la Ville Lumière (¡qué decimos: en París!) como enviado especial del semanario diocesano que él mismo dirigía. El encuentro parisino se produjo mientras el ya nombrado cardenal-arzobispo estaba liquidando algunas tareas importantes de su tarea de ya ex nuncio ante el Gobierno galo, en aquel momento presidido por Vincent Auriol y hasta unos meses antes por el rien-moins que General Charles De Gaulle. (Ni que decir: el nuncio Roncalli se había llevado y llevaba requetebién no menos con el católico De Gaulle que con el agnóstico honesto socialista Auriol. En realidad, él se había llevado evangélicamente bien, también en Bulgaria, Turquía Grecia y... doquiera con... tout'homme!).
El cura-periodista Capovilla pensó que bien valía la pena actuar de enviado especial de sí mismo para entrevistar al arzobispo que se esperaba en Venecia y adelantar su imagen para que la acogida fuese tal como seguramente se merecía.
El encuentro que se produjo no fue exactamente el que ninguno de ambos, acaso más el cura periodista que el arzobispo que actuaba de diplomático eclesiástico se esperaban.
La impresión de cura-doblado de periodista en Capovilla fue la que cabe imaginar. Por su parte, el arzobispo Roncalli pensó que el entrevistador podría muy bien ser su secretario. Y allí mismo, en París, ya antes de tomar posesión del patriarcado veneciano, decidió preguntarle si estaba dispuesto a trocarse en su colaborador más cercano.
Pero no quiso crearle un compromiso que pudiese forzar su posible resistencia. Consideró más conveniente no ser él quien le preguntase si estaba disponible a aceptar el cargo. Prefirió que lo hiciese un empleado de la nunciatura de menor rango, rogándole que no lo forzase lo más mínimo.
Los hechos demuestran que Capovilla aceptó sin oponer ninguna dificultad. Es de suponer que la simple entrevista que le había hecho para reflejarlo en el semanario que dirigía fuera más que suficiente para convencerlo de que se trataba de un superior como seguramente hubiera habido pocos.
No lo sabía ninguno de los dos. Tampoco ninguno lo excluía: que hubiera de ser un "fichaje" de por vida. Que conste, no hubo un contrato con cláusulas de remuneración ni con descripción detallada de competencias. El ya casi ex nuncio Roncalli, nombrado -pero sin haber tomado posesión- arzobispo de Venecia y cardenal (20.11.1952), partía dispuesto a aprender y a servir a sus fieles. Por su parte, el sacerdote Capovilla estaba decidido a ponerse totalmente a sus órdenes, aunque ello significase tener que abandonar el ejercicio periodístico que le gustaba y que realizaba con éxito como director del semanario diocesano.
Pero allí en París, donde se produjo el acuerdo verbal entre dos hombres muy de palabra, la palabra no necesitaba constar por escrito para que tuviese pleno valor.
¡Y vaya si lo tuvo! Capovilla actuó de fiel secretario, para empezar durante los años que van entre enero de 1953 y octubre de 1958, que fueron los que duró el ministerio arzobispal de Angelo Giuseppe Roncalli al frente de la patriarcal archidiócesis de Venecia.
Ni que decir que los dos, Patriarca y Secretario, Secretario y Patriarca, ejercieron a plena satisfacción el uno del otro y ambos a edificación plena de los testigos cercanos y remotos, presenciales y de referencia. Es que los dos tenían un objetivo de suprema garantía: se servían mutuamente y servían a sus semejantes, superiores o... súbditos, viendo en ellos a hermanos e hijos de Dios.
Luego, tras la muerte de Pío XII (9.10.1958), ocurrió lo que estaba preparado desde lo Alto: que Roncalli, contra su propio pronóstico y deseo, aunque posiblemente no tanto contra el de un Capovilla que lo conocía, admiraba y... le quería entrañablemente, fue elegido para sucederle (28.10.1958), sin que ninguno de los dos diese por caducado en Roma-Vaticano el "contrato verbal" (?) pactado en la nunciatura de París años antes (marzo 1953).
Algunas circunstancias del servicio variaron entre Venecia y Roma, pero en lo sustancial no tenía por qué cambiar nada. ¿Piensa alguien que la muerte de Juan XXIII (3.6.1963), tras una agonía velada por todo el mundo, agotó definitivamente la relación del superviviente aquí abajo con el Papa que paradójica, afectiva y milagrosamente siguió y sigue viviendo?
A fin de cuentas, cuando murió Juan XXIII, Loris F. Capovilla aún era relativamente joven: tenía 48 años. El sucesor de Papa Giovanni, Pablo VI, tuvo toda la comprensión, sin duda consiguiente a gran estima, por el que había sido fiel servidor de un Papa por él admiradísimo.
Una prueba de la estima que el Papa Montini tenía por los dos, por Juan XXIII y por Loris F. Capovilla, la hay en una confidencia de la que, sin haber nunca presumido, se le escapó al que fuera secretario del Papa Roncalli. El día mismo en que el antiguo arzobispo de Milán resultó elegido Papa, él que había sido el cardenal preferido de Juan XXIII, Pablo VI confesó a Capovilla haber aceptado la herencia de Juan XXIII por la decisión de proseguir su línea de pontificado, empezando por la continuación del Concilio Vaticano II, del que apenas se había celebrado una de las cuatro sesiones que lo integraron.
Resulta comprensible que Pablo VI llevase a Roma, como Papa, al secretario -Pasquale Macchi- que había tenido durante los años en que fuera arzobispo de Milán (1954-1963). Pero también que, con los 48 años que tenía Capovilla cuando falleció Juan XXIII, aún estaba muy en condiciones de seguir en la brecha, sin malograr la experiencia acumulada al lado de Juan XXIII, que lo acreditaba para algo más que simple monseñor.
Durante cuatro años Capovilla permaneció en el Vaticano, bien situado dentro de la Familia Pontificia. En 1967 Pablo VI lo nombró obispo y lo consagró él mismo asignándole la diócesis de Chieti-Vasto, que era una de las muchas que había y sigue habiendo en Italia. Se trata de una diócesis situada en el Sur.
No se puede decir que el ex secretario de Juan XXIII se encontrase en ella muy a gusto, ni que los fieles y curas se sintiesen a su vez muy a gusto con él. La experiencia acumulada al lado de Papa Giovanni no encontraba mayor aplicación con una feligresía y clero del Sur de Italia...
En 1971 Capovilla fue trasladado como delegado pontificio, al frente del Santuario de Loreto, dependiente del Vaticano. Tampoco allí le encontró mucha aplicación a la experiencia vivida al lado de un Papa santo y único.
A los 73 años de edad, en 1988, se retiró, y si ya hasta entonces lo había sido, desde entonces pasó a actuar en pleno como "Memoria viviente" de Juan XXIII. La metáfora de "memoria viviente de Juan XXIII" tiene plena justificación. Si ya mientras vivió con él a su lado el buen Papa Roncalli supo Loris Capovilla actuar como discreto, humilde, inteligente agente de prensa, en el sentido más evangélico, de su superior convertido en Papa -¡y qué Papa!-, cuando se produjo su muerte Capovilla fue sacando a la luz, con inteligente, servicial, respetuosísima discreción, documentos genuinos de espiritualidad roncalliana que situaron su figura espiritual y humana a un nivel merecidamente elevado.
No lo hizo Capovilla para encumbrar al que fuera su superior ni siquiera a un centímetro por encima de lo que realmente merecía. Todos nos percatamos, a medida que fueron viendo la luz documentos del nivel del Diario del Alma, de los esbozos escritos de sus discursos religiosos en actos religiosos en iglesias de Sofía, Estambul o París, a medida también que Capovilla sacó a la luz -eso sí: con respetuosa discreción- cartas o simples anécdotas con anterioridad desconocidas celosa y humildemente conservadas en los archivos personales de Angelo Giuseppe Roncalli más tarde transformado en Juan XXIII, la estima en la que lo teníamos justamente elevado alcanzó alturas que ahí siguen y seguirán convertido para todos en el acaso -y sin acasos...- mejor y más querido Papa de la historia y en santo que no ha menester de ser declarado oficialmente tal por unas normas canónicas que él respetó como nadie pero que no sintió tales que encorsetaran para su conducta inspirada en una vivencia fiel al espíritu del Evangelio.
Cuando pues a los 73 años presentó a Juan Pablo II la renuncia sugerida por Pablo VI en aplicación a una norma del Vaticano II, Capovilla empezó por no saber escoger, para su retiro, un lugar más apropiado y significativo que el pueblo donde naciera Angelo Giuseppe Roncalli, Sotto il Monte, en la provincia lombarda de Bérgamo. Un pueblo al que Angelo Giuseppe Roncalli permaneció vinculado durante toda su vida, a pesar de que tanto por sus tareas diplomáticas al servicio de la Iglesia como por la apertura de su corazón, ningún otro Papa se sintió tan universal ni supo adaptarse a pueblos y etnias humanas como lo hizo él.
Superado casi milagrosamente un infarto sufrido en 1993 -algo se atribuyó en el casi milagro al recurso oracional al entonces venerable Juan XXIII-, monseñor Capovilla lleva viviendo 23 años en el pueblo donde naciera, en el seno de una familia pobrísima y numerosa, el futuro Papa que lo eligió como sacretario.
Allí, más que en ningún otro lugar, Loris Capovilla sigue constituyendo, con eficaz simbología, una "memoria viva" de Juan XXIII, tanto más que el caserón donde vive y donde, en los años postreros de su vida, pasaba las vacaciones de verano Angelo Giuseppe Roncalli cuando ya era nuncio en Francia y arzobispo de Venecia (1944-1958), acoge una hermosamente exquisito museo de recuerdos vinculados a la figura, ministerio y vida de Angelo Giuseppe Roncalli.
Se trata de un casi palacio rural que, tras haber pertenecido en otros tiempos a remotos ancestros de los Roncalli, más tarde pasó a ser propiedad de una familia de la nobleza lombarda. En los veranos se lo alquilaba al representante de la Santa Sede que tenía a veces que recibir visitas de políticos o eclesiásticos de alto nivel.
Cuando más tarde (28.10.1958) Roncalli resultó elegido Papa, el propietario le cedió gratuitamente la propiedad de dicha casa, a la que Roncalli Papa ya no pudo volver: ya no pudo volver a la casa ni al pueblo donde naciera y que nadie, como él, contribuyó a hacer tan famoso.
(Uno ha estado varias veces en Sotto il Monte, llevándose una impresión singular por su digna configuración, no menos que por sus vecinos y visitantes, mitad turistas y mitad peregrinos. Uno ha visitado en Sotto il Monte a un amigo que lo es de cuantos se acercan a él: Loris Capovilla. Claro que en Sotto il Monte, y de manera especial en el caserón trocado en museo que tiene a Capovilla como singular "mecenas" y cicerone, uno tropieza con una singular presencia invisible y virtual: la de Angelo Giuseppe Roncalli/Juan XXIII. Algún día, con tiempo, espacio y por adelantado agradecida hospitalidad disponibilidad en este medio, el lector podrá leer una crónica específica sobre tan singulares elementos).
Allí sigue, con la presencia del que fuera bajo algunos aspectos su "alter ego", el caserón rural parcialmente trocado en museo de recuerdos roncallianos. Porque lo que felizmente se le ha ocurrido a Loris Capovilla ha sido transformar dicho caserón rural en museo de Juan XXIII. Un museo que uno ha tenido la suerte de visitar en más de una ocasión, y que muchos visitan con la sensación de que, acaso después de la tumba de la Basílica de San Pedro donde está enterrado el cuerpo del sólo "beato" aunque para medio mundo y la otra mitad ha tiempo santo Juan XXIII, en ninguna otra parte se vive -con su secretario Capovilla como cicerone y memoria viva- tan de cerca a Juan XXIII.
Resulta razonable que las autoridades de Sotto il Monte consideren a Monseñor Loris F. Capovilla un vecino más -nada común en realidad, sino muy digno y respetable- del Municipio. Ni sorprende el acierto con que, con motivo de cumplirse estos días (el 25/11) 130 años desde el nacimiento de Angelo Giuseppe Roncalli las autoridades municipales hayan escogido la fecha para homenajear a tan ilustre vecino, por mucho que hubiera nacido en otra región de Italia.
El Sindaco della Città di Sotto il Monte nos ha remitido una generosa invitación que así suena:
"La Administración Municipal de Sotto il Monte se complace en invitarle a la ceremonia de entrega a nuestro ilustre conciudadano Monseñor Loris Capovilla de la Cruz al Mérito de Guerra. Tal manifestación se inserta en la jornada con que Sotto il Monte recuerda el 130 aniversario del nacimiento de Angelo Giuseppe Roncalli, posteriormente elegido Papa con el nombre de Juan XXIII.
"Desde 1989 el Arzobispo Loris Capovilla vive en Sotto il Monte, en Ca' Maitino, la antigua casa construida por Martinus Roncalli, conocido como Maitino, residencia veraniega del Arzobispo y luego Cardenal Roncalli hasta últimos de agosto de 1958.
"En esta casa, convertida en extraordinario museo pontifical, el Arzobispo Loris Capovilla vive entregado a la oración, al estudio y a una generosa atención a los problemas de la Iglesia y del mundo, testigo de Roncalli, de su pontificado y de cómo se plasmó la idea del Concilio Ecuménico Vaticano II.
"Ha sido gracias a Monseñor Capovilla por lo que el mensaje de Juan XXIII ha podido ser conocido en sus matices más íntimos y en sus más profundas aperturas para ser acogido en toda su actualidad para nuestros días".
El anuncio del acto prosigue: "Para rendir honor a tan destacado testigo a la vez que guardián de la memoria del Papa Juan XXIII, consideramos muy bienvenida la presencia de las autoridades civiles que administran este territorio. Es por lo que nos complacemos en invitarle a la ceremonia prevista para el viernes 25 de noviembre de 2011 a las 18 horas en la sala de la Plaza Juan Pablo II (al lado del Ayuntamiento)".
A continuación se añade que, entre otros actos, está prevista una intervención de Monseñor Loris Capovilla sobre el tema Papa Giovanni e l'Italia, seguida de una misa de acción de gracias por el 130 aniversario del nacimiento de Juan XXIII celebrada por el párroco monseñor Claudio Dolcini.