"Damos gracias a Dios por ti, porque tu vida es mucho más que la suma de estos tristes últimos días" In memoriam: P. Francisco Herrera Lozano, un cura con perfume evangélico

Francisco Herrera
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"Los años nos fueron mostrando a un hombre bueno, humilde, generoso, sencillo, sin aspavientos, tajante en sus expresiones, preocupado de los demás, acogedor, estudioso, orante, comprometido"

"¿No pidió reiteradamente que se le posibilitara un destino cercano a su situación familiar para que él pudiera atender lo que era parte constitutiva de su vida?"

"De muchos era conocida su situación familiar, su estado de ánimo, su situación personal y su agotamiento, no sólo ante las múltiples preocupaciones que le rodeaban, sino también ante las acusaciones injustas a las que tuvo que hacer frente"

"Tú has sido bálsamo suave para muchos, lugar de reconciliación para otros, explicación sencilla y profunda del evangelio cada día y cada domingo, repartidor generoso del pan que sacia"

Con la caída de la tarde, cuando el día declinaba y nos sentábamos en torno a la mesa para compartir el pan, un mensaje de WhatsApp lo ha roto todo en mil pedazos. ¡Se ha muerto Paco! una noticia esperada, viendo el paso del tiempo y los sucesos, pero no deseada.

Me ha venido a la memoria el tiempo de seminario, cuando entró ese tío tan alto, con esa mirada tan penetrante, con unas manos grandes, a quien le pusimos con el paso de los días el cariñoso apodo de “er Kateto”, porque apenas le entendíamos lo que decía.

Los años nos fueron mostrando a un hombre bueno, humilde, generoso, sencillo, sin aspavientos, tajante en sus expresiones, preocupado de los demás, acogedor, estudioso, orante, comprometido, y dado a comenzar y terminar sus conversaciones con expresiones gaditanas al uso.

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Francisco Herrera
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Sus destinos nos han dejado la huella de un cura sencillo, sin grandes pretensiones, conocedor de sus gentes, dispuesto siempre a ayudar y colaborar, sin prisas. San José de Malcocinado, Cantarranas, Paterna, Medina, El Colorado y el servicio en Cáritas Diocesana fueron algunos de los lugares donde dejó el perfume de una vida evangélica, que hoy llega a su fín, al “recoger” sus cosas para marchar al nuevo destino de Puente Mayorga. Con ese no querer irse, ni a la de tres, parecía que intuía que su nuevo y definitivo destino pastoral sería el cielo.

A esta hora de la noche cuando su cuerpo ha sido trasladado al anatómico forense, llueve con intensidad, como si el cielo llorase la pérdida del amigo, del hermano, del compañero, del confidente, del ejemplo evangélico, del testigo fiel de Aquel que lo llamó y lo hizo partícipe de su ministerio. La tierra se empapa del agua necesaria, como queriendo decirnos a todos que es posible que hayamos tenido ante nuestros ojos una lección magistral de lo que debería ser el amor al prójimo, y quizás no hemos tenido la valentía, del primero al último, siquiera de abrir el libro por su página correspondiente.

O mejor aún, el coraje de luchar por él, o la fuerza para extender el brazo y ayudarle a salir de ese pozo en el que el devenir del tiempo y los acontecimientos lo habían encerrado, como si un bucle le impidiera salir fuera y gritar; o la humanidad suficiente para entender y preocuparse en comprender su debilidad. Es en estos momentos cuando la humanidad y la fraternidad sacerdotal se experimenta, se vive, se hace visible y creíble. Todo lo demás es demagogia barata y fantasía.

De nada sirven las excusas y las hermosas palabras de los que esperaban que él pidiera ayuda. ¿Acaso no lo hizo durante años cuando solicitaba que se le añadiera a su trabajo un complemento que le ayudara con su mermada economía? ¿No pidió reiteradamente que se le posibilitara un destino cercano a su situación familiar para que él pudiera atender lo que era parte constitutiva de su vida?

De muchos era conocida su situación familiar, su estado de ánimo, su situación personal y su agotamiento, no sólo ante las múltiples preocupaciones que le rodeaban, sino también ante las acusaciones injustas a las que tuvo que hacer frente ¿Hicimos lo que estaba en nuestra mano y alcance para aliviarle y sostenerle en ese difícil camino?

En estos últimos meses muchos de los que fueron sus colaboradores más estrechos, compañeros y amigos, le fueron dando de lado, y largas; otros incluso han gritado y deseado que se marchara ya; otros lo han criticado vilmente; otros se han reído de él. ¿Nos hemos parado para ver en él, en ese cuerpo dejado, en ese vestir descamisado, en esa mirada perdida, el rostro de ese Jesús, ante el que se nos llena la boca de tantos piropos y alabanzas?

Creo que, en alguna medida, no hemos sabido ayudarle en esta última etapa de su vida. Algunos buscarán la excusa de que quizás fue porque se encerró en sí mismo, en su casa como si fuera su castillo y fortaleza, y no tuvo el valor de pedir lo que necesitaba. Aunque más bien creo que es más por indiferencia y dejadez, por falta de humanidad y sensibilidad, por no empatizar con los que sufren; por creer que los problemas se solucionan solos al trasladarlos de sitio, por pensar que no es mi problema sino el suyo; por no ser conscientes de que a veces, alguien no tiene la suficiente fuerza para decir ayúdame.

Francisco Herrera
Francisco Herrera

Los que hemos reído hasta la saciedad contigo, por tus ocurrencias, en la Venta el Maestro, en la Venta el Colorado, en el Hotel Antonio, o en la puerta de tu Parroquia; los que hemos compartido momentos deliciosos, y hemos sabido disfrutar de tu amistad, de tu compañía, de tu saber y de tu entrega, a pesar de que nos “jodieras” con la llamada a la hora de la siesta; los que te hemos acompañado ante los muchos quebraderos de cabeza que te han ido rondando, damos gracias a Dios por ti, porque tu vida es mucho más que la suma de estos tristes últimos días.

Tú has sido bálsamo suave para muchos, lugar de reconciliación para otros, explicación sencilla y profunda del evangelio cada día y cada domingo, repartidor generoso del pan que sacia, oración sencilla y sublime al Dador de Vida; y hoy se hace realidad en ti aquellas palabras que decías en sus bodas de plata: Si Dios me llama a su presencia espero llevar mis manos, estropeadas y gastadas, llenas de amor.

No tengo dudas de que así ha sido. Y el buen Dios te habrá acogido con los brazos abiertos, y te habrá gritado: ¡eh, Kateto! Pisha, vente a sentarte aquí al lado de los pobres en la mesa del Reino.

Hermano, Amigo, Compañero, descansa en paz.
¡Goza de Dios!
Volveremos a vernos y reír juntos.
Mientras disfruta de Dios.

Hasta siempre, hasta pronto, hasta la eternidad.

Con afecto y cariño

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