Antonio Aradillas Informadores religiosos

(Antonio Aradillas).- A modo de definición, la RAE determina que "información" es dar noticias -"conocimiento"- de algo, además de "formar o perfeccionar a alguien por medio de la instrucción", con términos sinónimos como "revelar, comunicar, denunciar, publicar y hacer saber..."

En la primera, y principal de las acepciones de religión -"religiosos"- se hace referencia al "conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y prácticas rituales, principalmente la adoración y el sacrificio para darle culto".

Cercenando exageraciones en relación con lo que con frecuencia se considera religioso, y haciéndome eco del convencimiento popular de que "la gente muy "religiosa" da miedo y hace la vida insoportable y la convivencia amarga", me animo a subrayar algunas sugerencias respecto a los "informadores religiosos", con alegre, y aún penitencial, aceptación por mi parte de cuantas apreciaciones e ideas puedan completar mis colegas en tal ministerio u oficio.

Se trata de una de las profesiones y tareas más importantes en la Iglesia. Ellos -los informadores religiosos-, son y trasmiten la palabra de Dios, y a esta le es posible llegar y ser recibida, en la gloriosa diversidad de fórmulas y técnicas hoy en vigencia, gracias a los periodistas, lo mismo sacerdotes que laicos o laicas.

La responsabilidad de los informadores religiosos es mucha, intensa y extensa. Las dificultades para su ejercicio lo son en grado y consideración eminentes. Traducir al lenguaje popular la mayoría de las determinaciones- conclusiones alcanzadas, por ejemplo, en las Asambleas de las Conferencias Episcopales, es irremediablemente arduo, difícil y, con frecuencia, imposible.

Por aquello de que lo religioso como tal habrá de revestirse sempiternamente "de raro" y de misterioso, el temor a "pasarse" en la claridad y transparencia en la exposición periodística, regirá la mayoría de los comportamientos. El sigilo-sacramento, que parece ser patrimonio y propiedad de la Iglesia como tal, con serias dificultades podrá hoy conservarse en estos menesteres profesionales.

A los obispos y administradores oficiales de la información religiosa, les aterran los informadores religiosos "profetas". Prefieren, y creen de verdad, que todos ellos han de ser "turiferarios" en la terminología litúrgica o para- litúrgica, y aún "abrazafarolas" en el lenguaje "futbolero", que es y significa lo mismo, o casi lo mismo.

Es triste y trágico tener que reconocer que, ni de los gabinetes, y menos de las "ruedas de prensa" en sus más altas esferas y círculos, se haya podido escabullir algún titular de primera página, en el que la autocrítica, petición de perdón y el propósito de enmienda episcopal, personal o colectivo, haya sido referencia ejemplar para los "lectores" católicos, o no tan católicos.

La Iglesia -nuestra Iglesia- es de por si, y por definición, "santa, católica, apostólica y romana" por todos sus costados, y quien, o quienes, informen sobre algo que lo ponga en duda, o lo descalifique, será expulsado del gremio "religioso" y hasta "informador"

La Iglesia, en mayor y más santa y penitencial proporción que la política, la economía, el fútbol, y tantos otros espacios informativos, precisa de profesionales, quienes con documentación, caridad-claridad y justicia, formen e informen a los potenciales usuarios de los medios, de cuanto acontece en sus respectivas esferas, con preferencia, tal y como hoy están las cosas, a corrupciones y a corruptos de cintura para arriba -"deshonrados"- y, de cintura para abajo, "deshonestos". (Ya es desconsolador que tenga que ser una prenda como el cinturón, lo que marque, fije y señale los territorios de la moral-inmoralidad hoy imperante, también en ámbitos "religiosos").

La información religiosa necesita de mayores dosis de "información" y de "religión" hasta sus últimas consecuencias. La verdad, la claridad, la transparencia, el servicio a la colectividad, la aceptación de la crítica -proceda de donde proceda- , la humildad, la humanidad, la correcta y exigente administración del "oro, incienso y mirra" de los grandiosos ceremoniales litúrgicos o para- litúrgicos, los "eminentísimos" signos archiepiscopales, los "dimes y diretes" curiales, las "dignidades" y titulitis, el "carrerismo", la creencia absoluta de ser, y representar, a Dios más que un "cristiano de a pié" ... y tantos otros espacios y lugares, esperan con ansias la presencia y actividad de los profesionales de la información para contribuir a la construcción- reconstrucción de la Iglesia verdaderamente "franciscana".

Por cierto ¿qué fue del "clérigo vago" en terminología canónica- "Gran Informador", anterior portavoz oficial del Episcopado Español, y de los atuendos y comportamientos que definieron las "ruedas de prensa" por él presididas? ¿Cómo fue posible que no se registrara algún plante entre los profesionales del ramo? ¿Qué fue, y es, de quienes administraron las noticias, y los silencios "religiosos", en conformidad con sus intereses o con los de su grupo, partida o partido?

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