"La autoridad eclesiástica se ha abierto a aprender para enseñar" Jorge Costadoat sj: "No se necesitan sacerdotes más divinos, sino que su fe los haga más humanos"
(Jorge Costadoat sj).- Amoris laetitia es un documento de enorme importancia. Permite mirar más allá del tema de la familia, en el cual se concentra. Me detengo en un punto. El Papa Francisco con esta exhortación apostólica replantea las relaciones entre los sacerdotes y los laicos. Hasta ahora estas relaciones han operado en una dirección vertical.
Pero, desde que el Concilio Vaticano II subrayó la importancia del bautismo como el factor de unión entre los cristianos, estas relaciones han debido ser más horizontales, fraternales: los sacerdotes han tenido que orientar a los fieles en la medida que estén dispuestos a aprender de ellos, de sus vidas y de su experiencia de Dios.
El Vaticano II nos ha recordado que el Evangelio es un testimonio entre personas antes que doctrinas con que adoctrinar. Y, precisamente, lo que falta en la Iglesia hoy es un clero que en vez de anunciar una experiencia personal del Evangelio recurre a enunciados teológicos abstractos y a frases comunes.
El método que el Papa Francisco fijó para la ejecución del Sínodo señala un giro para el futuro de la Iglesia. El procedimiento de elaboración de esta exhortación papal comenzó con 39 preguntas que el Papa entregó al Pueblo de Dios por los medios de comunicación. No fueron preguntas retóricas. Tampoco interesaba a Francisco averiguar si los católicos sabían la doctrina. Lo principal fue oír lo que el Espíritu ha ido gestando en los católicos en el mundo actual, en esta época y en sus diversas culturas.
Así, la autoridad eclesiástica se ha abierto a aprender para enseñar. Los obispos reunidos en el Sínodo han recogido las respuestas a estas preguntas y han procedido a pensar cómo volver a plantear la enseñanza tradicional de la Iglesia en términos actuales.
Esta posibilidad se ha liberado justo allí donde Amoris laetitia subraya la importancia de la libertad y del respeto de la conciencia de los fieles. Dice el papa: "Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas" (AL 37). Francisco ha reconocido que es un error que los sacerdotes quieran dirigir la vida de las personas. Ni ellos ni nadie debiera pedir cuenta a los fieles, por ejemplo, del método anticonceptivo que usan las parejas.
El celo por la ayuda espiritual a las personas no puede legitimar una falta de respeto a sus conciencias. El Papa lamenta que los confesionarios hayan sido usados como salas de tortura (cf. AL 305). Algo parecido tendrá que ocurrir con los laicos que se encuentran en una situación matrimonial irregular y que desean participar plenamente en la vida de su Iglesia. No serán los sacerdotes los que han de autorizarlos. Estos han de acompañarlos en un discernimiento que acabará en una decisión en conciencia de los mismos laicos, sea para comulgar, sea para abstenerse de hacerlo.
¿Dónde se formarán los sacerdotes del futuro? ¿Cómo se hace para formar personas capaces de exponerse a las vidas ajenas más desagarradas y ofrecerles, a partir de la propia experiencia, procesada con la enseñanza tradicional de la Iglesia, una palabra nueva, genuina, espiritualmente liberadora, no culpabilizante, una palabra efectivamente orientadora? No se necesita sacerdotes más divinos, sino que su fe los haga más humanos.
Lo que está en juego en última instancia es la trasmisión de la fe. Los jóvenes se han descolgado en una proporción muy alta de una Iglesia que trató a sus padres como niños. Ellos han nacido en una sociedad abierta, no siempre más adulta, inmadura bajo muchos respectos, pero más respetuosa de la libertad y de las búsquedas personales. No puede decirse que los jóvenes no sean capaces de una experiencia de Dios porque no quieren ser católicos. Ellos piensan que la Iglesia les es inhabitable por razones que no se pueden despreciar.
Las relaciones entre sacerdotes y fieles han sido bastante infantiles. Donde no ha habido suficiente respeto a la libertad y al discernimiento de los laicos, laicos y sacerdotes no han podido crecer en su fe. El modo de elaboración de Amoris laetitia, y sus más valiosas conclusiones, augura el surgimiento de una Iglesia más adulta.
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