"Lo he considerado un hombre de conciencia recta y de gran calidad humana" "José Ambrozic, cómplice de mantener funcionando el lado ominoso y terrorífico de la maquinaria sodálite"
"El primer sodálite hecho y derecho al que conocí, José Ambrozic, no obstante su inteligencia por encima del promedio, nunca tuvo la claridad y valentía para ver qué era en lo que estaba metido y abandonar a tiempo el barco"
"El 21 de octubre de este año Ambrozic se convirtió en uno de los expulsados de alto rango del Sodalicio, en un comunicado donde también se expulsaba al cura Luis Ferroggiaro y al laico consagrado Ricardo Trenemann"
"La mayoría de los que han sido expulsados del Sodalicio son personas con cualidades humanas positivas. A excepción de Figari, no son personas malignas per se"
"La mayoría de los que han sido expulsados del Sodalicio son personas con cualidades humanas positivas. A excepción de Figari, no son personas malignas per se"
| Martin Scheuch, ex sodálite
(Las líneas torcidas).-José Ambrozic fue el primer sodálite que conocí, allá en el verano limeño de 1978, en el mes de marzo. Si me pusiera riguroso tendría que decir que el primero fue Rafo Martínez, pero éste todavía no había asumido plenamente el ser sodálite, y antes de terminar ese año dejaría la institución para buscar su vocación religiosa en los carmelitas, a los cuales también acabaría abandonando, perdiéndose después su rastro. Ambrozic —a quien llamábamos coloquialmente con el sobrenombre de Pepe— fue el primer sodálite de veras que conocí y que causó una fuerte impresión en el adolescente de 14 años que era yo entonces.
Pues fue en esa reunión de una agrupación mariana, realizada en la residencia de la familia Gastelumendi Dargent en la Av. La Paz en el distrito de Miraflores, donde se apareció Pepe. Era Felipe, el más joven de los hermanos Gastelumendi, quien nos había invitado a esa reunión a mí y a Miguel Salazar, donde los demás adolescentes participantes eran mayoritariamente del Colegio Santa María de los marianistas, ubicado en el distrito de Monterrico. Así describí ese momento en un texto que redacté en el año 2008, pero que recién publiqué en mi blog Las Líneas Torcidas el 18 de enero de 2013:
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«Pues bien, nos habían invitado a una reunión de una Agrupación Mariana, donde se iban a tocar temas relacionados con la religión. Aunque la forma en que se planteó el tema principal no tuvo nada que ver con el discurso edulcorado de curita de parroquia o monja celestial con el cual asociábamos por entonces lo religioso. Toda la discusión giró en torno a una sola pregunta: ¿qué razones teníamos para no suicidarnos? La labor de Pepe era sabotear todas las respuestas que le dábamos, desmantelándolas hasta quedar en escombros. Ninguno de los motivos que teníamos era suficiente como para seguir en vida. Cada vez sentíamos más cerca la nube negra del sinsentido, y se despertaba en nosotros el deseo intenso de encontrar una razón poderosa que le diera un norte a nuestras mediocres existencias.
La conversación que mantuvimos con Pepe, en un lenguaje salpicado de palabras malolientes propias de la juventud limeña —lenguaje que yo recién estaba aprendiendo y al cual nunca llegué a acostumbrarme— resucitó en mí recuerdos de los cuestionamientos suscitados por [un extravagante profesor de religión del Colegio Humboldt], dándome el presentimiento de que se abría un nuevo camino en el cual podría por lo menos buscar respuestas a mis inquietudes y saber por qué valía la pena vivir, aunque en ese entonces aún no veía las dimensiones que llegaría a tomar ese camino».
No obstante lo dicho, he de reconocer que Ambrozic, a diferencia del común de los sodálites y sobre todo de las autoridades del Sodalicio, no era dado a utilizar palabrotas a diestra y siniestra, y más bien siempre me dio la impresión de que buscaba evitarlas. He aquí la descripción que hice de él en un texto del 3 de abril de 2016:
«José, a quien conocíamos coloquialmente como Pepe, de barba poblada, trato amable y gesto tímido, tenía una personalidad tranquila pero enigmática, como si continuamente estuviera contemplando un secreto que guardaba celosamente en lo más recóndito de su alma. Tenía una sonrisa franca, pero aún en conversaciones íntimas irradiaba una especie de distancia impenetrable, que me inspiraba a la vez respeto y admiración. Pero cuando se ponía al volante de un coche, que manejaba con la destreza de un Fittipaldi, era capaz de ponernos el corazón en la boca. O los huevos de corbata, como decíamos en nuestro coloquial y vulgar lenguaje adolescente.
No era extraño que condujera por avenidas de la urbe limeña a más de 80 kilómetros por hora. Dios sabe por qué nunca tuvo un accidente. Y si se trataba de conducir un coche en carretera, era a tal punto de temer, que el P. Armando Nieto S.J. llegó a decir que tuvo más miedo cuando Pepe lo llevó a un retiro por la Carretera Central que cuando una vez casi se cae la avioneta en que volaba sobre la selva peruana. Y lo más increíble es que Pepe era miope como una tapia y usaba lentes de contacto de gran aumento».
Y a esto habría que añadir lo que ya había escrito en mi texto de 2008:
«Pepe siempre me inspiró un profundo respeto, en especial por sus constantes esfuerzos de vivir siempre la reverencia, sus silencios que evidenciaban o bien su incertidumbre ante los misterios de la fascinante y ambigua realidad que nos acompaña en cuanto humanos, o bien su sufrimiento ante lo que intuía en el corazón de las personas a las que llegaba a conocer, su elevación de miras a la vez que una mirada compasiva ante la debilidad humana. Rara vez lo vi enojarse».
Debo añadir a su favor que, cuando fue superior de la comunidad sodálite de San Aelred, fue uno de los pocos líderes sodálites a los que vi someterse a una disciplina de ejercicios físicos. Los sábados, cuando madrugábamos para dirigirnos a La Parada a comprar verduras, y después al Mercado Mayorista de Santa Anita a comprar fruta en cantidades suficientes para alimentar a la comunidad toda una semana, Ambrozic se levantaba temprano con nosotros y era el que conducía la camioneta pickup. Nunca vi a otro superior hacer el mismo sacrificio. Era de asumir riesgos con un carácter tranquilo y paciente, sin importunar a nadie.
Y, sin embargo, el 21 de octubre de este año Ambrozic se convirtió en uno de los expulsados de alto rango del Sodalicio, en un comunicado donde también se expulsaba al cura Luis Ferroggiaro y al laico consagrado Ricardo Trenemann por partida doble —pues ya se le había expulsado en el comunicado del 25 de septiembre—, aduciendo «abuso del cargo y de la autoridad, particularmente en su forma de abuso en la administración de bienes eclesiásticos, así como de abuso sexual, en algún caso incluso de menores». Esto último se aplicaría a Ferroggiaro, que tendría denuncias por este delito en la arquidiócesis de Arequipa.
Respecto a abusos sexuales de jóvenes mayores de edad, se sabe que hay denuncias contra Trenemann. Y Ambrozic, culpable de abusos del cargo y de autoridad, ¿ostenta también culpabilidad por abuso sexual? Supuestamente también, según nota periodística del 22 de octubre en el diario español El País, aunque no se mencione ningún detalle sobre los abusos. Otra fuente confiable me confirmó que esa información era cierta y que Ambrozic también habría cometido algún que otro abuso sexual.
¿Me sorprende? En parte sí, porque siempre le he tenido un cierto aprecio personal a Ambrozic y lo he considerado un hombre de conciencia recta y de gran calidad humana. Pero, por otra parte, no me sorprende en absoluto, pues sé por experiencia propia que la disciplina sodálite y su comprensión tan poco natural de la sexualidad humana puede desordenar las pulsiones sexuales de cualquiera que esté sometido a su férula. Y Ambrozic no sería la excepción.
Recientemente un amigo exsodálite que prefiere guardar el anonimato me comentaba:
«José Ambrozic. Hombre bueno, inteligentísimo y 100% sumiso a Luis Fernando Figari. Hace cerca de 40 años cuando Eguren no era más que un sacerdote, Pepe era el superior de la comunidad donde ambos vivían. Eguren tenía tendencia a extender sus sermones por tiempos bastante largos y Figari le ordenó a Pepe que cuando se cumplieran diez minutos de la homilía, si el padre no había terminado, él debía ponerse de pie como señal de que Eguren ya tenía que cortarla. Recuerdo un domingo en que estaba estudiando con dos compañeros de universidad, los convencí de ir a misa conmigo. Pues bien, ese domingo el cura se pasó del tiempo y, en medio del silencio y la reverencia, Pepe se puso de pie cual resorte, se quedó parado un par de minutos —él solo, nadie más en toda la asamblea— y luego se sentó. Por un lado, los compañeros de universidad salieron de la misa como quien sale de un museo extraño. Yo, por mi parte —con el chip conectado y activado en el cerebro—, sentía orgullo por el nivel de obediencia de Pepe. Porque Pepe siempre supo obedecer. Era un ejemplo paradigmático. ¿Qué pasó con Pepe? ¿Qué puede haber hecho para que termine expulsado? Pues eso: ser obediente, ser un ejemplo paradigmático de obediencia.
Pepe Ambrozic, siendo tan inteligente como es, tiene que haber tenido el discernimiento totalmente trabado por los años de obediencia a Figari. ¿Iba él a negarse a firmar algún documento de algún negocio del Sodalicio? ¡De ninguna manera! No estaba dentro de sus posibilidades».
Eso nos lleva a la siguiente reflexión. La mayoría de los que han sido expulsados del Sodalicio son personas con cualidades humanas positivas. A excepción de Figari, no son personas malignas per se. Hay muchos que los recuerdan con cariño, porque han visto su lado luminoso. Pero eso no los excusa de haber contribuido con sus acciones y su complicidad a mantener funcionando el lado ominoso y terrorífico de la maquinaria sodálite, que, cual moledora de carne, ha arruinado la vida de por lo menos más de un centenar de víctimas. Al respecto, son muy atinadas las reflexiones con las que mi amigo anónimo culmina su comentario:
«Hay algunas de las personas expulsadas a quienes conocí hace muchísimos años atrás y sé que el tiempo en comunidades los deformó seriamente. Esto último lo sé de oídas y por el libro Mitad monjes, mitad soldados y no lo pongo en discusión. Pero sí me da un inmenso pesar, porque los conocí bien, los conocí cuando aun eran buenos, los conocí antes de entrar a comunidad e incluso los visite recién entrados a comunidad. En mi opinión toda esta debacle se debe a la consabida obediencia sodálite.
¿Queda gente buena aun dentro del Sodalicio? En mi opinión, ya no. Si aún no te has salido es porque estás totalmente incapacitado para ver la realidad, o porque eres un cómplice de esta secta mafiosa que, como tumor canceroso adherido al cuerpo, vive adherido a la Iglesia. O tienen una ignorancia invencible, o tienen una conciencia voluntariamente ciega. Y a decir verdad, a estas alturas del partido ya no puede quedar nadie que aún tenga ignorancia invencible. Las pruebas son contundentes. El aluvión ha caído mas de una vez. Si no lo ves, es porque no lo quieres ver, excepto quienes son cómplices, muchos de los cuales están siendo expectorados por órdenes del Vaticano.
El Sodalicio es lo más maquiavélico que he visto en mi vida, con fachada religiosa. Maquiavelo, a quien se le atribuye la frase “el fin justifica los medios”, parece ser el estandarte de los sodálites. Ellos quieren transformar el mundo y ponerlo a los pies del Señor Jesús. Ahora bien, para llegar a eso se van a tener que hacer algunas excepciones y tomarse licencias del carajo, pero es solamente porque al final todo va a ser bueno. Es por eso mismo que al Sodalicio nunca le ha importado verdaderamente el daño hecho a las personas. Para ellos los seres humanos son descartables y reemplazables, así que si no soportas la presión —tensión de santidad lo llamaba Germán Doig— y revientas, no es su problema. Que pase el siguiente a ver hasta dónde aguanta».
Miguel Salazar, el amigo con el que inicié mi recorrido en el Sodalicio, se quedó en la institución, ascendió en su jerarquía y puso todos sus talentos al servicio del monstruo. Mi hermano Erwin, a quien puse en contacto con sodálites para que le hicieran “apostolado”, siguió un camino similar. El primer sodálite hecho y derecho al que conocí, José Ambrozic, no obstante su inteligencia por encima del promedio, nunca tuvo la claridad y valentía para ver qué era en lo que estaba metido y abandonar a tiempo el barco. Los tres han sido expulsados de una institución que, por más bueno que uno sea, termina corrompiéndolo todo. Como un Rey Midas al revés: todo lo que toca lo convierte en mierda.
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