"Hemos ido aprendiendo a convivir con la fragilidad corporal y la muerte" José María Marín: "Orar no cambia a Dios, nos cambia a nosotros"

Oración
Oración

"Los rezos por el coronavirus, ¿qué idea presentan de los creyentes (y los sacerdotes) como un “ejército escondido” mientras otros corren el riesgo de contagiarse?"

"Hace muchos años que abandonamos la idea de ser personas “asistidas” o “dependientes” para ejercer como protagonistas activas, generadoras de progreso y valores en nuestra sociedad, cada cual según sus capacidades"

Escribo estas reflexiones, si se me permite, como alternativa a “otras” que proliferan estos días por las redes sociales y huelen poco a Evangelio y nada tienen que ver con una fe encarnada y una Iglesia en salida. ¿Sirve de algo rezar contra el coronavirus? ¿Sirven de algo tantas misas y rosarios? Qué idea presentan de los creyentes (y los sacerdotes) como un “ejército escondido” mientras otros corren el riesgo de contagiarse y arriesgan sus vidas tratando de curar y salvar a los enfermos? ¡Que nadie se escandalice, son únicamente algunos interrogantes!

Escribo esta reflexión con la mascarilla puesta, en el “Maset de Frater”, una residencia de personas con discapacidad gravemente afectadas, donde las 45 personas que comparten estas instalaciones son todas de “alto riego”, es decir: candidatos a morir si llegan a contagiarse. Un Centro, hasta hoy, abierto y dinámico. Ahora aislado, como cada hogar de este país. La angustia, el miedo y el desconcierto son estos días otros tantos “virus” que intimidan y debilitan nuestro ánimo y nuestra esperanza. Nos enfrentamos al virus, juntos, usuarios y trabajadores y poco más.

Entre nosotros, la amenaza de la enfermedad y la muerte no son nuevas, quizá solo un poco más abrumadoras. Hemos ido aprendiendo a convivir, a diario, con la fragilidad corporal y con la muerte, contamos con su compañía y la hemos ido doblegando con ilusión y fuerza, con recursos, con profesionalidad, seducidos por el encanto de la vida más allá de las limitaciones y de las piedras que encontramos en el camino; y con la Fe en Jesús, que anima nuestro compromiso, como Movimiento de laicos, cristiano, encarnado en el mundo específico de la discapacidad (Frater). La fe en Jesús de Nazaret, el Señor, nos empuja a hacer vida el Evangelio, al servicio de las personas con discapacidad.

Solidaridad en tiempos de pandemia
Solidaridad en tiempos de pandemia

Hace muchos años que abandonamos la idea de ser personas “asistidas” o “dependientes” para ejercer como protagonistas activas, generadoras de progreso y valores en nuestra sociedad, cada cual según sus capacidades. Hace tiempo que vivimos como personas sin etiquetas; iguales y desiguales, como hermanos y sin paternalismos.

Ahora, que la “fragilidad”, la angustia y el desconcierto parecen amenazar a todos, me atrevo a valorar la necesidad de estar a solas con el Señor y silenciarse para buscarle en lo más profundo de nuestro ser. Ensayo a continuación algunas sugerencias para la oración en estos días:

Orar no cambia la voluntad de Dios

Orar nos ayuda a interiorizar algo muy importante, que la teología cristiana ha ido conquistando poco a poco, y que todavía nos cuesta aceptar: Dios no cambia. Es siempre el mismo. Dios es Amor, y por consiguiente nos ama siempre, ahora y en tiempos de más salud, ahora y en tiempos de mayor serenidad. Si dejase de amar un solo instante dejaría de ser Dios. Si no amase a todos por igual no tendría nada divino que aportar a la humanidad. Y esta es su voluntad: amarnos como lo que es, Dios.

"Si no amase a todos por igual no tendría nada divino que aportar a la humanidad"

Jesús y la samaritana
Jesús y la samaritana

Importa orar y mucho para crecer en la conciencia de que toda nuestra existencia está arropada por su presencia amorosa, en cualquier circunstancia.

Orar, en este sentido nos ayudará a ir superando una religiosidad saturada de palabras y actitudes, contradictorias y arbitrarias, que buscan un Dios acomodaticio, mágico y ancestral, difícil de aceptar entre adultos, en el siglo XXI. Sirve efectivamente, y mucho orar, al Dios Amigo de la vida, que renunció a la casta divina para hacerse igual a nosotros (Filipenses 2, 6-11) y compartir la existencia humana sin privilegios -ni naturales, ni sobrenaturales- a cuerpo descubierto, a pie de calle, como uno de tantos.

La oración para ser cristiana ha de estar en coherencia esencial con el misterio de la Encarnación de Dios en Jesús de Nazaret, solo así garantizamos su Amor inmenso y universal de un Dios que permanece fiel a su pueblo, en todo tiempo y en cualquier circunstancia. Amor que empuja nuestra existencia hacia el horizonte de una esperanza contra toda esperanza, acogiendo los frutos de nuestra libertad y nuestra capacidad para obrar el bien.

Oración y creatividad en la cuarentena
Oración y creatividad en la cuarentena

Orar transforma a las personas y a la sociedad

El encuentro íntimo y diario con el Dios de Jesús -al que podemos llamar de muchas maneras: padre, madre, amigo (Juan 15,13), hermano, fuerza vivificadora-, nos ayudará a serenar nuestro interior y poner en marcha los mejores recursos que tenemos como seres humanos, para hacer frente a los desafíos de la vida, ahora en tiempos de angustia y desconcierto, y mañana cuando salga la luz. En circunstancias adversas como esta: “entra en tu interior, y tu Padre que ve en lo escondido te recompensará” (Mateo 6,6). Efectivamente, orar te dará luz y paz para sobreponerte al miedo y convertirte en testigo de su presencia alentadora, te dará fuerzas y te ayudará a conocerte más y mejor a ti mismo.

Orar, o lo que es lo mismo: afianzar nuestra relación con Dios, nos lleva a madurar nuestra fe, en diálogo con nuestro tiempo y nuestra cultura. Compartir el desconcierto de todos -creyentes y no creyentes-, contribuye a cambiar nuestro lenguaje, y nuestra espiritualidad. A pedir lo que se puede pedir “sin tentar a Dios”, con peticiones infantiles y egoístas que justifican las desigualdades.

A Jesús se le presentó la ocasión de explicar ¿qué pedir a Dios Padre? y lo hizo con sorprendente sabiduría: “¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11, 11-13).

Compartir el pan
Compartir el pan Mino Cerezo

Efectivamente: los “padres” de esta tierra, aún sin ser perfectos (“malos”, dice el texto), cuando un hijo les pide pan se lo dan –si lo tienen- y no le dan una piedra. Si un hijo les pide un huevo se lo dan y no le dan un escorpión.

Bella imagen: una familia universal que establece entre sus miembros relaciones de socorro y solidaridad. Jesús advierte: los “padres”, es decir los que tienen “autoridad” (gobiernos, científicos, educadores y líderes religiosos…), aún con todas las limitaciones, han de escuchar las peticiones de su pueblo y cuidar con mayor empeño a los más pequeños y vulnerables. A ellos debemos pedir, pues: pan, techo y trabajo para todos, y así mismo atención sanitaria y medicamentos.

Consecuentemente, a Dios, el amor sin límites (“Padre celestial”, dice el texto), le podemos pedir, los creyentes, el Espíritu Santo. Él lo ha entregado, de una vez para siempre y “sanará nuestros corazones” para que nos amemos como Él mismo nos ama: sin distinciones, siempre y en todo lugar y con generosidad.

Orar, como creyentes adultos, llenará nuestra existencia del deseo profundo de poner nuestras vidas al servicio de una familia humana, universal y fraterna. Pedir a Dios lo que sólo Él puede darnos, nos irá transformando en auténticos colaboradores suyos (sacerdotes, profetas y reyes) en la construcción de una humanidad nueva, liberada del pecado (el egoísmo y el orgullo), sin personas y países “descartados” del desarrollo. ¿Qué deberían pedir, a los hombres y a Dios, los millones de indios y africanos que se enfrentaran al virus, desnudos, sin nada?

Compasión por los descartados
Compasión por los descartados

Si pedimos a Dios “el pan, el pescado o el huevo” nos confunde. Pedirle el Espíritu de Jesús, aumenta nuestro coraje y nuestra valentía (II Timoteo 1,7) para abandonar el individualismo y poner nuestro ser a disposición de los demás sin temor y sin afán de protagonismo.

Agradecidos y más justos

Acercarnos a Dios nos hará descubrir que, en este tiempo de oscuridad, hay también muchos espacios donde entra luz y lo ilumina todo. Mirad y ved qué bueno es el Señor: ¿Os parece poco que haya irrumpido en el planeta la convicción de que todos en el planeta somos una sola familia y que de esta situación vamos a salir juntos, o no saldremos? ¿Os parece poco que andemos agradeciendo el trabajo de los demás, la sanidad pública y los recursos inmensos con los que contamos? ¿Os parece poco que se esté visibilizando la Iglesia Samaritana que acoge a los sin techo y a los “sin comida en la despensa”, cuidando y atendiendo a los ancianos y enfermos en las muchas de las instituciones eclesiales que se dedican a esto, cada día?

Observar y agradecer, servir y esperar será el fruto de un verdadero encuentro con el Señor. Arrodillados solo, como Jesús: a los pies de los pobres. Agradecidos saldremos de esta, más libres, menos exigentes.

"Saldremos de esta más libres, menos exigentes"

La oración ayudará y mucho a que la unidad frente al virus que vivimos, que vivimos forzosamente estos días, será en el futuro lo “ordinario”; fruto no del miedo, sino de la libertad y la sabiduría. Y den amor a la vida y a la justicia, que compartimos con el mismo Dios.

Con el Espíritu de Jesús, en el corazón y en las entrañas, seguiremos “transformándonos” como seres humanos, dejando atrás restos de otras etapas de la evolución, más primitivas, salvajes e inhumanas. Silenciarnos, para escuchar a Dios, nos irá sacando de esta angustia.

Coronavirus en el mundo
Coronavirus en el mundo

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