Conferencia en Asís sobre 'Laudato si’, economía y finanzas' Joseba Segura: "Las instituciones eclesiales deben reflexionar sobre la desinversión en empresas de combustibles fósiles"
"La Enseñanza Social Católica (ESC) es mejor identificando males, que proponiendo remedios; es más sólida en la formulación de principios, que orientando su implementación"
"El problema de la propuesta social cristiana no es solo su debilidad en las concreciones. Es también su escaso impacto en la vida de las personas porque, en general, la ESC, o no se conoce, o se considera como un conjunto de buenas intenciones en el aire, irrelevantes en los procesos de decisión de las maquinarias institucionales que dirigen la marcha de la economía y la política globales"
"La crisis climática solo puede abordarse si asumimos cambios en el sistema económico global y, específicamente, en el sistema financiero que lo sustenta"
"No sacamos las conclusiones prácticas que la llamada a la conversión de Francisco tiene para nuestro estilo de vida y nuestras decisiones de consumo e inversión"
"La crisis climática solo puede abordarse si asumimos cambios en el sistema económico global y, específicamente, en el sistema financiero que lo sustenta"
"No sacamos las conclusiones prácticas que la llamada a la conversión de Francisco tiene para nuestro estilo de vida y nuestras decisiones de consumo e inversión"
| Joseba Segura, obispo auxiliar de Bilbao
Ésta es la conferencia que pronunció el sábado, día 1 de febrero, el obispo auxiliar de Bilbao, Joseba Segura, en un seminario sobre "Laudato si’, economía y finanzas", que se celebró en Asís (Italia) organizado por el Grupo Banca Ética (Fiare-Banca Ética y la Fundación Finanzas Éticas) como contribución previa y preparatoria a la iniciativa "La economía de Francisco" que tendrá lugar también en Asís entre el 26 y 28 de marzo, convocada por el Papa Francisco.
Finanzas insostenibles: el lento despertar de la conciencia católica
Agradezco a los organizadores la oportunidad que me dan de reflexionar sobre este tema en un momento en el que, gracias a Dios, y aunque muchos puedan considerar que andamos tarde, se está produciendo un profundo cambio de conciencia social y eclesial, motivado en gran parte por una crisis ecológica que ya no es posible, ni ocultar, ni relativizar.
El “homo economicus” y el pensamiento fragmentado
La preocupación por la inversión ética no es algo nuevo para mí. Surgió hace aproximadamente tres décadas, en el marco de mis estudios de moral social. Aunque el tema de mi tesis fuera la evaluación de la teoría tradicional de la guerra justa en el contexto de la disuasión nuclear en los años 80, posteriormente tuve la oportunidad de estudiar economía, lo que me permitió hacer dos descubrimientos, en cierto sentido contradictorios: por un lado, me vi obligado a contrastar mi formación teológica, con su tendencia a elaborar una concepción idealista, en el buen sentido, de la debilidad y el ideal humanos, con las limitaciones que implica el principio de la escasez de medios, y la moderación que inevitablemente impone a los nobles ideales de progreso humano; por otro, pude constatar que la formación recibida en las facultades de economía, bajo manto de pretensión científica, esconde opciones antropológicas en las que un "homo economicus" bastante simple, identifica comportamiento "racional" con decisiones motivadas por intereses cortoplacistas y autocentrados. El famoso tema de las "externalidades", de los costes ocultos que no se reflejan en precios de mercado pero que antes o después se manifiestan, es solo uno de los aspectos que podíamos desarrollar en este punto.
El conocimiento humano promovido en nuestras universidades, reflejo de lo que interesa al sistema económico global, incentiva la especialización y resulta en una enorme fragmentación del saber. Los intentos de diálogo interdisciplinar son complejos y solo suelen aflorar como experiencias ocasionales, sin pretensión de continuidad y con objetivos poco ambiciosos. Cada disciplina tiene su propia lógica y avanza por su particular senda, sin apenas referirse al resto de saberes. El sabio humanista saltó por los aires, primero porque ya nadie puede abarcar todos los conocimientos reflejo de la condición humana, y segundo, porque, incluso si alguien lo supiera todo, no sabría con qué criterio articular esas inmensas cantidades de información en una síntesis significativa referida a lo que los antiguos denominaban “naturaleza humana”. Las certezas de otro tiempo se han convertido, en el mejor de los casos, en grandes interrogantes que reflejan la debilidad de categorías antropológicas esenciales hasta hace poco. Ciertamente se trata de categorías tradicionales que necesitamos repensar, pero lo que se nos propone hoy es que las descartemos totalmente, y eso no lo podemos hacer sin pagar un precio inasumible.
La ESC inspirando experiencias de economía humanista
En medio de la compleja situación del pensamiento humanista actual, la Iglesia católica no puede sino seguir empeñada en salvaguardar y promover dos elementos vitales para la convivencia y el futuro: la defensa de la dignidad humana de todas las personas, de la que se deducen importantes consecuencias en materia de justicia e igualdad de oportunidades; y la dimensión radicalmente comunitaria y, por tanto, solidaria de nuestro ser. Esta tradición de pensamiento se refleja en el patrimonio que aquí denominaremos Enseñanza Social Católica (ESC), popularmente conocida también como “Doctrina Social”.
¿Hasta qué punto la ESC es capaz de iluminar los retos de nuestro tiempo? Conocemos las limitaciones que ya se han señalado: es mejor identificando males, que proponiendo remedios; es más sólida en la formulación de principios, que orientando su implementación. Aunque los escritos del Papa Francisco logran aterrizar mejor el “deber ser” en la vida concreta, estas críticas encierran alguna verdad. En todo caso, la ESC refleja una concepción antropológica y de la fábrica social profundamente humanista, muy necesaria en este tiempo marcado por tantas propuestas que alimentan el escepticismo, o la fe ingenua en un progreso tecnológico sin límites, que nos abre a enormes peligros distópicos.
El problema de la propuesta social cristiana no es solo su debilidad en las concreciones. Es también su escaso impacto en la vida de las personas porque, en general, la ESC, o no se conoce, o se considera como un conjunto de buenas intenciones en el aire, irrelevantes en los procesos de decisión de las maquinarias institucionales que dirigen la marcha de la economía y la política globales. Que un banco convencional funcione según una lógica completamente al margen de la ESC, no sorprende a nadie. Que los cristianos con responsabilidades en esa institución se sometan a esa lógica, puede ser más problemático, pero resulta comprensible, dadas las limitaciones de la fe de muchos, para iluminar importantes aspectos de su vida profesional y pública. Pero si descubriéramos que las instituciones eclesiales y sus líderes, supuestamente convencidos de la relevancia de la ESC, no han pensado suficientemente cómo aplicar en la propia casa lo que consideran bueno para los demás, entonces deberíamos preocuparnos. Y esto es justamente lo que creo que está sucediendo, particularmente en el ámbito de las inversiones éticas.
Es de justicia reconocer que el pensamiento social cristiano ha inspirado un sinfín de experiencias educativas, de salud, de producción alternativa y comunitaria en todos los continentes. Sabemos que los sacerdotes, religiosos/as y animadoras de la fe, generalmente y salvo honrosas excepciones, son mejores concibiendo uno proyecto social, que poniéndolo en marcha; y cuando este se aterriza, ponen más atención en el arranque, que en asegurar su sostenibilidad. Pero se han conseguido también innumerables logros, y ahí están.
En lo que al uso del recurso financiero se refiere, quiero subrayar la importancia crítica que, en los países empobrecidos, especialmente en sus zonas rurales, han tenido tantas y tantas experiencias de finanzas solidarias, también llamadas “populares”, promovidas por sacerdotes y agentes de pastoral. Millones de personas que, de otro modo, no habrían podido acceder al crédito de ningún modo, han visto mejorar considerablemente su situación y la de sus familias, gracias a estas estructuras de gran impacto local. Hablo de microcréditos, pero no solo de ellos. Durante mis 12 años de trabajo en Latinoamérica, he conocido muchas de estas experiencias y puedo dar testimonio de su enorme valor humano y comunitario.
Inversiones financieras de instituciones eclesiales: ¿al margen de la ESC?
Siendo todo esto cierto, hay un ámbito en el que la ESC ha tenido escaso impacto en las prácticas y apuestas eclesiales: el de la gestión de su patrimonio financiero. Al principio de siglo, cuando en Bilbao un pequeño grupo de personas pusimos en marcha el proyecto Fiare, arrancábamos con esta preocupación: lograr que los principios de la Enseñanza Social Católica orientaran también este mundo, complejo y opaco, de las inversiones financieras. Esto, y la necesidad de hacer una propuesta que, desde su concepción, fuera algo distinto al “greenwhashing” de tantas pretendidas “inversiones éticas”.
Nuestro objetivo, en aquel momento y contexto, no era tanto facilitar el acceso al crédito, como contribuir a transformar la economía desde el ámbito de las finanzas. A mi entonces me tocó hacer de limosnero, visitando órdenes religiosas para que nos apoyaran con una contribución de 3.000 euros cada una, y poder así poner en marcha el proyecto. Ahora miro para atrás y todavía me admiro de que alguien dijera sí a semejante petición. Pero lo cierto es que algunos, debería decir mejor algunas porque mayoritariamente fueron órdenes religiosas femeninas, se fiaron y creyeron en lo que otros varones responsables calificaron de proyecto imposible o absurdo. Pero ahí está el fruto de aquella apuesta, una realidad que a los ojos de muchos sigue siendo demasiado pequeña, pero que no es ni mucho menos insignificante porque claramente apunta al futuro.
La reflexión sobre finanzas éticas a partir del pensamiento social cristiano ha avanzado mucho en las últimas décadas, como lo demuestra el documento “Ethical Investments in an era of Climate Change.” Detrás de estos avances está la conciencia social creciente de que la crisis climática solo puede abordarse si asumimos cambios en el sistema económico global y, específicamente, en el sistema financiero que lo sustenta, reflejo particularmente dramático de los excesos y contradicciones de los males que aquejan al conjunto de la gobernanza, o mejor, desgobierno económico.
Centrándonos en nuestras iglesias locales y comunidades católicas, todavía está casi todo por hacer. La “Laudato Si” ha sido, con diferencia, el documento social con mayor difusión en la historia de la ESC. Ha llegado a muchos creyentes y ha sido acogida con un amplio respaldo, pero no ha logrado todavía generar los cambios de criterio y de conducta a los que el documento se refiere. Admiramos el compromiso del Papa con los pobres, su testimonio personal de vida sencilla, compartimos su preocupación por el impacto que la crisis ecológica va a tener en las personas y pueblos más desfavorecidos, podemos incluso sintonizar con sus críticas al sistema económico global, pero no sacamos las conclusiones prácticas que la llamada a la conversión de Francisco tiene para nuestro estilo de vida y nuestras decisiones de consumo e inversión. La inmensa mayoría nos comportamos como si creyéramos que las previsiones climáticas, aunque bien fundamentadas, no fueran a cumplirse; secretamente confiamos en que algo va a suceder, algún descubrimiento tecnológico que arregle mágicamente el problema, o mejor, una inesperada autorregulación climática de la sabia “madre naturaleza” que resuelva la crisis sin agonía.
Los creyentes, iluminados por la fe, compartimos un bello proyecto social y ponemos mucho corazón en numerosos esfuerzos en favor del bienestar integral de las personas. Pero por algún motivo hemos decidido apagar esa luz y desterrar al corazón del ámbito de nuestras decisiones financieras. Si no caemos en la cuenta de la incoherencia que esto supone, tenemos un problema serio. Tal vez porque no hemos reflexionado suficientemente sobre la relación directa que existe entre la crisis ecológica y el mundo financiero o, de otro modo, sobre las implicaciones éticas que tiene nuestra dependencia de los combustibles fósiles. En principio podemos reconocer esa relación, pero estamos lejos de asumir las consecuencias que tiene para muchas decisiones cotidianas, personales e institucionales. No hemos entendido todavía que la defensa de la vida de todas las personas no puede realizarse al margen de los mercados financieros que regulan el valor relativo de las distintas prioridades y estrategias económicas. Y es que ahora, la posibilidad de que la historia humana termine, por méritos propios, en un fracaso estrepitoso, es algo más que literatura apocalíptica.
Selección con filtros negativos, desinversiones y más
Nos falta claridad y coherencia en estos temas. Y por eso todavía es perfectamente posible encontrarse con responsables financieros de instituciones eclesiales que, en sus planteamientos de inversión ética, no han ido más allá de los clásicos filtros negativos de selección: armas, abortifacientes, anticonceptivos, pornografía, etc. Pero atención: el cambio no debe esperarse solo ni fundamentalmente de los responsables de la gestión económica directa. Ellos toman sus decisiones en el marco implícito o explícito de las orientaciones que reciben del conjunto de la organización. Por eso, el cambio de conciencia debe producirse también en los líderes eclesiales, obispos y superiores mayores. Solo así se producirá una evolución real de lo que hasta ahora se ha entendido como “gestión responsable” de recursos financieros eclesiales. Esta gestión, además de identificar en muchos casos lo legal con lo aceptable, tradicionalmente consideraba suficiente atender a los tres criterios clásicos: seguridad, rentabilidad y liquidez. Este planteamiento es ya claramente insuficiente.
Ha llegado la hora de introducir en las instituciones eclesiales la reflexión sobre la desinversión en empresas vinculadas a la industria de combustibles fósiles. Es desinversión y es, como sabemos, también inversión en fuentes de energía alternativa. Entiendo el argumento de “racionalidad económica”, que recomienda la desinversión por el riesgo que conlleva a medio plazo la pérdida de valor de los activos relacionados con combustibles fósiles, pero ese no puede ser el argumento eclesial más importante. La Iglesia puede y debe argumentar en otras claves: queremos cuestionar una racionalidad cortoplacista muy extendida, centrada en la preocupación por el incremento patrimonial, explicitando el impacto social de nuestras decisiones inversoras; no hay gestión responsable de los recursos que no tome en cuenta el bien común de la humanidad amenazada, y particularmente de los que, por no poder defenderse, van a sufrir más duramente el impacto de la crisis global que se está gestando. La Iglesia no puede renunciar a buscar la coherencia entre lo que proclamamos y lo que hacemos. Si decimos, cuestionando el relativismo extremo, que la VERDAD existe, debemos aceptar sus consecuencias y los costes de esa verdad que queremos defender. Si decimos que defendemos la VIDA, hay que demostrarlo defendiendo la única casa común en la que esa vida ha sido y debe seguir siendo posible.
Sabemos que el horizonte de inversiones éticas que busquen la transformación del sistema económico es mucho más que la desinversión en combustibles fósiles y el apoyo a energías alternativas. La causa de los pobres está afectada por muchos otros factores, y debería reflejarse en reflexiones y orientaciones específicas que nos ayuden a discernir sobre empresas y sectores productivos. Pero la cuestión energética es ahora crítica y por eso creo justificado considerarla en sí misma, buscando un consenso amplio en el modo de afrontarla.
Una última reflexión: es cierto que cuando queremos aterrizar los criterios y decidir sobre el componente ético de muchas inversiones, el asunto se torna complicado. No les veo a mis hermanos obispos haciendo un curso acelerado sobre el tema para convertirse en especialistas. No creo tampoco que esa deba ser una prioridad en su ministerio. Por eso es tan importante el apoyo de especialistas que puedan ofrecer a los responsables eclesiales instrumentos de inversión suficientemente contrastados, en los que se pueda conjugar la responsabilidad en la preservación de unos recursos que no son nuestros, con el compromiso social y un liderazgo ético inversor que refleje nuestra visión y nuestros valores.
Sabemos que no sabemos. No sabemos si llegamos a tiempo. No sabemos si lo que podemos hacer será suficiente. No sabemos si podremos vencer tantas rutinas, resistencias, miedos, ideas enraizadas, fuertes intereses personales e institucionales que nos hacen daño. Cada colectivo tiene sus inercias y los responsables de Iglesia, también las tienen y algunas son muy fuertes.
Oí decir a Pepe Múgica, el líder moral y político uruguayo, que “lo inevitable no se lloriquea; se enfrenta y ya está.” No debemos actuar por miedo, ni tampoco porque tengamos la llave de la jaula. Nosotros actuamos por lo que siempre ha sostenido el amor cristiano: la convicción de que Dios ha creado este mundo como el hogar de una sola familia, un Padre que hace salir el sol cada día sobre buenos y no tan buenos. Actuemos con coherencia. Luego resultará lo que sea, pero apoyemos el bello proyecto divino. Pongamos los talentos y recursos recibidos del cielo, también los económicos, al servicio del único sueño con futuro: el de quién creó la Vida y quiere seguir sosteniéndola. A veces con nuestra colaboración y otras muchas veces a pesar nuestro.
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