Culto a Dios en hospitales y funerales Julio Puente: "El Valle de los Caídos podía haber sido una digna tumba colectiva para muchos de los fallecidos en esta guerra contra el virus"
"Qué solos se quedan los vivos cuando tantos miles de conciudadanos fallecen y los dirigentes políticos y religiosos andan divididos en el tema de las exequias"
"A ningún representante político en cuanto tal se le ha perdido nada en las liturgias de una confesión religiosa en un Estado no confesional, ni la Iglesia debe prestarse a ambiguos juegos de politización de lo espiritual"
"Cuando la nueva normalidad se establezca, los fallecidos en esta pandemia deberán tener una despedida digna, un homenaje de toda la sociedad española en un funeral de Estado"
"Cuando la nueva normalidad se establezca, los fallecidos en esta pandemia deberán tener una despedida digna, un homenaje de toda la sociedad española en un funeral de Estado"
| Julio Puente López
Esos tres políticos madrileños en la catedral, tan solos. ¡Esa gélida imagen de la presidenta de la Comunidad de Madrid, del alcalde de Madrid y del delegado del Gobierno en la Catedral de la Almudena! ¿De quién fue la idea de celebrar esa ceremonia con una puesta en escena más propia de una película de Luis Buñuel o de Orson Welles?
Qué solos se quedan los vivos cuando tantos miles de conciudadanos fallecen y los dirigentes políticos y religiosos andan divididos en el tema de las exequias y los funerales. A la “Iglesia en salida” le vienen grandes las catedrales. Tal vez un día la catedral se llene acogiendo un funeral de Estado por las víctimas del coronavirus.
A veces privamos a nuestras manifestaciones religiosas de espontaneidad y humanidad y las llenamos de apariencia o de calculado artificio, aunque nos guíe una buena intención. Nada que objetar si los políticos participan en los actos de culto como simples fieles. Pero a ningún representante político en cuanto tal se le ha perdido nada en las liturgias de una confesión religiosa en un Estado no confesional, ni la Iglesia debe prestarse a ambiguos juegos de politización de lo espiritual. ¿No bastaron los años que transcurrieron desde Carlomagno a Napoleón Bonaparte?
Lo que ayer fue no siempre tuvo la asistencia del Espíritu Santo. Tampoco necesariamente lo que hoy es. Hay que saber desprenderse de algunas cosas que heredamos de aquellas épocas, desde el Estado del Vaticano a la mitra episcopal, símbolos de poderes imperiales. En nuestros días la Iglesia “no reivindica para sí otra autoridad que la de servir” (GS, 12).
¿Por qué algunos clérigos no han respetado el confinamiento? ¿Qué les hace pensar que son imprescindibles? ¿Celo? ¿Soberbia? ¿Fanatismo? Olvidamos la enseñanza del Vaticano II que nos recordó que “la sociedad civil tiene derecho a protegerse contra los abusos que puedan darse so pretexto de la libertad religiosa” (Declaración sobre la libertad religiosa, 7).
Cuando la nueva normalidad se establezca, los fallecidos en esta pandemia deberán tener una despedida digna, un homenaje de toda la sociedad española en un funeral de Estado. El Valle de los Caídos podía haber sido una digna tumba colectiva para muchos de los fallecidos en esta guerra contra el virus, ahora que ya no es la tumba de Franco. Si hemos conservado los pantanos y tantas otras obras públicas útiles del tiempo de la dictadura no hay razón para no dar una finalidad adecuada al complejo de Cuelgamuros. La propuesta que hizo Xabier Pikaza, por ejemplo, está llena de sentido.
Si hemos estado unidos en el esfuerzo contra la pandemia, bien podríamos seguir unidos en el duelo y en el consuelo recíproco, superando los individualismos en entierros y funerales. Sería una forma de sellar la reconciliación nacional. En el Valle están enterrados caídos de los dos bandos de la guerra civil. La basílica y su explanada no dejan de ser también dignos escenarios para un gran funeral de Estado. Pero seguramente no es esta una idea que encuentre una acogida unánime. Es lo que opina, con buen conocimiento de causa, el Prior de la Abadía de la Santa Cruz, Santiago Cantera.
En todo caso, ese homenaje, en el que podrán participar las distintas confesiones religiosas, deberá estar presidido por las autoridades civiles de nuestra nación, que es un Estado no confesional. Luego cada grupo religioso podrá organizar, si así lo desea, sus propias exequias.
En el tiempo del coronavirus se han vaciado las catedrales y se han llenado los hospitales. El clero ha dejado la primera fila del servicio al laicado. Ha coincidido con el tiempo de la Semana Santa. Al Cristo de la fe no había que buscarlo en el templo. Se hizo presente en el enfermo y en el buen samaritano que lo cuidaba. Con esto no se niega la liturgia. Al contrario. Se afirma que atender a los necesitados es el supremo acto de culto al Dios que quiere misericordia, no sacrificios. Urge entender bien aquel repetido “revísese” (recognoscatur) de la “Constitución sobre la sagrada liturgia” que ya al principio nos dice que el Concilio se propone “adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio” (Introducción, 1). Porque son los “signos de nuestro tiempo” los que nos obligan a reflexionar sobre esto.
Me van a permitir que recuerde aquí lo que escribí en otro lugar: “Todos sabemos que son muchas las personas que viven sus proyectos políticos, económicos y culturales lejos de las realidades espirituales, lejos de Dios, es decir, ciegos ante el sufrimiento humano. Viven envueltos en una vaga ilusión, como en un sueño en el que se sienten cómodos y del que no quieren despertar. No todos se afanan por una sociedad más solidaria y por un mundo menos cruel. Son muchos los que se olvidan del prójimo”. (Un paso adelante, 2ª ed., 2019, pág. 292).
"Atender a los necesitados es el supremo acto de culto al Dios que quiere misericordia, no sacrificios"
La pandemia ha hecho que muchos despertaran de ese sueño y comprendieran mejor en qué consiste ser cristiano: en acoger al prójimo necesitado donde se hace presente el Dios que se encarnó en Jesús de Nazaret.
Sin olvidarnos de tantos trabajadores y de tantos difuntos de las más diversas confesiones, como es el caso de Riay Tatary, imán de la mezquita del barrio de Tetuán en Madrid, y sin olvidarnos tampoco de tantas buenas personas no creyentes, pensemos en los cristianos que trabajan o están enfermos en los hospitales. En su inmensa mayoría son laicos cristianos. Los seglares, al igual que la jerarquía y los clérigos, hacen presente a la Iglesia y testimonian el Evangelio allí donde están sirviendo a sus prójimos, en casa, en los hospitales, en los puestos de trabajo, al frente de las instituciones políticas del Estado, donde se debe velar por la salud y el bienestar social. Recordemos las palabras del Concilio sobre la vocación de todos los fieles a entregarse al servicio del prójimo: “…servitio proximi toto animo sese devoveant” (Lumen Gentium, 40).
La comunidad de los discípulos de Jesús se reconoce porque practica el mandamiento nuevo de Jesús, el del amor al prójimo (Jn 13, 35). Entre ellos, y también con sus enemigos. Y nadie tiene mayor amor al prójimo que el que da su vida por él. Es el caso de tantos trabajadores sanitarios, como Joaquín Díaz, Jefe de Cirugía General en el Hospital Universitario de la Paz, o Jesús Vaquero, Jefe de Neurocirugía del Hospital Puerta de Hierro, por poner solo dos ejemplos.
La Iglesia, por tanto, ha estado allí donde su misión le exige estar: ha sido una “Iglesia en salida”, ha salido a visitar al enfermo, a recoger al herido en el camino, lo ha llevado en ambulancias al hospital donde se le ha cuidado lo mejor que se ha podido. Y si vemos que la solidaridad y la atención a la vida y a la salud de nuestros prójimos es algo que se da en todas las sociedades, desde China hasta las Américas, entonces comprobamos que la salvación de Dios llega a todos por caminos que solo él conoce, pues todo hombre percibe la ley divina “por medio de su conciencia”, como enseñó el Vaticano II (Cf. Dignitatis Humanae, 3).
Hubiera sido un disparate llenar los pasillos de sacerdotes administrando los sacramentos, interrumpiendo la difícil labor del personal sanitario. El sacerdocio de Jesucristo se ejercía en el hospital. El cuidado del enfermo, el calor humano del personal del hospital, ha sido el gran sacramento en el que el paciente ha podido percibir la cercanía de Dios.
Es la esperanza que hay que saber transmitir a los familiares que no han podido estar cerca de sus seres queridos. No han estado solos. Han estado y están acompañados por la comunidad cristiana en la que fueron bautizados y, en todo caso, siempre también por personas que, como el doctor Joaquín Díaz, se dejan el alma por salvarles.