"Creo en Dios que es amor y ha creado al hombre como su interlocutor" Sobre el Credo de los Apóstoles y mi Credo personal
"Las iglesias de la Reforma tuvieron desde el inicio una reverencia especial hacia el Apostolicum"
"El afán por una fe «personalmente» comprensible condujo a una variedad de credos «contemporáneos», especialmente en el mundo protestante, que también se utilizaron en las celebraciones litúrgicas"
"Otros buscaron con Karl Rahner «fórmulas breves de la fe»"
"En medio de la controversia sobre las fórmulas breves, un tercer grupo de teólogos se volcó en la interpretación del Credo de los Apóstoles en libros de fácil lectura"
"Otros buscaron con Karl Rahner «fórmulas breves de la fe»"
"En medio de la controversia sobre las fórmulas breves, un tercer grupo de teólogos se volcó en la interpretación del Credo de los Apóstoles en libros de fácil lectura"
| Mariano Delgado*
La exposición del Credo (expositio/explanatio symboli) es un género literario muy extendido en la Iglesia primitiva. Después de que, a más tardar en el siglo XIII, el «Credo de los Apóstoles» (Apostolicum) se hubiera convertido en una realidad litúrgica y teológica indiscutible en todo Occidente, su interpretación en la escolástica, junto con la de las otras piezas principales de la catequesis cristiana (Padrenuestro, Decálogo, Sacramentos), pertenecía a los opuscula o pequeños tratados.
Tomás de Aquino consideraba incluso necesaria una nueva versión ampliada del credo «para evitar la intrusión de errores», pero subraya expresamente «que tal “nova editio” no debe contener una fe diferente, sino interpretar mejor la misma fe». Mientras que los protestantes concordaron diversas «profesiones de fe» o «Confessiones», la Iglesia católica formuló un Credo en el Concilio de Trento, en el Concilio Vaticano I y a la sombra del Concilio Vaticano II, cuando el Papa Pablo VI propuso un «Credo del Pueblo de Dios» que, sin embargo, apenas tuvo resonancia.
Las Iglesias de la Reforma tuvieron desde el inicio una reverencia especial hacia el Apostolicum. Lutero llamó a su interpretación de los tres artículos de ese Credo «una forma sucinta de la fe» y, como es bien sabido, no quería discutir sobre el Credo y su contenido: «Esta es mi Biblia... no me dejo enseñar más cosas». El protestantismo, sin embargo, no se libró de la disputa sobre el Credo de los Apóstoles: en el siglo XVII, la ortodoxia protestante criticó que en el Apostolicum no se mencionaba la verdadera herencia de la reforma (por ejemplo, el pecado original, la justificación sólo por la fe); y en la controversia sobre el Apostolicum del siglo XIX (1891-1892), muchos teólogos liberales se opusieron su uso en el culto; algunos incluso querían «abolirlo».
Adolfo von Harnack adoptó una posición mediadora, que finalmente condujo a la sustitución del Apostolicum por una confesión contemporánea: Por un lado, opinaba que un cristiano culto sentiría ofendida su inteligencia por varias proposiciones del Apostolicum (entre ellas, el nacimiento virginal). Por otra parte, no proponía la abolición del Apostolicum, sino la exención de su uso litúrgico hasta que se hubiera formulado una confesión más adecuada a nuestros tiempos. Karl Barth, que inició la ruptura con la teología liberal tras la Primera Guerra Mundial, utilizó, sin embargo, el Credo de los Apóstoles para explicar los principales problemas de la dogmática.
Las décadas de 1960 y 1970, cuando la cultura y la sociedad occidentales experimentaban cambios fundamentales, fueron tiempos de «agitación en torno al credo» tanto en círculos protestantes como católicos. La cuestión de la «reinterpretación» de la fe fue predominante durante esta época. Se pueden reconocer tres tendencias:
(1) El afán por una fe «personalmente» comprensible condujo a una variedad de credos «contemporáneos», especialmente en el mundo protestante, que también se utilizaron en las celebraciones litúrgicas y que, al igual que los intentos liberales en la controversia sobre el Credo de los Apóstoles del siglo XIX, fueron más bien rechazados por la cúpula eclesiástica y la mayoría de los teólogos. El credo «político» de Dorothee Sölle, que seguía claramente el modelo del Credo de los Apóstoles, es probablemente el que más resonancia tuvo. De forma similar, pero con menos éxito, los cristianos en procesos revolucionarios, como los sandinistas en Nicaragua, también han escrito sus propios credos «políticos» basados en el Credo de los Apóstoles.
Pero en los años 1970 podemos observar un fenómeno más común en los países de lenguas latinas y cultura católica que en los de habla alemana: destacados cristianos laicos de la política, la economía y la cultura dan cuenta de su fe en libros de fácil lectura con títulos como «Creo en la esperanza», «Creo en la justicia», etc. Este fenómeno recuerda a veces los «credos políticos» y en parte los testimonios de fe de algunos grandes filósofos y teólogos de la época moderna como Pascal.
(2) Otros buscaron con Karl Rahner «fórmulas breves de la fe». Cuando Rahner habla de fórmulas breves, está pensando en una época en la que incluso el cristiano nacido en una familia cristiana vive en una situación «que en sí misma en gran medida no transmite ya el cristianismo», de modo que, incluso como bautizado, es más «pagano de lo que se ha sido nunca desde Constantino». En una época así, las fórmulas breves son inevitables para Rahner. Hay que esforzarse por muchas de esas fórmulas «según la diversidad de las naciones, de las regiones culturales e históricas, de las religiones del mundo que codeterminan una determinada situación», pero también «según el nivel social, la edad, etc.», es decir, según la situación del oyente.
Tales fórmulas breves no pretenden ser una alternativa al Credo de los Apóstoles, sino una versión abreviada situacional, concentración o suma (¡no reducción!) de las verdades de fe en el sentido de una fe personalmente adquirida, de la que uno puede dar cuenta en su entorno social. Las fórmulas breves deben, por supuesto, orientarse hacia la fe de la Iglesia y presuponer la doctrina conciliar correctamente entendida de la «jerarquía de las verdades». Como resultado, surgieron muchas fórmulas breves personales y situacionales, sobre todo en el mundo católico, así como un animado debate teológico sobre su significado y finalidad. En los años ochenta, ya sólo se hablaba esporádicamente del tema, pues parece que había pasado la coyuntura.
(3) En medio de la controversia sobre las fórmulas breves, un tercer grupo de teólogos se volcó en la interpretación del Credo de los Apóstoles en libros de fácil lectura. En el lado protestante, pudieron basarse en una tradición que había permanecido viva como género teológico-literario desde Lutero hasta Barth, a pesar de todas las disputas sobre el Apostolicum en los siglos XVII y XIX. En el campo católico, donde la interpretación del Apostolicum estaba olvidada desde hacía mucho tiempo, la obra de Joseph Ratzinger «Introducción al cristianismo» (1968) tiene importancia programática como alegato a favor de una teología que se tome en serio las preguntas de los hombres de hoy, pero que no quiera responder a ellas con fórmulas cortas subjetivas, sino con la interpretación de la fe tradicional de la Iglesia:
«Lo que nos falta hoy no son ante todo nuevas fórmulas: más bien hay que hablar de una inflación de palabras sin fundamento. Lo que necesitamos en primer lugar es una restauración del contexto vital de la práctica catecumenal de la fe como lugar de experiencia compartida del Espíritu, que puede convertirse así también en la base de una reflexión fundamentada en la realidad».
Se trata de desarrollar una forma contemporánea de catecumenado basada en los cuatro elementos principales de la catequesis cristiana: Credo, Padre Nuestro, Decálogo, Sacramentos.
El resultado de la «disputa en torno al credo» de los años sesenta y setenta puede resumirse así: (a) La búsqueda de concentración o sumario de los artículos de fe en confesiones personales-situacionales y fórmulas breves tiene una intención reformista. Porque es tanto una búsqueda del centro radical de la fe como una protesta contra «algo secundario que ocupa el lugar de lo principal». (b) En todos los campos hay algo de verdad. Optar solo por una u otra alternativa sería erróneo en vista de la crisis actual del cristianismo. Los credos personales-situacionales y las fórmulas breves deberían tener cabida junto al Credo de los Apóstoles, siempre que las afirmaciones básicas del Apostolicum sigan siendo reconocibles en ellos.
El Apostolicum ocupa un lugar primordial en la teología y la liturgia. En primer lugar, porque no fue creado en el escritorio un teólogo, sino que sigue el axioma de la Iglesia primitiva de que la fe y la oración deben ir juntas. Su lugar de origen, como dijo Ratzinger, es la práctica del bautismo, la práctica catecumenal de la fe. Por otra parte, la primacía del Apostolicum se justifica por el hecho de que ya representa una concentración o suma de las verdades de fe que puede considerarse como un consenso ecuménico mínimo. En este sentido, hoy no puede tratarse de ampliar el credo, sino de volver a la base común en el Apostolicum.
Al fin y al cabo, la primacía del Credo de los Apóstoles se basa en los artículos de fe que contiene. Sigue siendo válido lo que escribió el teólogo protestante Helmut Thielicke sobre el Apostolicum: «Pero no hay cordillera más imponente del mensaje cristiano que el 'Credo de los Apóstoles' .... No se trata del carácter no vinculante de una 'esencia del cristianismo', sino de hechos brutales: del 'nacimiento de la Virgen María', del 'descenso a los infiernos' y de la 'resurrección de la carne'. O conseguimos hacer visible que esto nos concierne a nosotros, en nuestra situación actual, o no se conseguirá en ningún sitio. ¡Hic Rhodus, hic salta! Hay que tomar posición».
«Mi Credo»
(Esta confesión de fe personal presupone el Credo de la Iglesia y quiere hacerlo más comprensible, con un lenguaje más bíblico. La forma antropomórfica de hablar de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo presupone el principio de analogía: Dios es mucho más grande y diferente de lo que podamos imaginar. Nadie lo ha visto. Pero los cristianos creen que se ha mostrado tal como es en Jesús de Nazaret).
Creo en Dios
que es amor
y ha creado al hombre
como su interlocutor.
Creo
que él es el origen
de toda la creación
y que su gracia
y su Espíritu
actúan en ella,
desde el principio,
sin límite,
como el sol está
sobre nosotros.
Creo
que Dios aceptó
la naturaleza humana
en Jesús de Nazaret
y así, en cierto sentido,
se unió con cada ser humano.
Creo
que Jesús
fue concebido
por el Espíritu de Dios,
para quien nada hay imposible,
y nació
de la humilde
Virgen María,
del pueblo de Israel,
para mostrarnos
la bondad de Dios
y su amor al hombre.
Como imagen
del Dios invisible
Jesús fue luz
de su luz,
de su misma esencia
y al mismo tiempo semejante a nosotros,
excepto
en la pecaminosidad
y necesidad de redención.
Creo
que su obra de salvación
debe entenderse
con el trasfondo
profético
y mesiánico
de Israel,
como cantó
María misma:
Dios derriba del trono
a los poderosos
y enaltece
a los humildes.
Creo
que Jesús invitó a todos
a venir a él,
para encontrar descanso,
y que anunció
la cercanía
del reino de Dios,
un reino
de verdad y libertad,
de paz,
como obra de la justicia,
y de una vida digna
para todos,
de la fraternidad universal,
y del amor especial
y la ternura
de Dios
con los cansados y agobiados
de la historia.
Ayudarles
en la necesidad
es más importante
que la profesión de fe.
Creo
en el significado salvífico
de sus palabras,
sus obras
su pasión
y su muerte
en la cruz
bajo Poncio Pilato.
Creo
que al tercer día
fue resucitado de su tumba
por el poder de Dios,
para quien nada hay imposible,
y que María de Magdala
fue la primera
en proclamar el mensaje
de la tumba vacía.
Creo
que estuvo
en lo que llamamos «infierno»,
pues la gracia
de Dios
obra allí también
gracias a él.
Creo
que Jesús,
el Cristo,
el Mesías,
el Señor
e Hijo de Dios
de la fe cristiana
volvió a Dios,
para quien nada hay imposible,
en corporeidad transfigurada
como primicia de la nueva vida
que nos espera a todos,
por la gracia
y misericordia de Dios.
Creo
que el Espíritu Santo,
que desde el principio
actúa en la creación,
sigue actuando
en la Iglesia y en el mundo
y nos ayuda,
a comprender
cada vez mejor
la Buena Nueva
de la autocomunicación de Dios
en Jesús ,
para que la humanidad
en la diversidad
de religiones y culturas
forme unida
la familia de los hijos de Dios
y el reino de Dios
se haga más visible.
Creo
que Dios tiene el poder
de perdonar nuestros pecados
y darnos
una vida nueva
después de la muerte,
en una corporeidad transfigurada,
de la que nosotros,
viviendo en el espacio y el tiempo,
no tenemos ni idea
porque nuestro cuerpo
después de esta vida
se convierte aquí
en polvo, ceniza
y nada.
Creo
que el SEÑOR JESÚS
vendrá
al final de los tiempos
y que Dios
por él, con él y en él
recapitulará todas las cosas.
Porque es
un Dios de vivos
y quiere
salvar a todos.
No sé
cómo lo hará
sin nivelar
el profundo abismo
entre las víctimas y los victimarios
de la historia,
porque pensamos
en las categorías humanas
de culpa y expiación,
y algunas fechorías
son tan monstruosas
que a nuestro entender
nunca
podrán ser expiadas.
Pero puedo esperar
y rezar,
que Dios,
para quien nada hay imposible,
combinando amor y misericordia
será justo,
con todas las personas,
incluso con mis enemigos,
y con toda la creación.
Amén.
*Mariano Delgado es catedrático de Historia de la Iglesia y Director del Instituto para el estudio de las religiones y el diálogo interreligioso en la Universidad de Friburgo (Suiza) así como Decano de la Clase (VII) en la Academia Europea de las Ciencias y las Artes (Salzburgo)
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