El capitalismo, el colectivismo y el resto de totalitarismos Modernidad en diálogo con la fe

(Agustín Ortega, Centro Loyola e ISTIC).- ¿Se puede ser moderno y a la vez creyente, se rechazan o excluyen mutuamente...? Estas cuestiones han marcado la cultura de la edad moderna y contemporánea, en especial en el ámbito occidental; y hoy en día siguen teniendo su relevancia.

Muchos ríos de tinta y torrentes de palabras han generado, ocupando a los filósofos y pensadores del más diverso signo. Nos gustaría adentrarnos en estas realidades de la mano de la razón y de dicha filosofía y pensamiento.

Con la referencia de autores y estudios cualificados que lo han abordado, asimismo, guiados por la tradición y enseñanza de mi comunidad de fe, la iglesia. Creemos que para empezar a considerar dichas cuestiones, como en tantas, se debe procurar hacer un análisis matizado y preciso. Y no incurrir en juicios gruesos o sesgados, que no contemplen lo bueno, bello y verdadero de lo otro y de los otros, de estas realidades que vamos a tratar. De esta forma, creemos que no se puede santificar o absolutizar la modernidad, ni tampoco deslegitimarla en bloque o globalmente. Porque en este sentido la modernidad, en muy buena medida, es hija del cristianismo que le aportó mucho y bueno. La modernidad, que tiene su origen propiamente en la conocida como ilustración-en el paso de la edad media a la edad moderna-, no se puede entender sin las tradiciones, culturas y realidades contextuales. Tal como sucede en los acontecimientos y dinamismos históricos.

Efectivamente, el humanismo renacentista y espiritual, con autores como Tomás Moro o Erasmo; o en la España del siglo de Oro, con maestros espirituales como Ignacio de Loyola o Teresa de Jesús: es muy influyente en la ilustración humanista. Y, todavía más, este humanismo renacentista bebe del crisol de la edad antigua y media, con genios como San Agustín o Santo Tomás de Aquino.

Ya que la fe cristiana, con la cultura y pensamiento inspirados en ella, es precursora de (anticipa) el giro antropológico de la edad moderna. Es cierto que la filosofía griega contiene elementos humanistas, eso es indudable. Pero, en cierta forma, estuvo más centrada en el paradigma de la naturaleza que era la clave de interpretación de la realidad. Sin embargo, cimentada en la cosmovisión semita y bíblica, para la fe cristiana el quicio o eje del sentido y la praxis es: la existencia y vida del ser humano, de las personas en el tiempo histórico que acoge el Don, el encuentro, presencia y alianza con Dios; las personas y pueblos que buscan y acogen la vida y la creación, en la salvación liberadora que Dios, en Jesús, regala con su amor fraterno y justicia desde (con) los pobres.

El humanismo ilustrado de la modernidad busco liberarse del yugo de una naturaleza (humana, social...) mal entendida. La cual justificaba y legitimaba la esclavitud y la servidumbre, a costa del poder y privilegios que gozaban unos pocos potentados. Tales como la monarquía y la aristocracia.

La búsqueda de la libertad y de la razón crítica que la acompaña, promoviendo la participación ciudadana y política, son señas de identidad de la modernidad ilustrada. Este vuelta de tuerca del giro antropológico moderno, como se puede creer, no negó la fe y a Dios. Los padres de la modernidad ilustrada como Descartes y Rousseau, Kant y Hegel..., además de pensadores y filósofos, eran personas creyentes y cristianos.

Ellos intentaron armonizar lo subjetivo con lo objetivo, lo inmanente o humano y lo trascendente, la razón y la fe, la libertad y lo comunitario o espiritual. Aunque, como es sabido, dicho intento o propuesta no fue siempre del todo adecuada y tuvieron sus límites o carencias, al lado de sus logros y aportaciones positivas; condicionados, asimismo, por el contexto histórico en el que se encontraban. Esto es una constante en la historia de la filosofía y del pensamiento. Y por falta de espacio no podemos entrar, ahora, a analizar en detalle esta cuestión que aquí nos ocupa

El caso es que esta búsqueda de libertad y de la razón degeneró, en muchos casos, en un individualismo y racionalismo estrecho o sesgado, que no contemplaba las esferas éticas y espirituales. Por lo que los otros valores iniciales de la modernidad, inspirados transcendentalmente por la fe, como la fraternidad y la igualdad fueron orillados y negados. Una vez iniciados los conocidos derechos humanos de la primera generación. Tales como cierta libertad civil y política, surgió el conocido como liberalismo burgués o económico. Esto es, el capitalismo, primero comercial y posteriormente, aprovechándose del avance científico, de tipo industrial que causó la llamada cuestión social. Traicionando lo mejor de la tradición liberal ilustrada. Como era su empeño ético y el valor del ser humano como fin, que tiene dignidad y no precio (en la línea de Kant); y que no separaba la economía de la esfera ética y de lo público (ni siquiera A. Smith), ahora este liberalismo económico (economicista).

Es decir, el capitalismo, provocado por los estratos burgueses (comerciantes y empresarios industriales): da origen a la explotación laboral y la lucha social del movimiento obrero.

Es lo que se conoce como la segunda ilustración. En donde de nuevo, junto a otras cosmovisiones, la fe inspira de forma muy relevante a todo este movimiento obrero y social que propone y va realizando una renovada forma de ser humano y una cultura basada en la fraternidad solidaria. Lo que va promoviendo los conocidos como derechos humanos de segunda generación, el llamado estado social de derechos. Esto es, un trabajo decente y una seguridad social. Unas políticas económicas y fiscales justas. Unos servicios públicos que garantizan estos derechos sociales como son la educación, la sanidad, la vivienda, etc. Como anteriormente ocurrió y es conocido, no todo fueron luces en estas luchas sociales. Y se produjeron erróneas y opresivas respuestas a la injusticia original del capitalismo. Así, el comunismo o colectivismo estatalista, por ejemplo el soviético (leninista-stalinista), para conseguir cierta justicia social: olvidó la libertad y participación de los trabajadores y ciudadanos; fomentó la violencia y resentimiento revanchista (el odio) de unas clases sociales sobre otras.

Como se observa, la primera y segunda ilustración moderna, la liberal y la obrera-social, tuvo sus aciertos y logos innegables (tal como hemos visto). Pero generó también esos monstruos totalitarios del capitalismo y colectivismo que fueron posteriormente, en muy buena medida, el caldo de cultivos de otros totalitarismos. Tales como los diversos fascismos y opresiones cuyos símbolos más emblemáticos son Auschwitz, Hiroshima o el Gulag, o en España el fratricidio generado por el totalitario (segundo) republicanismo y el fascismo del bando nacional, que engendraría la pesadilla de la dictadura franquista. Todos estos monstruos totalitarios de la modernidad, como se ha estudiado muy bien, tienen su raíz en una razón deformada, formal e instrumental. Dicha razón se olvidó del Otro, para la fe Dios presente y vivificante en los otros, negó la vida y dignidad sagrada del ser humano, lo espiritual y ético.

Como es el amor fraterno, la solidaridad y la justicia con los pobres, cuyas raíces estaban cimentadas constitutivamente en la fe cristiana; al lado, por supuesto, de otras tradiciones espirituales, religiosas y éticas que no se pueden olvidar o minusvalorar. El humanismo espiritual e inspirado en el cristianismo, para el que es básico esta vida digna y protagonismo de la persona en la realidad e historia: fue relegado y negado por la dominación e idolatría inhumana del mercado (capitalismo) o del estado (colectivismo).

Estos dioses de la razón individualista e idealista, con un empirismo científico-técnico ciego, mercantilista y burocrático, ocultó lo mejor de la modernidad que se cifraba en una razón o cultura humanista, espiritual e integral, emancipadora y liberadora. Lo que entrañaba y promovía la dignidad y protagonismo de las personas, la verdadera libertad que se realiza en la responsabilidad moral por los otros, por el bien común y la justicia con los pobres. Ya en el siglo XX, a este individualismo idealista, asimismo, se le trata de dar respuesta con las renovadas corrientes de la filosofía y del pensamiento. Tales como la fenomenología, con Husserl. Los vitalismos y hermenéuticas diversas, respectivamente con Heidegger o, entre nosotros, con Unamuno, Machado y Ortega, cada uno con su perspectiva. Los nuevos humanismos y las teorías críticas como la escuela de Frankfurt y de E. Bloch. Estas corrientes, incluyendo las teorías o ciencias sociales (con autores como Weber y Habermas), junto a sus carencias o déficits nos dejaron de nuevo importantes logros. Como son la relevancia de la corporalidad y la vida, el ser y la temporalidad o historicidad del ser humano.

Como una razón vitalista, histórica y crítica-ética en la justicia liberadora con los victimas, que se abre a la trascendencia, a la esperanza del sentido y salvación plena
Dichas corrientes y humanismos se fecundó, asimismo, con el conocido como personalismo con la contribución decisiva de la fe judeo-cristiana. Con autores tan significativos como Rosenzweig y Levinas, Maritain, Marcel y Mounier, Maréchal y Rahner, Rovirosa y Malagón, Zubiri y Ellacuría, etc. Este personalismo, inter-relacionado posteriormente con la filosofía latinoamericana y liberadora- como es el caso de Ellacuría-, creemos que ha ido logrando esa fecundidad y armonía inter-relacionada o sinérgica entre: lo humano y lo espiritual; lo moral o ético-político y lo místico; lo inmanente o histórico y la apertura a lo trascendente en la vida plena-eterna; lo personal y comunitario-social; la libertad y la justicia; la igualdad y la participación o co-gestión democrática; la dignidad y la solidaridad. Frente a los totalitarismos injustos, inhumanos e inmorales del capitalismo y del colectivismo, de los diversos fascismos, fundamentalismos e integrismos.

De forma similar, todo ello ha entrado en dialogo, acogido y fecundado por la contemporánea teología y sus autores más relevantes. Tales como, por ejemplo, Barth y Balthasar, Chenu y de Lubac, el ya citado Rahner, Pannenberg y Metz, G. Gutiérrez y el mismo Ellacuría. Unido, igualmente, al crisol del acontecimiento Conciliar del Vaticano II, donde todo lo mencionado anteriormente ha sido revisado, acogido y fecundado por la enseñanza de la iglesia y su conocida como doctrina social. Por los Papas Juan XXIIII y Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI que en la estela del Vaticano II no se han cansando de promover este humanismo-personalismo espiritual, lo mejor de la modernidad; y de la misma forma, todo este magisterio espiritual y eclesial, estos Papas, han denunciando y deslegitimado los ya comentados monstruos totalitarios e injusticias: tales como el capitalismo, el colectivismo y el resto de totalitarismos, lo peor de la modernidad.

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