En la “Iglesia en salida” y “sinodal”, los nuncios tienen mucho de misterio Nuncios y palios: ¿está hoy la Iglesia para fiestas de tomas de posesión arzobispal?
Relaciono “nuncio” con “agenda”, tal vez obsesionado con la idea de que se nos desvele de una vez para siempre qué es eso de Nuncio de SS, cuál es su misión —religiosa o diplomática—, su oficio y su ministerio y hasta su misma procedencia prevalentemente italiana
Los nuncios protagonizan acontecimientos oficiales, y son referencias ornamentales en inauguraciones, clausuras de actos definidos ni solo ni fundamentalmente por razones pastorales, sino de otros signos, entre los que priman los culturales, sociales y hasta los políticos
Las personas, y más los personajes, o aspirantes a serlo, son ya, y de por sí, lo que son sus “agendas,”, “libro o cuaderno en el que se anota lo que se tiene que hacer, para no olvidarlo”. Precisamente, tal es el sentido literal del término latino “agenda”. Y es que, más que ser lo que se es, y para lo que se sirve, se es lo que refieren y mandan las agendas inherentes al cargo o a la misión aceptadas de la manera que sea, aunque siempre con la libertad congruente y dentro de lo que cabe. Asomarse a este cuaderno de cualquiera, equivale a hacerlo al brocal del pozo de su propia vida.
Relaciono nuevamente “nuncio” con “agenda”, tal vez obsesionado con la idea de que se nos desvele de una vez para siempre qué es eso de Nuncio de SS, cuál es su misión —religiosa o diplomática—, su oficio y su ministerio y hasta su misma procedencia prevalentemente italiana. Para muchos, hoy por hoy, activadas y activas las Conferencias Episcopales, en la “Iglesia en salida” y “sinodal”, los nuncios tienen mucho de misterio.
Como informan los medios de comunicación, las agendas de los nuncios huelen mayoritariamente a incienso y a recomendaciones, unas sí y otras también, indulgenciadas. Protagonizan acontecimientos oficiales, y son referencias ornamentales en inauguraciones, clausuras de actos definidos ni solo ni fundamentalmente por razones pastorales, sino de otros signos, entre los que priman los culturales, sociales y hasta los políticos, dependiendo del color que identifique a sus componentes o adictos. En ocasiones, y esto es para nota de “sobresaliente”, el nuncio planta un olivo, presagio y anticipo de paz y de unciones sagradas.
Capítulo excepcional de sus referidas agendas, y de la curiosidad de muchos, es cuanto se relaciona con el nombramiento de los obispos. A estos, los nombran ellos, los nuncios. Con asesoramientos o sin ellos. Pero, en definitiva, son obra suya y, en multitud de ocasiones, porque sí. Los obispos no son nombrados por el Papa, ausente con frecuencia el mismo Espíritu Santo. Son los nuncios, con la “ayuda” de sus asesores, de quienes al menos deberíamos conocer sus nombres. Hay constancia que en el listado de cualidades exigidas para tales nombramientos episcopales, la docilidad, y la no injerencia en asuntos relacionados con los políticos y la política en general, habrían de primar aún sobre los propiamente inherentes con las enseñanzas contenidas en los santos evangelios. El Evangelio no tiene por qué calificar, en la práctica, como candidatos a quienes aspiran legítimamente a ser y ejercer de obispo, sino, en multitud de ocasiones, hasta llega a dificultar o imposibilitar, nombramientos concretos. El solo riesgo de plantearle problemas al Gobierno de turno, sea el color que sea, es significativamente preocupante para los nuncios.
Tampoco lo es el hecho de que el pueblo-pueblo intervenga de alguna manera en la selección de los candidatos a obispos, con flagrante olvido jerárquico de doctrinas avaladas por los Santos Padres de la Iglesia primitiva, que exigían que “quienes habrían de regir al pueblo, habrían de haber sido antes elegidos por este mismo pueblo”, lo que a todas luces, humanas y “divinas”, parece ser lógico y elemental.
Como una de las citas-celebraciones frecuentes en las agendas del nuncio en España es la de las imposiciones de los palios arzobispales, basta y sobra, por ahora, con reseñar que el palio es un ornamento que usan los arzobispos metropolitanos en las celebraciones de la Eucaristía, y que consiste en una especie de banda circular confeccionada con lana blanca —blanquísima— procedente de unos inocentes corderos criados en el monasterio romano de monjas benedictinas de santa Cecilia, bendecidos el día de santa Inés por el papa, conservada su lana en una urna que se deposita brevemente sobre la tumba de los Apóstoles san Pedro y san Pablo. Del citado palio, exornado con seis cruces, una de ellas, negra, se afirma que representa las cinco llagas del Crucificado, revistiendo todos y cada uno de los misterios de esta “insignia litúrgica mayor”, sobre todo” la unión del arzobispo metropolitano con sus obispos sufragáneos y todos con el Papa”. La virginidad, la pureza y hasta la figura de la oveja perdida y encontrada”, tienen cabida en la simbología del palio, con consciente olvido de que tal prenda procede de religiones y culturas ancestrales y que se solía colocar sobre los hombres de los emperadores romanos. “¡Así se escribe la historia y se aprende y explica la sagrada liturgia!”.
Mentando el término “palio”, es obligado el recuerdo académico para la acepción primera del diccionario de la RAE, con referencias al “dosel rectangular de tela rica y lujosa que, colocado sobre cuatro o más varales —varas largas— se usa generalmente en las procesiones para cubrir al sacerdote que lleva el Santísimo Sacramento, las imágenes o reliquias. Suele estar bordado el techo, llamado “cielo”, y sus “caídas”, o bambalinas.
Y a este respecto, resultaría impensable olvidarse de que también “bajo palio” entraban y salían de los “lugares sagrados” determinadas personas que se creían aureoladas de privilegios religiosos, y no solo como miembros supremos de la jerarquía eclesiástica, sino hasta civiles y políticas. El caso de Francisco Franco en la España del Nacionalcatolicismo en vida, y hasta en el empeño de algunos de trasladar “bajo palio” sus restos mortales, desde el Valle de los Caídos hasta Mingorrubio, es definitivamente elocuente.
De tan larga e irreligiosa historia reseño el dato de que fue en la madrileña iglesia de Santa Bárbara, el 20 de mayo del año 1939, donde y cuando por primera vez hizo su entrada Franco en un templo, por iniciativa y en agradecimiento de la Iglesia, al “prócer protagonista de la ‘Cruzada y por la gracia de Dios’, Caudillo de España”. La idea fue acogida por el entonces arzobispo de Madrid, don Leopoldo Eijo y Garay, Patriarca de las Indias Occidentales, procurador en Cortes, Consejero del Reino y del Movimiento, a quien, pese a todos los pesares, el entonces papa Pio XII “no se dignó elegir miembro del Colegio Cardenalicio”, como era el deseo de muchos y el suyo propio. No obstante, el mismo Papa accedió a que Franco luciera el noble y lustroso título de “Proto Canónigo de la romana basílica de Santa María la Mayor de Roma”, reservado a los reyes españoles desde el tiempo de los Reyes Católicos.
Pero por fin, y volviendo a los nuncios, ¿la Iglesia está hoy para fiestas con ocasión de las “tomas de posesión arzobispal e imposición de sus respectivos palios”? ¿Pueden perder su sagrado tiempo los nuncios y allegados, en estos festejos litúrgicos o para-litúrgicos, por muchas explicaciones y simbolismos que aporten, en los que no creen siquiera sus propios protagonistas?