Sin obispos queridos por el pueblo, no hay obispos que valgan Obispos malqueridos

Obispos
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"Resulta determinadamente obvio comprobable y comprobado con toda clase de pruebas, que ni a todos ni a la mayoría de obispos pueda quererlos el pueblo"

"El pueblo-pueblo y los mismos curas se enteran del nombramiento de su nuevo obispo, por la prensa y por el festivo retoque de las campanas de las respectivas parroquias"

"Tal situación se agrava y agravia, en los casos en los que, conocido ya el obispo se comprueba que difícilmente llegaría a ser signo y sacramento de la Iglesia diocesana, por lo que debería ser removido"

"¿Alguna fórmula para que, con efectividad y urgencia se adelanten en casos concretos los 75 años de la jubilación forzada y quede la diócesis 'sede vacante'? Hay que buscarla"

"Ya y por fin, parte del clero, religiosos y religiosas, laicos y laicas, se deciden con manifiestos y manifestaciones para que su obispo, como obispo, lo sea del Vaticano II, y no del de Trento, y su papa sea y se llame Francisco"

Reconozco que el verbo “malquerer”, o “tener mala voluntad contra alguien o algo”, suena mal. Rematadamente mal, y más aún cuando en su conjugación intervienen la Iglesia y los obispos a título personal o colectivo. Fonéticamente la RAE ha elegido para expresar la idea, uno de los verbos más malsonantes de su elenco, en respuesta a las demandas de la vida de personas y pueblos en su fabla normal y corriente.

“Malquerido”, “Malquisiéramos”, “malquerremos”…huelen a infierno… Para mayor deshonra ecológica, don Jacinto Benavente reflejó una buena parte de la realidad de la sociedad civil y religiosa de su tiempo, estrenando su obra “La Malquerida”, -“dramón rural”- el día 12 de diciembre del año 1913 en el teatro “La Princesa” de Madrid, con protagonistas de dos mujeres dominadas por un hombre de escasa altura moral…

Pero lo nuestro, una vez más, aquí y ahora, siguen siendo los señores obispos. Acerca de estos, insisto en la necesidad que habrá de definirlos de haber sido, ser y seguir siendo, queridos por el pueblo que han de pastorear. Resulta determinadamente obvio comprobable y comprobado con toda clase de pruebas, que ni a todos ni a la mayoría de obispos pueda quererlos el pueblo. La razón principal es la del desconocimiento total que de los miembros del episcopado tiene el pueblo-pueblo acerca de quienes han de “regir” sus destinos espirituales en el marco de la Iglesia diocesana. De la “vida y milagros” de ellos, los propios sacerdotes y el pueblo, no saben nada de nada. Ni antes ni después de sus nombramientos…

¿Dijo “nombramiento” o “designación para un empleo o cargo” y no “elección”?. Sí, nada de “elección”. La Iglesia, con referencias muy particulares para el apartado de los señores obispos, piezas claves en la Eclesiología y en su propio esquema dogmático, le tiene santamente clausurada la puerta a la democracia. Es el dedo –“dedocracia”- con irreverente, frecuente y misteriosa alusión a la intervención del Espíritu Santo, -“el dedo de Dios”- el supremo “nombrador” de los obispos.

¿Pero entonces, y así las cosas, no interviene para nada, absolutamente nada, el clero, que lo será de su diócesis, ni los laicos y “laicas, religiosos, cofradías, hermandades, organismos y organizaciones “religiosos”…’?. No intervienen. Solo lo hacen e imponen su criterio, el Nuncio de SS., y sus “asesores”, la “prudencia”, la “docilidad”, y el interés personal o de grupo, al margen y, a veces, en contra del mismo Evangelio y, por supuesto, del pueblo.

¿Y así ocurrieron las cosas desde los más remotos tiempos de la historia de la Iglesia?. No. Esta -la historia- es testigo de que algunos Santos Padres, pocos concilios, y el más elemental sentido común reclamaron la santa necesidad de que “jamás deberán ser y ejercer de pastores de las ovejas quienes no las conozcan, ni ellas los conozcan”… Algo que es tan crecientemente común en ámbitos civiles, políticos y de convivencia general, parece raro, condenable y hasta anatema en la Iglesia.

Y así pasa lo que pasa y lo que tenía que pasa: el pueblo-pueblo y los mismos curas se enteran del nombramiento de su nuevo obispo, por la prensa y por el festivo retoque de las campanas de las respectivas parroquias la noticia de que ya, y por fin, los diocesanos perdieron su triste condición de orfandad…

Pero si es inexplicable e importante para la existencia y actividad pastoral de la Iglesia, tal situación se agrava y agravia, en los casos en los que, conocido ya el obispo, y después de comprobar lo difícil y aún imposible, que resulta congeniar pastoralmente con él por los defectos o las virtudes que lo caracterizan, con responsabilidad, humildad, sensatez y sentido de Iglesia, feligreses y parte importante del clero llegaran a la conclusión de que el obispo, tal obispo- difícilmente llegaría a ser signo y sacramento de la Iglesia diocesana, por lo que debería ser removido, cambiado o depuesto, con honorabilidad, caridad y sin humillación alguna. No todos los curas tienen por qué ser episcopables ni tienen madera de obispos, aunque sobren cátedras, catedrales, mutras, báculos, capas magnas y ornamentos sagrados.

Mitrados

¿Alguna fórmula para que, con efectividad y urgencia se adelanten en casos concretos los 75 años de la jubilación forzada y quede la diócesis “sede vacante”? Hay que buscarla. El bien de la Iglesia, el del pueblo de Dios y el suyo propio, así lo demandan.

Ya y por fin, parte del clero, religiosos y religiosas, laicos y laicas, se deciden a tomar en serio en determinadas diócesis esta responsabilidad como miembros activos de la Iglesia y están en disposición de “revolver Roma con Santiago”, con manifiestos y manifestaciones -¡”loado sea Dios bendito¡”, al menos para que su obispo, como obispo, lo sea del Vaticano II, y no del de Trento, y su papa sea y se llame Francisco.

Personalmente, en tan urgente e importante tarea-ministerio, me fio y apuesto por el laicado, posiblemente más que por el clero. Y por la mujer, por mujer, y más si es de alguna Orden Religiosa y de clausura.

Sin obispos queridos por el pueblo, no hay obispos que valgan, pese a que los protagonistas de tal desafuero o desaguisado hayan sido el Nuncio de SS. o la CEE. Pertenecer a la cofradía de los “malqueridos” aleja automáticamente del Colegio Episcopal.

Primero, Religión Digital

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