"Benedicto XVI sentía una 'predilección especial por España y por sus místicos" El Papa alemán enamorado de España y preocupado por ella
"Admiraba profundamente a los grandes místicos españoles. Sobre todo a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz, cuyas obras constituyen su alimento espiritual. Quizás porque su vida de intelectual católico siempre estuvo guiada por la espiritualidad y por la verdad"
"España era un país conocido y querido para el Papa. Y un país que lo preocupaba especialmente. No en vano, el viaje de Su Santidad a Compostela y Barcelona será el segundo que realice a España desde que asumió las llaves de Pedro"
"En 2006 visitó Valencia con ocasión del V Encuentro mundial de las Familias. Y también viajó a Madrid para presidir la Jornada mundial de la Juventud"
"En 2006 visitó Valencia con ocasión del V Encuentro mundial de las Familias. Y también viajó a Madrid para presidir la Jornada mundial de la Juventud"
Benedicto XVI sentía una “predilección especial” por España. Lo dice su portavoz, el jesuita Federico Lombardi, poco dado a la hipérbole. Y, cuando el Vaticano habla de “predilección especial”, está queriendo decir que al Papa Ratzinger le encantaba España. Por lo que fue (martillo de herejes y evangelizadora del Nuevo Mundo), por lo que es (laboratorio de la laicidad) y por lo que puede ser en un futuro inmediato (banco de pruebas de la reevangelización de los países de vieja cristiandad).
Olegario González de Cardedal es de los pocos teólogos españoles que puede presumir de ser amigo del Papa Ratzinger. Una amistad trabada en las aulas y en las alturas de la investigación teológica. Una amistad entre el profesor emérito de Salamanca y el primer Papa teólogo profesional. Olegario fue el primero en traerlo a España y en servirle de guía por Ávila y Salamanca en el Ibiza del entonces también profesor de la Pontificia y hoy obispo de Almería, Adolfo González Montes.
Así lo cuenta el ya profesor emérito de la Pontificia: “Ratzinger vino por primera vez a España en 1989 y después en 1993, para hablar en los cursos de Teología de la Universidad Complutense que yo dirigía. Pero ha tenido mala fortuna entre la captura de unos grupos, que se lo quisieron apropiar afirmando que Ratzinger era la ortodoxia representada por ellos, y la caricatura de otros, que acuñaron y repitieron impertérritos: el cardenal de hierro, el inquisidor cerrado en su torre de marfil, el martillo de la teología de la liberación, el causante del cierre de la Iglesia ante la modernidad”.
Desde el Escorial, Ratzinger aprovechó para visitar el Valle de los Caídos, en compañía de Gustavo Villapalos, entonces rector de la Complutense. El propio Villapalos contó que, de vuelta a Madrid, Ratzinger le confesó que el monasterio del Valle de los Caídos le había interesado más que el del Escorial y la mayoría de los que conocía en Europa “por la originalidad de su concepción y su espiritualidad”.
Ratzinger también estuvo en Barcelona y en Compostela, ya como Papa, pero no antes. No en vano su escudo papal presenta, en su parte más noble, una concha de oro, símbolo del peregrino y también símbolo tradicional de la fe.
En 1998, fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Navarra, y aprovechó su visita a Pamplona para presentar su libro autobiográfico 'Mi vida' en una rueda de prensa en la que afirmó que “con los crímenes no se dialoga” e instó a “concienciarse” contra el terrorismo “desde el humanismo”.
Volvió el entonces cardenal prefecto de Doctrina de la Fe a España en varias ocasiones. Dos de ellas a Murcia. En el año 2002, para oficiar una misa en Caravaca de la Cruz con la que se inauguró la tercera fase del Año Preparatorio para el Año Jubilar y para clausurar un Congreso de Cristología organizado por la Universidad Católica “San Antonio” de Murcia. Y ya entonces decía ante los medios que “la Europa unida no debe ser sólo algo económico o político, sino que necesita fundamentos espirituales, ya que la fe cristiana sigue siendo el criterio de los valores fundamentales de este continente, que a su vez ha dado a luz otros continentes”. Dos años después regresó, de nuevo, a la Universidad católica de Murcia. A los pocos meses, alcanzaba el solio pontificio.
Los místicos españoles, alimento de su alma
Pero más que los paisajes y la geografía hispana, lo que mejor conocía el Papa emérito de nuestro país son nuestros místicos. Benedicto XVI era un consumado especialista en San Agustín y San Buenaventura (el santo al que dedicó su tesis doctoral), pero admiraba profundamente a los grandes místicos españoles. Sobre todo a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz, cuyas obras constituyen su alimento espiritual. Quizás porque su vida de intelectual católico siempre estuvo guiada por la espiritualidad y por la verdad.
De hecho, su lema episcopal es “Cooperadores de la verdad” (3Jn 8). Un lema que, como explica Olegario González, conecta “con el lema del pensamiento filosófico occidental: ‘vitam impendere vero’ (arriesgar la vida por la verdad), desde Juvenal que lo formuló hasta Descartes y Rousseau, que lo inscribieron como exergo de sus obras. La frase habla de búsqueda en riesgo y de entrega en arriesgo de la verdad y la vida. ¿No fue ése el corazón de la novela española de comienzos del siglo XX desde Unamuno hasta Baroja?”.
Preocupado por la deriva española
España era un país conocido y querido para el Papa. Y un país que lo preocupaba especialmente. No en vano, el viaje de Su Santidad a Compostela y Barcelona será el segundo que realice a España desde que asumió las llaves de Pedro. En 2006 visitó Valencia con ocasión del V Encuentro mundial de las Familias. Y también viajó a Madrid para presidir la Jornada mundial de la Juventud. Tres viajes en cinco años. Más visitas que su país natal, Alemania, donde sólo estuvo dos veces. Como dice Francisco Vázquez, el embajador de España ante la Santa Sede, “tendremos el honor de ser el país más veces visitado por el actual Pontífice, lo cual constituye una deferencia, y a la vez, una atención especial”.
Y, en el fondo, un síntoma de preocupación. Y es que la España católica a machamartillo y reserva espiritual de Occidente se ha secularizado a marchas forzadas en los últimos años. Las cifras hablan por sí solas y los barómetros del CIS son implacables. En la actualidad, el 72% de los españoles se declara católico, frente al 80% de hace 8 años, pero sólo el 14% va a misa. Además, la mitad de los jóvenes dan ya la espalda
Pero, como siempre, los datos presentan dos lecturas. Y ante la cara negra anterior, los obispos suelen presentar otra más positiva. Porque lo cierto es que siguen yendo a misa todos los domingos entre 8 y 10 millones de españoles, una cifra de creyentes militantes muy por encima de la que aglutinan partidos políticos, sindicatos y hasta los aficionados al fútbol juntos.
Laboratorio del laicismo
De ahí que lo que más preocupaba en Roma en tiempos de Benedicto no eran tanto las cifras de la menguante práctica religiosa, sino la deriva de un país que, hacía unos años, era, con Italia, Irlanda y Polonia, una de las naciones básicamente cristiana, para convertirse en el país adalid del laicismo.
Lo decía el entonces ministro de Cultura del Papa y cardenal electo, Gianfranco Ravasi: “Antes, cuando se hablaba de una nación laica por excelencia, se pensaba en Francia. Desde hace algún tiempo, el primer puesto en este ranking le corresponde a España”. Y, aunque el curial romano no lo explicita, se está refiriendo lógicamente a la España de Zapatero.
A juicio de los eclesiásticos, el presidente del Gobierno socialista había convertido a España en el símbolo de la Europa laicista y en transición moral. Y con una situación que, según el cardenal Rouco Varela, entonces presidente de la Conferencia episcopal española, va a peor. Porque “se han cumplido cinco años de la nueva regulación del matrimonio en el Código Civil, que ha dejado de reconocer y de proteger al matrimonio en su especificidad propia, en cuanto consorcio de vida entre un varón y una mujer. También este mismo año ha sido aprobada una nueva ley que supone un serio retroceso en la protección adecuada de la vida de los que van a nacer”.
Y el cardenal de Barcelona, Lluis Martínez Sistach remachaba la idea y aseguraba que “al Santo Padre le duele la situación de nuestro país”, que estrena una nueva ley del aborto, después de aprobar las bodas gays.
Con la agravante de que Roma temía el efecto contagio de las políticas de Zapatero. Sobre todo en Latinoamérica, donde ya varios países aprobaron los matrimonios homosexuales y otros se preparan para despenalizar el aborto.
Con unas relaciones fluidas en las formas, suavizadas durante estos años por la labor de ingeniería de María Teresa Fernández de la Vega, del ex ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos y del entonces embajador de España ante la santa Sede, Francisco Vázquez, el fondo de la lucha sigue siendo el mismo.
Y al fondo se va a dirigir el Papa Benedicto en sus mensajes. Siempre con su tono propositivo y nada impositivo, Benedicto XVI quiere reivindicar, alto y claro, la defensa de la familia y de la vida desde la concepción hasta la muerte. Porque, como reconocía el propio portavoz vaticano, “ésos son los temas que nos distancian del Gobierno”.
Esa era la cruzada del Papa Ratzinger, junto a la de la recuperación de las raíces cristianas. Porque una de las prioridades de Benedicto XVI fue el diálogo, sereno y constructivo, con los que pierden la fe y la abandonan. Es decir, con los que cada día aumentan las ya numerosísimas filas de la indiferencia. Porque estaba profundamente convencido de las bondades de la fe para la vida diaria personal, social y cultural de los pueblos de Europa. Porque, como solía decir a menudo, “Dios lo da todo y no quita nada”. La vida moderna no gana nada y pierde mucho con su apostasía silenciosa y viviendo “como si Dios no existiese”.
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