"Sí, desdichadamente la Iglesia es rica" San Dinero, ¡ora pro nobis!
"La Iglesia es rica. La riqueza es, significa, crea y exhibe poder, privilegios, falta de respeto propio y ajeno, humillación y soberbia, eminencia, elevación, inciensos, títulos, báculos, mitras, NOS y “vosotros”,- por muy “hijos” o “hermanos” que protocolariamente sean invocados-"
Lo que para algunos -los más- ,la petición de una posible letanía litúrgica –¡“San Dinero, ruega por nosotros”¡- , la intención con la que se recitara les llegara a parecer una petición retorcida y aviesa de tiempos anticlericales, a otros les resultará la más normal y hasta indulgenciable. Es tanta y de tal categoría y convicción la devoción que se le profesa al dinero y a sus formas y contenidos en su diversidad de versiones, que parece obligado que hombres y mujeres, también los creyentes, se dirijan con frecuencia a Dios en solicitud de los medios de fortuna, mientras más copiosos, mejor que mejor. En ocasiones, deifican al dinero con todas sus consecuencias, y ”¡santo y muy bueno”¡
Pero este dato, y su correspondiente comprobación, no se avecinda ni solo ni fundamentalmente fuera de la Iglesia. Alcanzaron, y siguen alcanzando la condición de empadronamiento dentro de la misma Iglesia, sin excepción para algunos de sus estamentos, personas e instituciones, que por vocación, salvo raras y santas excepciones, creen, o quisieran creer, que el dinero pudiera alcanzar la santidad y, si esta es o está oficialmente canonizada, con mayor satisfacción aún.
No obstante, con el evangelio en la mano y al dictado del sentimiento de religiosidad auténtica, actualizado y practicado, “dinero” e “Iglesia” son conceptos difícilmente homologables en calidad de “cristianos”. No será posible matrimoniarlos entre sí, y menos, a perpetuidad, con la conciencia tranquila y por muchas, misericordiosas y forzadas interpretaciones con las que se intenten equipar los razonamientos.
Y en este contexto realista, a la vez que constatable con facilidad tan soberana, resultaría insultante empeñarse en mantener, sin excusa ni pretexto, que defensores importantes del dinero se contabilizan en la propia Iglesia, no ahorrándose no pocos de sus adoctrinadores, sobre todo, los “oficiales”, cuantos argumentos precisan para amurallar la misma indisolubilidad sagrada de tan feliz relación en beneficio de todos, y aún de la salvación eterna de los donantes, fundadores y administradores, clérigos en su mayoría.
La Iglesia es rica. La riqueza es, significa, crea y exhibe poder, privilegios, falta de respeto propio y ajeno, humillación y soberbia, eminencia, elevación, inciensos, títulos, báculos, mitras, NOS y “vosotros”,- por muy “hijos” o “hermanos” que protocolariamente sean invocados-, ornamentos sagrados, palacios en los que en la sociedad actual solo viven y están empadronados los obispos, dado que aún por simple y llana comodidad y cultura, y por evitar críticas malintencionadas y no “significarse,” los otrora nobles feudales optan por vivir y residir como lo hacen las “personas normales.”
Vivir, no ser y no comportarse como “personas normales“, y esto a consecuencia de ser, o aparentar, como “ricos”, es hoy hasta sociológicamente un atraso, que además incapacita para la proclamación del santo evangelio. Si además, y para más “Inri”, se pretende justificar “en el nombre de Dios”, es un ultraje y una profanación, de cuyo pecado habrá que confesarse, con el correspondiente propósito de enmienda y como ejemplo de vida para los diocesanos a quienes adoctrina desde la sagrada cátedra, que hace ser “catedral” al templo en el que se ubica ,y “diócesis” a la demarcación eclesiástica que, “en salida” y “sinodalmente”, le fuera encomendada.
Con todas las explicaciones y justificaciones sugeridas, sobra en los catecismos aquello de que “doctores tiene la Iglesia, que sabrán ponernos las cosas en claro”, dado que ,por su condición de Iglesia y en virtud de la sacramentalidad inherente al bautismo, el cómputo de doctores y doctoras está siendo ya felizmente tal en el organigrama de la Iglesia docente, que cualquier seglar o “seglara”, está equipada con idénticas o mejores notas y calificaciones universitarias que sus propios obispos.
Sí, desdichadamente la Iglesia es rica. Y además, no tiene reparo alguno en manifestarlo y manifestarse, de esta manera. Sus representantes “oficiales” y “en el nombre de Dios”, lo exhiben y proclaman sin rubor alguno, a no ser el que destellean el color variopinto de las ricas vestiduras,apodadas “ornamentos sagrados”. No hay colectivo alguno en el mundo cuyos miembros tengan que enriquecerse tanto, y tan “raro”, para relacionarse con Dios y servir de mediadores ante Él, como han de hacerlo y lo hacen, en el solemne ejercicio cultual de su ministerio, los señores obispos.