"Sufrir llorando es humano, sufrir callando es heroico" Una Semana Santa vivida desde dentro
"En esta Semana Santa no habrá ruidos ni trompetas ni tambores, ni representaciones, ni procesiones que nos recuerden el drama de la Pasión, solo habrá silencio, un silencio sobrecogedor y una angustiosa soledad, que nos colocan e involucran en el sagrado misterio del Gólgota, para vivirlo en primera persona"
"Somos cristianos y se supone que hemos de estar dispuestos al seguimiento de Jesús a través de la vía dolorosa"
Estamos acostumbrados a vivir la Semana Santa como meros espectadores acompañando a Cristo doliente, que sufre agoniza y muere, pero haciéndolo desde la distancia, sin sentir en nuestras propias carnes el aguijón del sufrimiento y sin afrontar el riesgo de una muerte amenazante, que en cualquier momento pudiera hacerse presente en nuestras vidas. Esta vez va a ser diferente.
En esta Semana Santa no habrá ruidos ni trompetas ni tambores, ni representaciones, ni procesiones que nos recuerden el drama de la Pasión, solo habrá silencio, un silencio sobrecogedor y una angustiosa soledad, que nos colocan e involucran en el sagrado misterio del Gólgota, para vivirlo en primera persona, asumiendo una actitud activa, que es el modo más auténtico de cooperar con Cristo en su misión redentora, como lo hicieron los mártires de todos los tiempos, que con gozo indecible se pudrían en las cárceles, con la sonrisa en los labios se consumían en las parrillas y en las llamas de las hogueras, que con alegre semblante esperaban para ser hervidos en pez, arrojados a las fieras, asaeteados, torturados o fusilados.
Ellos fueron los más fieles imitadores del crucificado, que supieron escribir las páginas más hermosas de la historia de la humanidad y que hoy día tenemos casi olvidados; cuando ellos deberían ser el centro de nuestra admiración, porque como bien decía Fulto Richo: sufrir llorando es humano, sufrir callando es heroico, sufrir sonriendo es glorioso. cómo los mártires se consumían en las cárceles, cómo eran extendidos sobre parrillas, traspasados con flechas, hervidos en pez, arrojados a fieras salvajes, crucificados, y cómo sufrían con una especie de alegría las torturas más horribles. El sufrir, el soportar tormentos crueles, eso me ha parecido desde entonces un goce.
Sin duda la Semana Santa de 2021 viene marcada por el sufrimiento, la angustia y la muerte de una humanidad flagelada con el azote de la pandemia, pero también con la íntima satisfacción de que vamos a tener al Nazareno más cercano que nunca junto a nosotros, percibiendo su aliento y sintiendo las palpitaciones de su lacerado corazón. Somos cristianos y se supone que hemos de estar dispuestos al seguimiento de Jesús a través de la vía dolorosa. La cruz es nuestro distintivo y nuestro lema yhemos de estar preparados para que cuando el desabrimiento llame a nuestra puerta estemos dispuestos a aceptarlo con generosidad y entrega. De mañana la fragua y el yunque debieran acrisolar nuestro espíritu y así estar preparados por si de noche nos visita el llanto.
Esta terrible pandemia nos ha cogido un tanto desprevenidos, digamos que habíamos bajado la guardia y nos encontrábamos bastante confiados pensando que todo lo teníamos controlado, pero vemos que no todo estaba atado y bien atado y que había cabos sueltos. Los cristianos sabíamos que esto que ha sucedido podría suceder, porque el hombre no es ni lo será nunca el dueño de la historia. Como a los demás nos ha llegado la hora de la prueba y aquí estamos en estos tiempos difíciles para dar testimonio, con nuestra actitud de que somos discípulos del “Maestro de Dolores”, el mismo que un día pronunciara aquellas palabras tan intimidadoras y tan sublimes. “El que quiera ser mi discípulo tome su cruz y sígame”. No hace falta que malgastemos nuestro tiempo en buscar cuál es esa cruz con la que hemos de acompañar a Cristo camino del Calvario, basta con saber esperar, porque ésta puede que tarde, pero acabará llegando a su tiempo debido.
Tiempos de terrible pandemia son los nuestros, lo que equivale a decir tiempos tormentosos y de calvario viviente, que no sabemos cuanto tiempo han de durar, lo que sí sabemos es que han de ser contemplados y asumidos a la luz de la “Theología Crucis” que nuestra actual cultura del bienestar, del goce y del hedonismo creía tener ya superada, pero como bien se ha visto, no era más que un mero espejismo.
Todos los hombres, incluso los que no son cristianos nunca debimos olvidar que, milicia es la vida del hombre sobre la tierra y en cada momento hay que tener el corazón lo suficientemente aguerrido para hacer frente a la adversidad cuando ésta se presente. Nos lo recuerda el propio Nietzsche cuando dice: La capacidad de sufrimiento en cada sujeto define su categoría humana. Ahora comenzamos a darnos cuenta de que nuestro paraíso, artificialmente construido, no era más que un castillo de arena sin cimientos y sin consistencia. No pensaba el hombre de hoy, pertrechado de todas las seguridades, que de la noche a la mañana fuera a aparecer un imprevisto con el que no se contaba, capaz de trastocar todos sus planes. Nos habíamos creído que con ocultar la muerte ésta dejaba de existir, nos habíamos creído que podíamos prescindir de Dios, porque el hombre era lo suficientemente poderoso como para hacerse cargo de su propio destino, pero el coronavirus ha venido a despertarnos de nuestro sueño para hacernos ver que la tragedia, el dolor y la muerte, forman parte de la vida y que nos guste o no, hemos de acostumbrarnos a convivir con ellos y lo mejor que podemos hacer es extraer las oportunas consecuencias en beneficio propio y de todo la humanidad , porque nada de lo que acontece está desprovisto de sentido y puede ser trasformado en fuente de gracia.
Si S. Agustín pudo decir: “Oh feliz culpa” en referencia al pecado original que Cristo se encargó de reparar; con mayor razón nuestro mundo de hoy puede seguir confiando y bendiciendo a Dios en tiempo de pandemia, porque nadie como Él sabe sacar frutos sabrosos de árboles maléficos y detestables. El mismo sentido del deber y la responsabilidad, que nos obligan a luchar para erradicar esta plaga que ha caído sobre nosotros y ha puesto al mundo de rodillas, son los que nos empujan también en la hora presente a extraer las lecciones pertinentes de trascendental importancia para el género humano, o tal vez nos fuera suficiente con tomar nota y recordar que el final de todas las grandes civilizaciones de la historia de la humanidad estuvo precedido por la autocomplacencia y la flojedad, juntamente con la molicie por si tal vez éste fuera nuestro caso.
La pasión del 2021 que nos está tocando vivir, puede no solo aproximarnos al drama del calvario sucedido hace más de 2000 años, sino que también pudiera ser motivo de acercamiento al hermano y hacernos reflexionar sobre el destino de la humanidad entera, en términos de confraternidad universal. El mal que padecemos afecta a todos por igual, sin distinción de razas ni de posición social, igual a ricos que a pobres, a los del norte y a los del sur y esto debiera ser entendido como un llamamiento en clave de solidaridad universal, porque o nos salvamos todos juntos o juntos pereceremos. Con toda razón se ha dicho siempre, que nada une tanto como el dolor compartido, nada hermana tanto a la humanidad como la cruz que se yergue en el monte del Gólgota, donde Cristo nos espera a todos con los brazos abiertos. Poder participaren los dolores con Cristo no es una desgracia, es una bendición. Todos estamos igualmente llamados a sobrellevar la inmensa cruz que abruma los hombros de la humanidad entera. Desde la perspectiva sobrenatural el dolor comienza a tener sentido y esto es lo verdaderamente importante, pues como sabiamente dicen los místicos el sufrir pasa, lo que nunca pasará es haber sufrido con amor y por amor. En esta Semana Santa de pandemia poco tenemos, Señor, que ofrecerte como no sea esta angustia que nos abruma y nos aplasta. Ayúdanos a sufrirlo por Ti y junto a Ti, sabiendo que todo dolor que crece a la sombra de la cruz es un dolor salvífico, sabiendo también que al final nuestro llanto se convertirá en gozo, porque que tú eres el Dios de la alegría y del consuelo que sabrá secar nuestras lágrimas en el momento oportuno.