"La casa es para Jesús lugar de entrega e intimidad" "Tío, tenemos que hablar": la casa como acontecimiento de revelación
“Tío, quiero hacer la primera comunión. Pero no quiero ir a catequesis a la parroquia. Me parece muy aburrida. Quiero que tú me prepares en la casa”
"En las inquietudes de Juan José está el grito de Dios que lucha por salir de la pasividad acomodada en que todos lo hemos metido. La parroquia va perdiendo su sentido para las nuevas generaciones porque está más pendiente de cuidarse y embellecerse a sí misma que de ofrecer a la comunidad la pasión del Kerigma"
| Luis Fernando González Gaviria
“La casa como centro, hace que el mundo
no sea ni caos ni dispersión total; es condición
de que haya mundo. Por eso la casa junto con el tú,
es el punto de referencia más relevante”.
Josep María Esquirol – La resistencia íntima.
Mi sobrino de ocho años introducía con esta frase una conversación muy seria: “Tío, tenemos que hablar”, de aquellas que permiten intuir a Dios en minúscula, a la altura de un niño y en el sentir cotidiano. “Tío, quiero hacer la primera comunión. Pero no quiero ir a catequesis a la parroquia. Me parece muy aburrida. Quiero que tú me prepares en la casa”. Para los oídos defensores de la conservación anacrónica, una herejía; para los propietarios de Dios, una mala educación del niño; para los obstinados guardianes de la ortodoxia, una razón para que no acceda al sacramento. Para un simple ser humano, la oportunidad de darle a Juan José un atisbo del Dios de Jesús desde otro ángulo.
Juan José encarna el sentir antropológico que ha desatado el escenario religioso del siglo XXI. El cansancio de la parroquia, la monotonía catequética, la rutina sacramental y el estancamiento pastoral son evidentes a partir de sus preguntas. Tío, ¿Por qué es tan cansona la catequesis? Tío, ¿Por qué la catequesis se tiene que volver una clase de religión como en la escuela? Tío, ¿Por qué ir a la parroquia es tan aburrido? Tío, ¿Por qué se tiene que dar lo mismo de siempre y no se puede preguntar más? En las inquietudes de Juan José está el grito de Dios que lucha por salir de la pasividad acomodada en que todos lo hemos metido. La parroquia va perdiendo su sentido para las nuevas generaciones porque está más pendiente de cuidarse y embellecerse a sí misma que de ofrecer a la comunidad la pasión del Kerigma. Ya lo había intuido el Papa Francisco:
La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas». Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión (Evangelii Gaudium #28).
Más allá de la crisis vincular con el escenario parroquial, y que se tendrá que evaluar a fondo por parte de pastores (¡sobre todo de ellos!) y comunidades que están al cuidado, una de las realidades fascinantes que permite encarnar la esperanza es pasar reposadamente la mirada por las finas imágenes que brotan de la Sagrada Escritura sobre el acontecer de Dios en una casa. Entre palabra y realidad se va tejiendo la mirada profunda capaz de ver en lo simple una vida otra, de esta manera, “la existencia humana se inicia en la casa que es el otro. Así, el otro es el punto de referencia fundamental y el que posibilita los otros dos (cielo y tierra, o la orientación temporal y la espacial). El tú, la tierra y el cielo; con la prioridad del tú” (Esquirol, 2015, p. 50). Parece que Dios siempre salva a sus hijos en casas y desde allí les propone una experiencia honda, la misma que necesitamos en esta hora y que Juan José nos recuerda con su sentir para darnos cuenta que vivir la fe no es creer un cúmulo de conceptos, palabras, formas y ritos, sino vivir a Dios que se hace compañero de camino en la intimidad del hogar.
Haciendo memoria, hay tres momentos que se vuelven reveladores: el primero es Éxodo 12, 1-14. Cuando los israelitas estaban en Egipto, YHWH, por medio de Moisés, les pide que se queden en casa porque Él va a pasar esa noche de Pascua iniciando su liberación. En la calidez de un hogar Dios le va revelando a su pueblo que no están solos, su presencia siempre acompaña y puede ser captada al interior de una casa. Israel va entendiendo que estar reunidos en familia es ver la liberación de Dios en su existencia. Pascua y familia se vuelven sinónimos de libertad para aquel pueblo expectante.
Los espavientos desaforados de nuestra época resultan ser el síntoma grave de una intimidad fracturada. Desde el principio Dios es simple, acontecimiento cercano y hogareño; salvación que permite captar una presencia portadora de sentido. La Pascua es retorno hacia nuestra raíz fundante que se encuentra en casa. Así, “el camino hacia la intimidad es camino hacia el misterio, hacia el secreto, hacia el tesoro, hacia el descanso y hacia el alimento” (Esquirol, 2015, p. 41). La catequesis con Juan José me ha recordado lo simple de nuestra fe: entre comida y bebida la vida se va revelando, la palabra se vuelve rostro y la presencia del otro promesa de salvación.
El segundo momento lo encontramos en los tres Evangelios sinópticos: Marcos 14, 12-16; Mateo 26, 17-19; Lucas 22, 7-13.La Cena de Jesús con sus discípulos. La casa es para Jesús lugar de entrega e intimidad. Los gestos finos y escandalosos le sirven al Maestro para parir en sus amigos un Dios absolutamente distinto. Aquel momento es revelación porque en medio de una cena familiar, Dios mismo rompe esquemas y libera. Aquella noche, al ritmo del corazón que marca el tiempo del hogar, la presencia se vuelve eterna y el amor memoria salvífica. En una casa Jesús se da hasta el extremo. En una casa ellos entienden que la comida es presencia inquietante del corazón del Abbá.
Pan, vino, palabra y rostro, elementos comunes que nos hacen solidarios y cercanos. El Dios que revela Jesús en casa está en la inmensidad de nuestra finitud, siempre ha estado abajo, en las entrañas de la tierra. Jesús hace entrar por una nueva lógica a sus amigos, recostados en la cena vislumbran una nueva posibilidad de vivir a Dios, así, “siempre que coman ese pan y beban ese vino se alimentarán de su cuerpo y de su sangre. Jesús quiere que sigan vinculados a él y que alimenten en él su esperanza. Que lo recuerden siempre entregado a su servicio. Seguirá siendo “el que sirve”, el que ha ofrecido su vida y su muerte por ellos, el servidor de todos (Pagola, 2013, p. 379). Cada lunes, a las 3 de la tarde, Juan José llega a vivir conmigo la presencia de Dios que es ágape, allí los dos entendemos que la casa es diakonía eterna, en ella palpita el aroma kenótico propio de nuestro Dios.
El tercer momento lo encontramos en el Evangelio de Juan 20, 10-29. La experiencia de la Resurrección. El miedo hace que los discípulos vuelvan a casa a encerrarse; donde antes hubo libertad, ahora el ambiente se llena de miedo. El Resucitado se deja ver por sus amigos en el hogar, en los otros; allí pueden atinar a una mirada más honda de la existencia. La vida, la auténtica, la que no se acaba, la que corre por nuestras venas, muestra su fuerza creadora al estar reunidos. Así, “la casa vivida no es una caja inerte. El espacio habitado trasciende el espacio geométrico” (Bachelard, 2020, p. 91). La Resurrección, como el acontecer de Dios en el interior del ser humano, les permite a aquellos discípulos entender que no están solos, Jesús no los ha abandonado, está en medio y desde ellos habita la casa.
En la casa Juan José y yo hemos visto las huellas del resucitado que llega a nuestro encuentro en la Palabra, la contemplación del paisaje y el silencio. Vamos descubriendo que creer es ser transformados
La casa es el espacio de la experiencia, allí confluyen distintas palabras, formas y posicionamientos para habitar el mundo. Lo diverso sirve de base para amplificar la resonancia de la otredad, pues en la interacción quedamos afectados. La resurrección es una verdadera experiencia, quizá la única de nuestra fe, pues, “rompe todo solipsismo, toda afirmación absoluta, todo posicionamiento absoluto sobre uno mismo. Cuando alguien padece una experiencia -si de verdad es una experiencia y no un experimento- sufre una salida de sí mismo hacia el otro, o hacia sí mismo como otro, ante otro, frente a otro. Y en este salir de uno mismo hay una transformación. La experiencia nos transforma” (Mèlich, 2011, p. 70). En la casa Juan José y yo hemos visto las huellas del resucitado que llega a nuestro encuentro en la Palabra, la contemplación del paisaje y el silencio. Vamos descubriendo que creer es ser transformados.
Más allá de la belleza, los arreglos, la arquitectura, lo que entraña la casa es una presencia salvífica que la vuelve sagrada. Quien no es capaz de vivir a Dios en las entrañas del hogar, jamás lo encontrará en una parroquia… Jesús amaba estar en casa, allí se sentía libre y feliz (Cfr. Juan 12, 1-8). Juan José, mi sobrino de 8 años, ha provocado una metanoia en mi interior, debería provocarla en todos para saber que la fe no es un encargo parroquial, sino una transmisión encarnada que se provoca en la familia para asentir a la Vida. Sus peguntas de cada semana desbaratan todos los vericuetos teológicos sofocantes. Sus reflexiones sobre Dios le permiten captarlo más cercano a su vida. Su sonrisa y entusiasmo me recuerdan como es Dios. “Tío, ya entendí, Dios es solamente ágape…” Juan José ya está viviendo de lo esencial… Y ¿nosotros?
Referencias
Bachelard, G. (2020). La poética del espacio. Ciudad de México, México: FCE.
Esquirol, J, M. (2015). La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad. Barcelona, España: Acantilado.
Mèlich, J-C. (2011). Filosofía de la finitud. Barcelona, España: Herder.
Pagola, J, A. (2013). Jesús, aproximación histórica. Bogotá, Colombia: PPC.
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