Gabriel Mª Otalora Dos actitudes ante un mismo mensaje
(Gabriel Mª Otalora)- Escuchaba a José Antonio Pagola en una reciente conferencia en la que insistía en la necesidad de volver a Jesús y hacerlo en grupos, para ser capaces de vivir el evangelio con la autenticidad que requiere el momento actual. De lo contrario, nuestro cristianismo se quedará reducido más y más a unas prácticas formales que a nadie interese. Para ello, él ofrecía una serie de pautas en su último libro, escrito precisamente para ayudar a esos grupos a recuperar la fuerza vivencial del mensaje de Jesús de Nazaret. Detrás de esa realidad de enorme crisis eclesial en la que estamos inmersos, se transparentaba un diagnóstico sociológico claro: en las cosas esenciales de la Iglesia, hemos perdido contacto con la realidad y lo que ofrecemos no interesa porque la praxis no se corresponde con la buena noticia cristiana.
Jesús, en cambio, sí interesaba hasta el punto de que las autoridades religiosas judías comenzaron a inquietarse primero, para irritarse después con sus mensajes y actuaciones que manifestaba con quien se le pusiera delante. Cada vez tenía más seguidores entre el pueblo llano que estaba acostumbrado hasta entonces a otros mensajes y conductas muy diferentes, todos ellos en nombre del Dios de Yahvé, y bajo la autoridad indiscutible del sanedrín, el sumo sacerdote y todos los demás que tenían un papel en aquella sociedad teocrática (saduceos, fariseos, levitas, terratenientes, etc.). Pero con la irrupción de Jesús, esa autoridad fue cuestionada de raíz por sus enormes contradicciones e injusticias.
Al hilo de esta realidad y de mi reflexión sobre las ideas renovadoras expuestas por Pagola en su conferencia, veo que la interpretación de lo que ocurrió con la llegada de Jesús, las razones que lo explican, son muy diferentes si se lo preguntamos a los llamados sectores tradicionales de la Iglesia española -por decirlo suavemente, y que incluyen a un nutrido grupo de obispos- que si se lo preguntamos a quienes pretenden una Iglesia vivencial ejemplar que dé luz cristiana a este siglo XXI. Los primeros atribuyen la pérdida de influencia de la Iglesia y de Dios en nuestra sociedad al materialismo, al laicismo, al hedonismo imperante. Para ellos, los males vienen de fuera y han contaminado a la Iglesia. Condena radical sin asomo de autocrítica (ni de misericordia) y grandes fastos litúrgicos sin percatarse de que, cuando es demasiada la cera, quema la Iglesia.
Los segundos, entre los que se encuentran muchos teólogos y gente muy comprometida con los preferidos del evangelio (en palabras del propio Jesús), afirman que la Iglesia, sobre todo la institucional, ha perdido el Norte por su falta de ejemplo y de coherencia evangélica, razón por la cual interesan cada vez a menos gente. Lo peor es que al ser los representantes de la religión católica, arrastran en el desinterés que producen al evangelio y a Jesús, haciendo de todo una unidad rechazable, y aun algo peor que el rechazo: la indiferencia.
Es curioso que los grandes potentados del tiempo de Jesús, se incomodaron con su denuncia profética y se sintieron aliviados cuando lograron quitárselo de en medio pasando, de paso, la responsabilidad a los romanos. Pero ellos se llevaban bien por sus intereses comunes. Algo parecido pasa hoy entre nosotros. En definitiva, es preocupante que la visión del problema se vea de dos maneras tan distintas. Porque mientras tanto, los primeros asisten al derrumbe del número de los seguidores de Jesús con la sensación de que estamos en el tiempo de la persecución, de que nuestro mensaje es rechazado por el mundo y de que es una gloria encastillarse defendiendo las esencias de nuestra cultura religiosa; son los otros quienes deben cambiar, y ya pasará esta prueba de fe. Y los segundos, como Pagola, buscando fórmulas para recuperar la chispa evangélica que encienda los corazones con la Buena Noticia y seamos nuevamente luz del mundo. Pero la mayoría de los primeros está en el poder religioso, como en el tiempo de Jesús, y los segundos, no, también como en el tiempo de Jesús. Lo único que ha cambiado en nuestro escenario es que ha aparecido la figura del papa Francisco, que siendo un cualificadísimo miembro de la jerarquía católica, con todo lo que eso supone, sin embargo se comporta en muchas cosas con arreglo a los diagnósticos de Pagola y, por qué no, a las soluciones que propone; él y otros muchos teólogos y cristianos de base.
Algunos deberían pensar si el momento actual es tan diferente al que vivió el Maestro. Porque él dedicó las críticas más duras y sin lugar para dobles interpretaciones para aquella jerarquía judía que no se contentaba con arrastrar sus debilidades e inconsecuencias cobardes revestidas de fariseísmo lleno de rituales y de dureza para los demás amparados en que eran hombres sagrados. Lo más grave, es que su conducta en nombre del Altísimo no dejaba experimentar al verdadero Dios de entrañas de misericordia que aparecía ya en Isaías.